jueves, 14 de mayo de 2009

Conversación con Rodrigo Pareja




Conversación
con
Rodrigo Pareja

Aquí la presencia y una memoria, esa memoria que algunos denostan porque piensan que el tema, en este caso la pasión por el tango en Medellín, es una presencia de hace tres años. Don Rodrigo hace parte de esa memoria, de esa actitud suya, de esa vivencia como periodista, como difusor, como cultor y hombre de mundo. Con él la memoria de Medellín tanguero permanece y perdura en sus palabras. ante el avasallamiento del olvido y del relegamiento generacional de aquéllos, recién llegados que piensan que internacionalizar la ciudad es vestirla de tango sin haberlo vivido ni sentirlo. Desconocernos de esa manera, es empobrecernos espiritualmente y ser más provincianos creyendo que así estamos inscritos en las triquiñuelas de un mundo global.
En Rodrigo Pareja se da la posibilidad de vivir el tango en diversos momentos: la noche y la ciudad, los los cafés y la grata manera de contarnos como ese vacío de la ciudad, su historia, permanece en personas como él que han sabido referenciar la música del sur.
Sensible y vital, nonchalance y tanguero de ley, como unos pocos, Don Rodrigo nos da su conocimiento, su énfasis en el tema que se encuentra en la memoria de aquellos que nos antecedieron y están vigentes. Son lo nuestro.
En esta conversación hay de todo, de esa ciudad que se esfuma ante nuestros ojos y que solo la memoria de los mayores instala.

Medellín, mayo 10/2009

VÍCTOR BUSTAMANTE: En el argot tanguero se refieren a algunas personas como tangueros de ley. ¿A quiénes puede considerarse así en Medellín y por qué?
RODRIGO PAREJA: La expresión “de ley” se utiliza sobre todo en los metales, plata de ley, oro de ley, para significar su grado de alta pureza. Por extensión se aplica a los tangueros, para hacer constar que no son aparecidos o de media petaca. Lo mismo podría decirse de “soneros” de ley o “salseros” de ley, cuando se quiera hacer notar el conocimiento y la valía, dentro del género, de alguien en particular. Aquí en Medellín, como en toda actividad y para salirnos de la expresión “de ley”, los hay buenos, menos buenos y regulares. Para mí un tanguero “de ley”, es aquel que posee un vasto conocimiento sobre la materia, que se ha preocupado por leer, por estudiar, por analizar, por comparar, aquel que es capaz de identificar de oído a casi todas las orquestas y cantores que le pongan, en fin, un tanguero de cuerpo y alma, y no solo aquel que por el solo hecho de identificarse como “gardeliano a morir” y tararear El día que me quieras, ya se cree con derecho a dictar cátedra. Aunque para esto último, ni yo ni nadie está capacitado. Yo suelo afirmar gráficamente que si la historia del tango pudiera condensarse en los cinco dedos de la mano, aquí apenas conocemos lo que reúne el meñique. La prueba de lo que le digo es que todavía estamos descubriendo temas grabados hace más de sesenta o setenta años. Es que se han grabado más de cincuenta mil tangos, tan solo en la Argentina, de los noventa mil que estaban registrados hasta el 2006 en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores – SADAYC -- y creo que aquí en Colombia nadie tiene siquiera la mitad, cualquiera sea el formato en que los posea. Con decirle que Carlos Gardel grabó 517 tangos y aquí no pasan de 30 o 40 los que se difunden y conocen, aún por aquellos que, en casi una blasfema, afirman ser tangueros y gardelianos.
Entre los personajes de respeto en materia tanguera, llámelos “de ley” o conocedores e investigadores, hay que citar a Luciano Londoño, Rodrigo Agudelo Salinas, Jorge Iván Arango, Javier Velásquez Parra, quien ahora reside en Australia; Hernán Marulanda Lotero, Walter Correa, Jesús Vallejo Mejía, Reinaldo Spitaletta y el ya desaparecido Juancho Uribe, aquel que surtía los pianos del gran Guayaquil, y modestia aparte mi persona, sobre todo a partir del momento en que comencé a hacer diariamente un programa denominado Buenas Noches Tango, en 1993, del cual se alcanzaron a hacer 2.116 ediciones, el cual me exigía documentarme debidamente sobre cada tema, músico, poeta o cantor, para no incurrir en inexactitudes, mentiras o engaños a los oyentes, como era común en otros tiempos. Ahora ya nadie puede venir a engrupir y a inventar fantochadas.
Una nota aparte merecen los coleccionistas, pues sin ellos se habría perdido irremediablemente la historia del tango. ¿Qué tal que en la década de los ’60, cuando la nueva ola casi sepultó al tango, los coleccionistas hubieran decidido destruir o salir de lo que tenían? Gracias a ellos, a su dedicación, su amor por el tango y su perseverancia, es que el tango sobrevivió y sobrevivirá, a pesar de sus malquerientes y sepultureros gratuitos que lo entierran día de por medio.

VB: ¿Ha escrito usted mucho sobre tango?
RP: Algo he hecho pero no tanto como quisiera. En materia de difusión de tango, creo que es más importante lo realizado con el programa “Buenas Noches Tango”, pues 2.166 ediciones de una hora de duración tienen su trascendencia y exigen esfuerzo, dedicación, e investigación. Hice también en el 2001 una compilación de 302 tangos, titulada “Late un corazón”, para la empresa Hombre Nuevo Editores, de la que puede resaltarse que al menos 250 de ellos jamás habían aparecido en cancioneros publicados aquí. El libro incluye unas síntesis biográficas de algunos de los más importantes letristas y, además, un vocabulario con las palabras lunfardas contenidas en los tangos seleccionados, el cual fue elaborado por el conocedor del tema Luciano Londoño López.

VB: ¿La fama de Medellín tanguero es verdad o no y a qué se debe ese gusto por los tangos?
RP: La fama de Medellín como ciudad tanguera es absolutamente merecida, aunque en la actualidad otras ciudades del mundo tengan una mayor actividad artística, aunque decir mayor es un auto engaño, ya que actividad, lo que se dice actividad tanguera, aquí no existe. Aparte de una charla ocasional sobre cualquier cantor, director de orquesta o autor, y lo ya sabido, trillado, manoseado y repetido que se relaciona con el aniversario anual de la muerte de Gardel, no hay nada trascendente en la materia. Pero ello no obsta para que Medellín continúe siendo reconocida como una ciudad tanguera y de tangueros.
Ahora, ¿por qué se afianzó el tango aquí? Mi teoría es más sencilla y menos docta de la que han esgrimido casi siempre algunos, eruditos o no. Ellos le meten sicología, sociología y antropología al asunto, para descifrar, según su leal saber y entender, comportamientos, maneras y modos de ser del antioqueño. Y hablan de su espíritu emprendedor, de su gusto por la aventura, la mezclan con la inmigración que le permitió a los paisas desparramarse por el país en plan de colonizadores, y obvio, tienen que agregarle la nostalgia por el terruño, el desamor, el olvido, la aventura, en fin, una serie de calidades, cualidades, taras, defectos y situaciones y circunstancias que son comunes a todos los seres. Con el perdón de ellos y de muchos otros, mi teoría es más simple: el marrano se cría con lo que le arroja el amo a la porqueriza, y aquí, gracias a Dios, los amos discográficos de entonces, vale decir los que grababan en el exterior la música que consumía el continente, sellos Decca, RCA Víctor, Columbia y Brunswik, entre otros, dieron en la flor de incorporar en cada cara de un disco sencillo, un tango. Al reverso, un bolero, un bambuco o una canción mejicana. Así entró el tango y así comenzó a conocerse en Medellín. Gracias a Dios, a esas casas disqueras no les dio por incorporar en cada grabación un pasillo ecuatoriano o una ranchera porque hoy estaríamos jodidos e ignorantes en materia tanguera.
Que la muerte trágica de Gardel aquí en Medellín contribuyó a afianzar el amor y el gusto por tango, es algo que no admite discusión. Pero más que eso, sirvió para engrandecer el mito, para hacer de Medellín y Gardel algo indisoluble, para que Medellín fuera conocida y reconocida en el mundo hispano parlante por ese hecho trágico; para formar una yunta inseparable, y por último, para hacerle creer a muchos que Carlos Gardel es lo único que vale y pesa en el tango, cuando eso no es cierto. El tango, su historia, sus autores, sus cantores, sus músicos y directores de orquesta, en su conjunto, son más que Gardel.
A propósito, y a manera de anécdota, le cuento que en ninguno de los grandes cafés tangueros de Guayaquil había en el piano (o traganíquel) un disco de Gardel. Solamente a comienzos de diciembre ponían el tango Un año más, de Joaquín Barreiro y Antonio Casciani, el cual quitaban a mediados de enero. Cosa rara, tratándose dizque del mejor y más popular cantor de tangos. Y que no me tomen a mal los gardelianos, pero esa es la verdad.

VB: En cuanto a Gardel se habla más de la muerte aquí en Medellín pero poco sobre su estadía en la ciudad. ¿Qué sabe usted de esto?
RP: Es apenas normal que así sea, por cuanto su trágica desaparición hizo que lo demás, por ejemplo su presentación aquí, fuera apenas anecdótica y sin importancia frente a la magnitud de lo ocurrido. Gardel llegó a Medellín el 10 de junio de 1935 procedente de Cartagena y antes había estado en Barranquilla. Se alojó en el Hotel Europa, situado donde ahora está el edificio Coltejer. Los días 11, 12 y 13 de junio actúa en el Circo España y el día 14 viaja a Bogotá para debutar esa noche en el Teatro Real. Eso es lo que se sabe verdaderamente de la presencia de Gardel en la capital antioqueña, a la cual regresaría de paso para Cali en la tarde del 24 de junio de ese mismo año, para morir espantosamente e iniciar su etapa de inmortalidad.

VB: Háblenos del Medellín tanguero que le ha tocado vivir cuando era periodista.
RP: No solo cuando era, porque sigo siendo periodista y por lo tanto el Medellín tanguero lo he vivido como niño, adolescente y mayor. Y aunque parezca raro utilizar la palabra niño, lo hago porque fue a los 12 años de edad cuando por primera vez escuché un tango y desde entonces me fascinó esa música y me marcó para siempre. Era diciembre de 1951 y por primera vez trabajé en una emisora, llevado por mi padre, quien en las vacaciones escolares me encontraba acomodo como control de sonido en Radio Nutibara, cuando esta emisora estaba situada en la calle Colombia entre Bolívar y Carabobo, en el edificio Ismael Correa, en un tercer piso. Pues bien, en esa época, entre programa y programa – lo habitual era que duraran media hora – se acostumbraba llenar los pequeños espacios para ajustar los treinta o los sesenta minutos con exactitud, con lo que se llamaba un “puente”, es decir, una cortina musical que se dejaba hasta completar la media hora o la hora exacta. El primer día que ejercí como control estaba de turno como locutor Hernando Gallego, “el mono” Gallego, un hombre del que me enteré después era también enfermo por el tango. Y en su turno era el que escogía la música para esos “puentes” musicales que eran frecuentes. Y el primero que me tocó poner, elegido por Gallego, fue el tango Mala Junta, de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Me llamó la atención posiblemente la sonora carcajada que los músicos de Pugliese lanzan al comenzar la ejecución de ese inmortal tema instrumental de los maestros Julio de Caro y Pedro Laurenz. Y le cuento además que el primer tema argentino cantado que escuché, también por cuenta del “Mono” Gallego, fue el vals Cabeza de Novia, de Alberto Echagüe con Juan D’ Arienzo.
De manera, pues, que desde niño, a los escasos 12 años, escuché y gusté del tango y de la música argentina.

VB: ¿Cómo era esa bohemia, alrededor de qué lugares de la ciudad, de qué bares, de que amigos, dónde vivía?
RP: No podía hablarse de una vida bohemia, sobre todo en los primeros años de adolescencia y juventud. Si bien desde los 15 o 16 años comencé a darle al “escabio”, como dicen unos o al “estaño”, como dicen otros, era más bien en los fines de semana que junto con los amigos nos dedicábamos a ello. ¿Cuáles lugares de la ciudad? Inicialmente, y creo que esa fue la constante de todos los tangueros, en el café del barrio, y si no lo había, en el más cercano a la barriada. Allí donde todos comenzamos a soñar y a pensar en las muchachitas vecinas, a acariciar sueños, a pasar los primeros malos ratos que deja el licor, en ese familiar y entrañable establecimiento donde el dueño que nos conocía era cómplice y amigo, y que nos permitía de vez en cuando, hasta el lujo de poner en su traganíquel, en ese entonces de 24 selecciones, el primer disco de pasta, de 78 rpm, que adquiríamos en los almacenes La Cita o La Guitarra, en el barrio Guayaquil, para darnos el gusto de dejarlo casi blanco de tanto hacerlo sonar, a moneda de cinco centavos cada vez. Yo creo que ese fue el comienzo de la mayoría de tangueros. Con el tiempo fuimos extendiendo nuestro campo de acción musical a barrios vecinos o más lejanos y fuimos conociendo uno a uno los establecimientos donde se molía tango y en los cuales, en cada incursión, nos topábamos con la sorpresa de un tema nuevo o con el tema ansiado que no estaba en otro sitio. En mi caso, por ejemplo, aunque nací en el barrio Manrique desde comienzos del 50 me afinqué en Las Palmas, y por eso fueron familiares para mí los barrios Gerona, La Toma, El Camellón y Enciso, principalmente.

Grosso modo, podría recordarle cafés que fueron entrañables a raíz del tango: El Machete, El Cachafáz, El Verde Mar, La Danza de la Fortuna y el Mar del Plata, en Gerona; El Barcelona, El Torrente y El Copa de Oro, en La Toma; El Viejo París, en Enciso, sin contar el Alaska, El Mar del Plata y El remolino y todos los otros de la 45, en Manrique; el de “Carraca” en Villa Hermosa; uno especialísimo que quedaba al frente de la iglesia de El Calvario, en Campo Valdez, cuyo nombre no recuerdo, y todos los de Envigado, Itagüí y Bello, que fueron materia de visita y de buenos tragos en años posteriores.

VB: ¿En qué momento se volvió tanguero y por qué?
RP: Ya le conté cómo y por qué me gustó el tango desde la primera vez que oí uno de ellos, Mala Junta, interpretado por la orquesta de Osvaldo Pugliese. Sabía en consecuencia, por mi trabajo esporádico en Radio Nutibara, a cual hora pasaban el programa de tangos, y siempre que regresaba de la Bolivariana, donde estudiaba, antes de hacer las tareas lo sintonizaba. Y en mi avidez por oír más tangos cuando ese espacio se acababa, movía el dial para buscar otros, y así fue como encontré los programas tangueros de La Voz del Triunfo y de Ondas Tropicales, emisoras ya desaparecidas. Así que antes de los deberes diarios con la Bolivariana, mi deber conmigo mismo era escucharme esos tres programas. ¿Cuando me volví tanguero? Creo que desde el primer día que escuché Mala Junta. Gracias a Dios el “puente” musical que eligió el “Mono” Gallego no fue una ranchera o un porro.

VB: ¿Asistió a los radio teatros? ¿Cómo era el ambiente allí?
RP: En radio teatros y en teatros de la ciudad y de Bogotá, donde trabajé varios años, tuve la oportunidad de ver a muchos intérpretes. Una lista somera, con temor de que se me olviden algunos, Libertad Lamarque, Charlo, Agustín Irusta, Horacio Deval, Raul Angeló, Alberto Marino, Oscar Larroca, Julio Martel, Alberto Castillo, Andrés Falgás, Alberto Podestá, Juan Carlos Godoy, Jorge Rolando, Abel Córdoba, Armando Moreno, Juan Carlos Jordán, Pepe Aguirre, Osvaldo Ramos y Alberto Echagüe y orquestas como la de Miguel Caló, Alfredo de Angelis, Héctor Varela, Mariano Mores, Los Solistas de D’ Arienzo y la de Osvaldo Pugliese. Esta última junto con la de Varela fueron las que más me impactaron, sin desconocer desde luego la calidad de las otras. Además, y en esto abarco otra gran cantidad de músicos y cantores, a casi todos los que llegaron a Medellín en esos primeros e irrepetibles festivales del tango. Lo de ahora es un remedo de aquello.

Hablando de radio teatros, valdría la pena anotar que una de las más grandes voces que ha dado el tango, Alberto Marino, pasó por Medellín sin pena ni gloria. Recién había dejado la orquesta de Troilo y era considerado un cantorazo en la Argentina, pero vino aquí y no pasó nada con él. No se explica uno cómo pudo ocurrir algo semejante con quien, hablando coloquialmente, como cantor de tango le daba mitad de partido a muchos de los que por aquí resultaron ídolos de la noche a la mañana.

VB: ¿Vivió la bohemia de Guayaquil? ¿Cómo era? ¿En qué lugares se pasaba bien? ¿Cómo era el ambiente y los amigos que iban por allí? ¿Los tangos y cantantes que se escuchaban?
RP: Tanguero que no haya vivido a Guayaquil es como un “típico” montañero” sin fríjoles ni chicharrón. Lástima que los jóvenes que ahora incursionan por el tango y les atrae esta música no tengan sino la referencia del añorado Guayaquil, Pero haberlo vivido resulta una experiencia que vale toda la plata del mundo.
Guayaquil era como el nos plus ultra del tango, el gran bufé que se nos servía luego de un periplo a base de excelentes pasabocas por cualquiera de los barrios tangueros: Manrique, Aranjuez, Campo Valdez, La Toma, Gerona, Las Palmas o Enciso, para citar algunos, correrías que indefectiblemente terminaban en Guayaco. Líneas atrás mencioné algunos cafés que eran de obligada visita en esos periplos musicales tangueros, en los cuales, hablando figuradamente, degustábamos los “aperitivos" que nos permitían después “cenar” opíparamente en Guayaquil.
De ese inolvidable sector recuerdo, aunque se me pueden escapar algunos, los cafés El Rey del Tango, Los Tangos, La Luneta – el café de las nueve puertas – situado en San Juan entre Bolívar y Carabobo, acera del norte; y al frente, el Rodríguez Peña, La Gayola y el San Jorge; y una cuadra más arriba, siempre por San Juan, El Hansen, La Costa y el San Diego, y en Niquitao, el Viejo San Diego, de don Brígido. Lugares y personajes entrañables en este Medellín tanguero, como Juancho Uribe, el gran surtidor de música de los mejores cafés, quien a veces le cambiaba los títulos a los temas como para que nadie más los pudiera conseguir si llegaban a preguntar por ellos con ese título cambiado que él les ponía.

Guayaquil era el sitio obligado de tertulia, donde todos posábamos de conocedores, quien más quien menos; donde se apostaba a identificar cantantes y orquestas; donde se iba en busca de la selección inhallable en otro sitio; donde al calor de unos buenos tragos y en medio de la “melodía”, como le decíamos genéricamente al tango, hacíamos amigos que solo era posible ver allí cada semana, donde cada cierto tiempo surgí a un tema nuevo que traía Juancho Uribe y que por algún tiempo era el éxito del lugar o el más perseguido. Hay que anotar que quienes surtían los pianos o traganíqueles se esmeraban por llevar permanentemente novedades, aunque a casi todos se les olvidaron grandes figuras del tango que no tuvieron el honor de estar y barrer en Guayaquil con la misma persistencia que se les dio a otros: por ejemplo, de Osvaldo Pugliese y su orquesta pocos temas se escuchaban allí; lo mismo que de Carlos Di Sarli y del mismísimo Aníbal Troilo, para no citar sino tres de los grandes que no fueron tan populares en Guayaquil como Juan D’ Arienzo; Ricardo Tanturi, Francisco Canaro, Francisco Lomuto, Miguel Caló y Alfredo de Angelis, por ejemplo. Y entre los cantores, no se escuchaban voces tan grandes e importantes como las de Jorge Durán, Floreal Ruiz, Tito Reyes y Roberto Goyeneche. Hacían “capote”, como dicen los argentinos, Enrique Campos, Horacio Lagos, los cantores de D’ Arienzo, Ernesto Famá, Ángel Vargas, Armando Moreno, Jorge Omar, Fernando Díaz y otros.

En la mejor época de Guayaquil, cuando no había tanta inseguridad, los cafés cerraban sus puertas unas veces a las tres y otras a las cuatro de la mañana. Pero volvían a abrirlas a las seis. Muchos fuimos los que salíamos al cierre, botella en mano, para sentarnos en la acera, escanciar su contenido y esperar a que volvieran a abrir a las seis para clavarnos de nuevo en una mesa junto al piano. La policía se limitaba a vigilar de lejos a estos noctívagos alicorados que sólo esperaban de nuevo su música.

VB: Dentro de ese ambiente tanguero se afirma que Larroca, Armando Moreno y Pepe Aguirre eran importantes en Medellín. ¿Qué otros cantantes y orquestas tenían tanta aceptación?
RP: Los que usted menciona en su pregunta eran populares, como también lo eran Julio Martel, Charlo, Agustín Magaldi, Carlos Roldán, Eduardo Adrián, Carlos Dante, Enrique Campos, Alberto Echagüe, Armando Laborde, Jorge Ortíz, Andrés Falgás, Alberto Podestá, Raúl Iriarte, Raúl Berón, Argentino Ledesma y otros. Entre las orquestas, sobresalían las de Francisco Canaro, Miguel Caló, Juan D’ Arienzo, Rodolfo Biagi, Alfredo de Angelis y Enrique Rodríguez.

En general todos los nombres que acabamos de mencionar debían su popularidad a los programadores de las empresas discográficas, quienes por egoísmo, por desconocimiento o por comercialización – aunque esto último es muy relativo – saturaron a los amantes del tango con sus grabaciones. Y sobre la comercialización o mercadeo, vuelvo a mi tesis: el marrano se cría con lo que le echa el amo a la porqueriza. A fines de los años 50’, cuando comenzaron a imprimirse aquí las marcas Odeón, RCA Víctor y Columbia, principalmente, a los tangueros se les hartó a punta de Canaro, Caló, D’ Arienzo, De Angelis, Rodríguez y Biagi, y muy poco o casi nada del resto, excepto Ángel Vargas. Hasta Troilo, Di Sarli y Pugliese, entre los más conocidos, sólo eran suministrados en avaras dosis a los tangueros. Y ni hablar de Alfredo Gobbi, Joaquín Do Reyes, Fulvio Salamanca, José Basso, Francisco Rotundo, Manuel Buzón, José García, Enrique Alesio, Jorge Caldara y tantos más. Aunque justo es reconocer que después de muchos años estos últimos fueron llegando al mercado, pero ya el oído y el público estaban muy mal acostumbrados.

VB: ¿Qué tangos y compositores colombianos le llaman la atención?
RP: En concreto no es que me llamen la atención, pero indudablemente el más importante de todos ellos y el que mayor trascendencia tuvo con sus tangos fue el antioqueño Libardo Parra Toro, más conocido como Tartarín Moreira, a quien Agustín Magaldi le grabó sus temas Son de campanas y En la calle; Hugo del Carril, “Malditos celos” y varios intérpretes más, entre ellos Alberto Podestá, “Amargura”. De Tartarín hay que mencionar también “Es mejor que no vuelvas”, del cual apenas se conoce la versión llevada al disco por el Dueto de Antaño, letra que según el erudito Luciano Londoño, es la mejor de Tartarín. Otros autores colombianos a quienes cantantes reconocidos les grabaron sus creaciones, fueron José Barros, el de Viejo Carrusel, de Carlos Dante; Abel de J. Salazar, el autor de Cruel incertidumbre, grabado por Pepe Aguirre; Alfonso García, autor de Cuesta abajo, totalmente distinto al de Gardel, grabado por Ricardo Herrera con la orquesta de Enrique Rodríguez, y Eduardo Carrasquilla Mallarino, el autor de El Brujo, primer tango de un colombiano llevado al disco, esta vez por Carlos Gardel.

VB: Usted afirma lo siguiente: “Pugliese, porque en mi concepto es el que marca la gran renovación del tango – que no su deformación – después de lo aportado por Julio de Caro. No piensa que la música evoluciona o ¿es un purista del tango?
RP: Yo me considero un tanguero tradicionalista y defiendo el tango de verdad, no el que aparenta y quiere ser tango sin serlo. Yo no lo llamo tango, ni lo acepto, ni lo escucho, ni lo defiendo, ese esperpento que llaman tango electrónico; o lo que canta un tal Melingo. Si estos deformadores creen que hacen tango, allá ellos, lo mismo que Bajo Fondo y otros grupos del mismo corte. La música, como todo en la vida, evoluciona. Pero no por eso alguien puede venir ahora, dizque por evolucionador y modernista, a tocar de distinta manera la Serenata de Shubert, o los valses de Staruss, o la quinta sinfonía de Bethoven. Eso se escribió hace más de doscientos años y ahí está y ahí seguirá para eterna memoria. El hombre también evoluciona, pero que tal si al crecer en lugar de caminar derecho comenzará a reptar; y si en lugar de hablar coordinadamente regresara a emitir sonidos guturales. Esa no sería evolución sino deformación, y eso es lo que algunos dementes y mesiánicos creen que pueden hacer con el tango. Si por lo anterior me tildan de troglodita, cavernario y retrógrado, vale, lo acepto plenamente, pero a esta edad no voy a martirizar el oído escuchando “huevonadas”.

VB: En la encuesta sobre la antología personal del tango, usted decía… “POR ESO TE QUIERO, tal vez el menos difundido entre el grueso público de los cinco tangos que he seleccionado. Pero lo he hecho porque en la práctica es el más fiel retrato de mi vida, es como una especie de autobiografía. Sus versos pertenecen al popular poeta Reinaldo Yiso y la música es de Carlos Dante, quien interpreta las dos versiones que se conocen del tema. Usted dice que esa letra es “el más fiel retrato de mi vida”. ¿Por qué le da tanta importancia a las letras de tango, son en realidad un reflejo de la vida cotidiana?
RP: Hablemos primero del tema que usted menciona en su pregunta: si yo me hubiera propuesto plasmar mi vida en una canción, la contenida en esos versos de Reinaldo Yiso y música de Carlos Dante habrían sido la mejor síntesis. Como no tengo esa capacidad, aprovecho la inspiración de los otros y la hago mía. Lo que narra y describe ese tango es mi vida resumida.

Ahora, el tango es la más exacta visión de cuanto puede acontecer a cualquier ser humano, solo que contado de la manera más bella posible. Con la más supina ignorancia, algunos se atreven a decir que el tango es un caso de policía, pero son aquellos que desconocen del todo la poesía que hay en su letra, sin negar que hay algunas que narran o se refieren a situaciones truculentas o trágicas, como también están plasmadas en muchas otras canciones de distinto género, rancheras, pasillos, música guasca y hasta en la ópera.

Pero en el tango usted encuentra temas dedicados a la madre, al padre, a los hermanos, la abuela, a la fiesta, al campo, a las flores, a la novia, la amante, la esposa, el cabaret, el café, el barrio, la guerra, la iglesia, el dinero, las prostitutas, los amanerados, el fútbol y otros deportes, los políticos, los oportunistas, los envalentonados, los cobardes, los ricos, los pobres, el juego, la hípica, el casino, sin contar aquellos testimoniales que realzan personajes de la historia, el deporte, las artes y habría un largo etc. para terminar este punto. Las situaciones de cualquier índole y en todos los campos que vive y enfrenta el ser humano, tienen a la mano un tango que las describe y evoca de la mejor manera. Distinto es que otros géneros de música popular no hayan podido alcanzar la grandeza y majestuosidad del tango en esa tarea de plasmar en bellas metáforas y en música acorde con ellas, el discurrir diario del hombre.

VB: De qué tangos nos puede decir que tienen buena música pero no buena letra y lo contrario, como si hubieran resultado un intento fallido del autor o autores.
RP: Difícil respuesta porque todo resulta subjetivo, y lo que para unos puede ser bueno para otros no lo es tanto. Pero vale la pena citar el tango Recuerdo, de Osvaldo Pugliese, considerado por muchos estudiosos y conocedores como digno de estar en los primeros lugares de cualquier antología referida a temas instrumentales. Dicen, sin embargo, que Eduardo Moreno, al ponerle letra a la música de Pugliese, no estuvo a la altura del genial pianista. Pero esos son juicios y conceptos que pueden compartirse o no. Ahora, si me pregunta a mí por letras malas, yo le pondría en primer lugar y fuera de concurso la de Sangre maleva.

VB: ¿Ha sido coleccionista de tangos? Háblenos de su discoteca personal.
RP: Si por coleccionista se entiende aquel que hace hasta lo imposible por conseguir un disco de pasta, lo pule y brilla todos los días y se ufana de ello, no soy coleccionista. Como dice el doctor Jesús Vallejo Mejía, a mí también me interesa más el contenido que la forma. Un ejemplo: Mercedes Simone jamás grabó el tango El Adiós, pero yo poseo una versión suya interpretando en vivo ese tango en el año 1935. Según la teoría de algunos, como eso no está en pasta no vale la pena. Yo pienso distinto y disfruto el tema. Me definiría más bien como “seleccionista”, si cabe el término. Creo tener unas ocho o nueve mil versiones de música argentina y todos los días procuro, sin hacer de la tarea una obligación ni una obsesión, acrecentar ese número mediante la búsqueda y el intercambio con buenos amigos. Pero a estas alturas de la vida pensar en buscar o mantener un disco de pasta o un L.P. como gran cosa, no es mi oficio. Para eso inventaron el CD y muy buena parte del tango se encuentra ya en este formato.

VB: Desde los años 50’ se dio una relación entre el tango y el fútbol con la llegada de jugadores argentinos. ¿Qué nos puede hablar de eso?
RP: Obvio que algo pudo influir la llegada de jugadores argentinos, sobre todo en la época que usted menciona, cuando todavía el tango estaba en pleno furor en Buenos Aires. Algunos jugadores trajeron algún material y les continuaban enviando desde Argentina lo que iba saliendo. Hubo una imbricación mayor, seguramente, cuando Los Caballeros del Tango, un conjunto aceptable, vino a Medellín y tuvo una larga temporada, la que aprovechó para lanzar un tema en honor del Nacional y su campeonato alcanzado en 1954. Otros jugadores argentinos tuvieron programas de tangos en emisoras locales – Oscar Contreras Rossi, por ejemplo – y uno más, José Manuel Moreno “El Charro Moreno” era el yerno del cantante Alberto Echagüe, por lo que podría mencionarse que con él también hubo algo de fomento y conocimiento del tango. Aunque es justo decir que Echagüe no lo podía ver ni en pintura y alguna vez en Buenos Aires lo persiguió para cobrarle los malos tratos que le daba a su hija.

VB: ¿Qué aspecto del tango de ahora le interesa en cuanto a cantantes, orquestas, composiciones?
RP: El ahora que usted incluye en su pregunta no sé si se refiera al año 2009. Si es así, ignoro que pasa hoy en Buenos Aires. Conozco y escucho, sin embargo, a figuras de los últimos años, por ejemplo, entre cantores, Ariel Ardit, Brian Chambuleyron, Daniel Aste, Walter Laborde y Enrique Lear, entre muchos más. En cancionistas, Valeria Lima, Ana Medrano, Sandra Luna y Marcela Bublik. A propósito de mujeres intérpretes, valga un apunte sobre Nelly Omar y sus 97 años, quien acaba de presentarse en el Luna Park con arrollador éxito porque todavía canta y lo hace supremamente bien. Finalmente, entre las orquestas del momento, podrían estar la Sans Souci, la Color Tango, la de Juan Migliore y Los Reyes del tango.

domingo, 3 de mayo de 2009

Conversación con Jesús Vallejo Mejía


Conversación
con
Jesús Vallejo Mejía

En esta conversación con el doctor Jesús Vallejo Mejía está toda la sapiencia del tanguero. Desde sus inicios nos cuenta su afición por el tango, su sensibilidad para distinguir las mejores versiones. El Medellín tanguero yace en el fondo, no como algo difuso, donde es presencia el mundo cultural con los visitantes, los teatros, la delectación del melómano, su finura, la llegada de los discos y la radio que definen esa educación sentimental en la música y crea el camino para el coleccionista quien desea poseer su música pero buscada con la maestría de que sea algo personal y conseguida con gusto. Para ello se sirve de la onda corta que entonces abría el mundo a otros sonidos, a otras músicas.
Aquí es posible la vocación de verse entre sus discos, clasificándolos para devolverlos a la vida, también la sensibilidad para decirnos que tangos tienen esa influencia de los diversos compositores de la llamada música clásica, que no es más que el oído del experto, de quien busca la relación entre las diversas músicas del mundo para comprobar y decirnos que esta posee una interrelación secreta que da pie a la extraña creación en otros ámbitos.
Pasión y lucidez. Sabiduría y generosidad es una manera en que el doctor Vallejo Mejía nos abre su corazón tanguero para decirnos, he vivido esto y los comparto con ustedes. Cuando digo generosidad, es porque, en sus palabras, hay una lección de tango, su presencia.
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Víctor Bustamante: ¿Cuándo descubrió el tango?
Jesús Vallejo Mejía: Mi acercamiento al tango comienza en 1956, al inicio de mi adolescencia.
De niño poco sabía del asunto. Lo de la muerte de Gardel, los avatares de Libertad Lamarque, algo de Hugo del Carril, y pare de contar.
Creo que los primeros tangos que identifiqué como tales a través de la radio fueron Solo, de Juan Legido con Los Churumbeles de España, y un tema futbolero de Carlos Valdez con Los Caballeros del Tango, no recuerdo si Nacional, Medellín o los dos. De todas maneras, ninguno de ellos resultaba digno de despertar una pasión.
En la discoteca familiar había unos discos viejos de los sellos Brunswyck, Víctor y Columbia que contenían unos pocos tangos que no llamaron mi atención. Tal vez había algo de Pilar Arcos y Juan Pulido. Como anécdota interesante le cuento que un disco Columbia ofrecía por una cara Tomo y Obligo y, por la otra, Canto por no llorar, dizque interpretados por Carlos Gardel con la orquesta de Don Alberto. Más tarde supe que no se trataba de Gardel, sino de Spaventa. Por consiguiente, lo que por primera vez creí que era el Morocho resultó ser una falsificación. Al verdadero Gardel lo conocí por los programas que hacía Antonio Henao Gaviria cada 24 de junio. Probablemente el primer tema que escuché en su voz fue Mi Buenos Aires Querido, que me fascinó. Todavía lo oigo con deleite y admiración. Tengo la idea de que su tema inicial se inspira en un estudio de Chopin.
Cuando tenía 13 años tenía la costumbre de oír por la noche un programa humorístico que se llamaba El Tremendo Juez y su Tremenda Corte. Lo transmitía la emisora Nueva Granada y acá lo pasaban a través de La Voz de Medellín. Lo amenizaban con la presencia de algún cantante famoso. Así fue como conocí a Charlo, que por esas calendas andaba de gira por nuestro país. Su tarjeta de presentación era Ave de Paso, un tema musicalmente bellísimo aunque con una letra no exenta de cursilería. Me encantó, lo mismo que Tiempos Viejos, Olvido, Oro y Plata, Tango en Colombia y otros más. Llegué pues por lo alto al tango, iniciado por Charlo.
A partir de ahí les fui poniendo cuidado a los tangos que pasaban por la radio. Algunos de corte sensiblero, como Mariposa Nocturna, de Roldán con Canaro, o Noches de Hungría, de Moreno con Rodríguez, que era un fox que sonaba como tango, me entraban fácilmente. Había otros que a esa edad me costaba trabajo digerir, como Andate con la Otra, de Amanda Duval con el cuarteto de Enrique Mora, que sonaba noche y día pero no era apto para menores.
En 1957 vino Julio Martel para actuar en los programas que patrocinaba Coltejer en La Voz de Antioquia. Lo anunciaban con un trozo de De Igual a Igual que me sonaba raro. Tiempo después aprendí a apreciarlo y fue en cierta época uno de de mis cantantes favoritos.
Haciendo memoria, pienso que el primer cantante de tangos que escuché en vivo y en directo fue Alberto Podestá, que tal vez vino al mismo programa en 1959.Recuerdo que debutó con Los Mareados y Alma de Bohemio.
Quizás el primer disco de tangos que compré fue el de Alfredo de Angelis que contenía Mano a Mano, por Dante, y Jirón Porteño, por Martel. Era un Odeón de 45 RPM prensado por Codiscos que encontré en Sears en Cali. A partir de ahí, compraba casi todo lo que salía al mercado y en no mucho tiempo ya era un coleccionista.
La oferta en ese momento provenía de Odeón, que había pasado de Tropical a Codiscos, Sonolux, que difundía sus propias grabaciones y las de los sellos Pampa y TK, y Columbia, que lo prensaba Tropical en Barranquilla. El repertorio más atractivo era el de Odeón, que contaba con Gardel, Corsini, Héctor Palacios, Charlo, Canaro, De Angelis, Caló, Rodríguez, Laurenz, Firpo, etc.
Como estaban cerradas las importaciones de discos, los RCA Víctor eran rarezas que había qué desenterrar en La Cita, La Guitarra, Lalinde y algunos "chuzos" de Guayaquil, en dónde pude conseguir grabaciones de Magaldi, Alberto Gómez, Hugo del Carril y Libertad Lamarque. Algunos discos venían de USA, los de sello morado. Otros eran traídos de Chile y unos pocos procedían de Argentina. Dentro de esos saldos se conseguían también discos Odeón prensados en Chile, con los que me hice a lo que en su momento eran unas rarezas de Gardel.
En uno de los pocos discos argentinos que quedaban conocí a Aníbal Troilo. Por un lado estaba Qué me van a hablar de amor, por Floreal Ruiz, y por el otro, Buen Amigo, instrumental. A decir verdad, no lo entendí. Años después entré en la onda troiliana y en ella creo que seguiré hasta el final.
El repertorio Víctor sólo vino a difundirse cuando Sonolux adquirió los derechos de prensaje a fines de la década del 50, pero ya Odeón le había cobrado enorme ventaja, la que recuperó con D´Arienzo.
A éste lo conocí a través de un disco que me trajo de Los Ángeles mi hermano mayor, nada menos que con El Nene del Abasto y Pampa en el reverso. Confieso que me gustó más el tema instrumental. Al otro hay qué aprender a digerirlo. Ahora recuerdo con qué gracia lo cantaba Echagüe en los festivales que vinieron años más tarde.
Había un puesto de libros y revistas en Palacé entre Ayacucho y Colombia dónde vendían revistas argentinas-Ahí compraba Grandes Valores del Tango, El Alma que Canta y Cantando, lo que me dio oportunidad de conocer las orquestas, los cantantes y los temas vigentes en Buenos Aires.
Pienso que la primera orquesta típica que me tocó conocer fue la de Miguel Caló, que se presentó tal vez en 1963 en el Teatro Junín. Después vino De Angelis, que tuvo unas actuaciones triunfales. Yo lo vi en el Coliseo Cubierto. Curiosamente, aunque Rodríguez vino varias veces, nunca asistí a sus presentaciones. En realidad, no era muy de mi gusto.
Por esos años uno podía escuchar tangos todo el día en la radio. Algunas veces que estuve enfermo pasaba de una emisora a la otra y siempre había algo para oír. Recuerdo especialmente un programa que pasaban por la noche en Ecos de la Montaña: Una voz argentina en la noche. Nunca me lo perdía.
En unas vacaciones me puse a explorar la onda corta y me encontré con un programa que pasaba todos los días a las 11 de la mañana Radio Barquisimeto para evocar a Gardel. Ahí tuve oportunidad de conocer muchos temas que Codiscos aún no había editado. Llevo más de medio siglo oyendo a Gardel y nunca deja de gustarme. Por supuesto que ya no tengo por él la devoción mítica de mis primeros años con el tango, pero soy de los que creen que cada día canta mejor. Cada que lo escucho le encuentro algún matiz novedoso.
Mi adolescencia y mi juventud fueron muy difíciles. No guardo buenos recuerdos suyos y sí muchos motivos de arrepentimiento. El tango fue para mí un compañero, casi diría que mi único confidente. Tengo con él un vínculo afectivo muy hondo. Es parte de mi vida.
Como venía contándole, el tango comenzó a interesarme en 1956 y ya en el año siguiente era un tanguero consumado.
En esa época la afición por el tango era cosa de gente mayor o de las clases populares. No era bien visto que un jovencito de clase alta fuese tanguero. Yo era por ese entonces una rara avis. Mis compañeros de generación tenían otros intereses musicales. La distinción de géneros era más o menos así: clásico, ópera, zarzuela, lírico, brillante, jazz, internacional (francés, italiano y norteamericano),español, bolero, ranchero, antiguo (temas de los años 20 y 30),colombiano (bambucos, pasillos y música del interior),caliente (porros, paseos, cumbias, gaitas y el fugaz merecumbé),ecuatoriano y peruano, tango, antillano y “guasca”. El tango competía en la radio y los discos con esos géneros y, como le digo, se lo consideraba como música de cantina, salvo el orquestado y algunos clásicos. Al orquestado se lo ubicaba dentro de la música brillante, pero hay què entender que ahí no se catalogaban los instrumentales de las orquestas típicas, sino los estilizados de corte europeo o norteamericano, como los de Emil Coleman.
Las preferencias de mis contemporáneos se inclinaban más por los boleros, las rancheras y la mùsica colombiana del interior. A algunos que considerábamos sofisticados los atraían el jazz y las canciones norteamericanas. Pero el rock todavía estaba en pañales y sólo en los sesenta logró la enorme aceptación que todavía mantiene. Mi hermano mayor pudo haber sido uno de los primeros en traer discos de rock. Recuerdo la novedad que representó en ese momento el disco de Bill Haley y sus Comets.
Pero mi gusto por el tango era excluyente y no quería saber de otra música, salvo la ranchera, que se imponía a través el cine mexicano. Vi muchas películas de Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis Aguilar, Tony Aguilar o Miguel Aceves. No podía uno escapar a ese influjo.
En la segunda mitad de la década del cincuenta el cine argentino prácticamente había desaparecido de las carteleras, aunque de cuando en cuando el Teatro Junín y los teatros de barrio presentaban películas de Libertad Lamarque y Hugo del Carril. Me impactó muchísimo Libertad en Ayúdame a Vivir. Todavía resuena en mis oídos esta queja: “..Con mis caricias creí llegarte al alma y tu instinto brutal pensaba en otra...” Esa cosas de Schiamarella son tremendas. Considere esta: “...Se me ha escapado del alma la cercanía de Dios, sin embargo no estoy triste porque siempre me parece que estamos juntos los dos...”
A Gardel lo vi por primera vez en el Teatro Caracas, que quedaba frente al Parque de Bolívar. No recuerdo en qué año fue. Pudo haber sido en 1960 o algo después. Lo que ahí se exhibió fue una copia muy deficiente de Melodía de Arrabal. Pero se trataba de Gardel y punto.
En ese mismo local vi otra mala copia de Alma de Bandoneón, en dónde fuera de Libertad Lamarque cantaban Charlo y Ernesto Famá. El tema de Charlo era Horizontes y no me llamó la atención. Pero lo de Famá era Cambalache y la suya es la versión que más me gusta de ese famoso tango.
El programa Radiolente, de Hernán Restrepo Duque, y las notas de prensa de Carlos Serna estimulaban a los tangueros. Lo de Hernán Caro apareció más tarde, en los años sesenta.
Es mucho lo que la música popular le debe al malogrado Hernán Restrepo Duque. Era un verdadero estudioso. Además, decía las cosas con un entusiasmo que contagiaba a sus oyentes.
Los radioteatros de la Voz de Antioquia y La Voz de Medellín ofrecían espectáculos musicales muy atractivos. Yo frecuentaba más el primero, en el que fuera de Podestá vi también a Larroca y Antonio Tormo. Ahí tuve oportunidad de conocer al eximio Joaquín Mora, que era un conversador amenísimo. Admiraba mucho a Fiorentino, que con el tiempo llegó a ser uno de mis cantantes predilectos.
Mi afición por la música clásica vino después, en mis años de estudiante universitario. Mi papá tenía una buena colección de álbumes de 78 RPM que yo disfrutaba un poco de contrabando cuando me encerraba a estudiar en su biblioteca. Me apasionaron la Cuarta Sinfonía de Brahms y la Quinta de Tchaicowsky. Tal vez en las versiones RCA Víctor de Fritz Reiner. Me las sabía de memoria. El primer disco clásico que compré fue la versión que publicó Codiscos de los conciertos para violín de Mendelsohn y Bruch. También me los sabía de memoria y podía silbarlos. El primero me sigue fascinando. No más ayer, a la hora de almuerzo, puse a sonar una excelente versión de David Oistrakh que me llegó con la revista Diapasón.
Yo era cantor de baño, pero una modesta fama hizo que también cantara en reuniones de amigos. Creo que los primeros tangos que aprendí fueron Adiós Muchachos, Caminito, Madreselvas, Silencio y El Adiós. Entonando por ahí algo de Remembranzas le escuché decir a una damisela: “Ese muchacho tiene buena voz”. Lo mismo me dijo Alfredo Sadel cuando me oyó tararear algo a la salida de una presentación suya en el Pablo Tobón Uribe. Y cuando Hèctor Palacios le pidió al público que lo siguiera en La Vieja Serenata, me pasó el micrófono, pero no quise exhibirme y callé. Creo que le gustó mi entonación de “...Mujer, mujer, no te olvides de aquél que fue y te cantó en noches de luna llena bajo tu reja su amor, y al escuchar del trovero la dulce queja galana, abriéndose la ventana un muchas gracias se oyó...”
Esos pobres sueños da cantor ya fenecieron, puesto que la gola se fue y la fama quedó en puro cuento.
Como soy torpe de movimientos, no aprendí a tocar ni a bailar. La música se me queda en el alma y para mí es más de media vida.
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VB: ¿Cuál es el Medellín que asocia al tango, lugares: amigos, bohemia?
JVM: Pienso que la vinculación del tango con Medellín va mucho más allá de lo que insinúa la pregunta, que hace referencia a lugares, bohemia, cafés, etc.
Por supuesto que en Medellín ha habido lugares tangueros. Puede hablarse de los barrios ,como Manrique, Aranjuez, La Amèrica, etc. O de los bares de Guayaquil, como los que quedaban al lado del Teatro Balkanes, los del centro o los barrios.
Pero el escenario del tango es la cultura de la ciudad y específicamente la de las clases medias.
Al contrario de lo que pretende Manuel Mejía Vallejo en Aire de Tango, que lo sitúa en el nivel del lumpen, pienso que los nichos de la afición tanguera estuvieron a lo largo de muchos años en niveles sociales algo más elevados, a partir de la clase obrera, los artesanos, los empleados medios. Es interesante recordar que los peores sitios del viejo Guayaquil, como el Tìbiri Tábara o El Perro Negro, no eran tangueros sino lo que hoy se llamaría salseros o cultores de la música antillana. En otras palabras, los aficionados a Daniel Santos y sus congéneres creo que eran de nivel social inferior a los seguidores de Gardel y las orquestas típicas. Tampoco creo que hubiera coincidencia entre los tangueros y los aficionados a la música guasca, salvo que se considere dentro de aquéllos a los que les gusta La Cama Vacía o El Caballero Gaucho.
Quizás la razón estriba en que en el tango hay cierto grado de dificultad tanto literaria como musical que exige un mejor nivel de educación que el de más bajo pueblo.
Debo precisar que en las últimas décadas, como es natural, los gustos musicales han experimentado cambios no sólo radicales, sino paradójicos. Como observé en la respuesta a la primera pregunta, en los años cincuenta el gusto por la música norteamericana era propio de la sofisticación de la clase alta. Hoy, en cambio, son los muchachos de las barriadas los que arrebatan los discos de rock que ofrece Eliécer en su famoso Hit Musical. Y el tango, por su parte, ha ascendido en la escala social. Muchos profesionales consideran que es de buen tono conocer a Manzi y a Discèpolo, o escuchar a Piazzolla. Por su parte, las academias de bailarines se nutren de aficionados que tienen cierto poder adquisitivo.
Volviendo al tema, entre los años cincuenta y los setenta en Medellín se respiraba tango. Los festivales que se iniciaron a partir del magno evento de 1968,en el que tuvimos la suerte de ver a Troilo, eran multitudinarios. Los argentinos no podían creer lo que veían, pues en su propio país les era imposible atraer a tanta gente. Recuerdo que cuando en 1982 fui a saludar a Rivero en El Viejo Almacén y le contè que lo había visto en Medellín en1968,se emocionó y llamó a Baffa diciéndole: “Che, nos vio en Medellín con el Gordo”.
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VB: ¿Se considera un tangófilo de discos solamente o posee su buena biblioteca sobre el tema?
JVM: Realmente yo padezco tanto de la manía de coleccionar discos como la de los libros.
Por razones de espacio he liquidado varias discotecas y bibliotecas. No todas han quedado en las mejores manos ni he cosechado agradecimientos por mis donativos. Rara vez las he convertido en plata y ,en tales casos, siempre he creído haber hecho malos negocios
.Habida consideración de los recursos técnicos con que ahora contamos para almacenar la información musical, estoy en la tarea de pasar a CD y luego a discos duros lo que me queda de discos de vinilo y cassettes.
Creo tener una buena colección que incluye todo Gardel, todo Corsini, todo Troilo y muchas cosas más. No es fuerte en grabaciones de los años 10,20 y 30.Mejora con las de los años 40 y 50,aunque con muchos vacíos en esta última, así como en las de los años 60.Me interesa poco lo de las últimas décadas, pero tengo amigos que me han nutrido de lo que ello consideran lo más interesante.
Mi colección les debe mucho a amigos como Jaime González Posada, Leonardo Nieto, Luis Arango (q.e.p.d.),Luciano Londoño, Jorge Arango u Oscar Gaviria. En materia de libros sobre tango, me he quedado con lo básico y reconozco que mi colección es muy elemental.
Ya es difícil hablar de rarezas en las colecciones, por la oferta tan copiosa que hay en CD y MP3.Los que pueden ufanarse de tenerlas son los coleccionistas de discos originales de 78 RPM. Por ejemplo, Jaime González Posada tenía la mayor parte de su célebre colección de Gardel en este medio. Pero a mí me interesa el contenido, no la forma.
Se me quedó dentro del tintero el nombre de Hernán Montoya, un coleccionista de raca mandaca que me ha facilitado muchas grabaciones recientes que consigue con amigos que viajan a la Argentina. Claro que él también se ha beneficiado de mis préstamos y creo que estamos los dos a mano.
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VB: La otra vez decía: “Hace unos años grabé cinco cassetes con lo que consideraba los cien mejores tangos cantados y no estoy seguro de haber acertado en la selección. Si la fuera a hacer hoy, probablemente haría muchos cambios. Al fin y al cabo los gustos musicales son muy subjetivos y dependen en buena medida de estados de ánimo, vivencias, recuerdos y, en general, inquietudes que van evolucionando con los años”
Aunque esto es cierto, ¿no piensa que también hay una infidelidad con los otros cantantes o tangos que uno desecha, pero que después de ese estado de ánimo vuelve a ellos? ¿Con quién le ha pasado, que una vez que haya un tango y lo deseche y al tiempo regrese a escucharlo? ¿Cuál tango es el primero y si después lo cambió?
JVM: Es cierto que los gustos personales son muy cambiantes y muestran tanto evoluciones como, si se quiere, involuciones.
Como a la mayor parte de los tangueros de mi generación, el tango nos llegó y se nos quedó a través de la oferta discográfica y radiofónica de los años cincuenta. Ya le he mencionado algo de eso al responderle la primera pregunta. Comenzamos con Gardel, Magaldi, Charlo, Irusta, Alberto Gómez, Alberto Castillo, Héctor Palacios o Pepe Aguirre, entre los cantores solistas, o con las orquestas de Canaro, De Angelis, Caló, Biagi, Rodríguez, Laurenz o Varela. Este entró pisando duro con las grabaciones que hizo para Columbia en esos años.
Con ese bagaje, me costó algún esfuerzo entender a Troilo y sus cantores, sobre todo Rivero. Pero tiempo después, con la maduración de mi gusto musical, se convirtieron en mis favoritos. Algo parecido me sucedió con Fresedo y con Pugliese. Con Di Sarli y Salamanca hubo amor a primera vista. No así con D´Arienzo, del que me gustan algunos de sus temas instrumentales y lo que hizo con Valdez, pero lo encuentro bastante brusco.
En cuanto a los temas, me resulta difícil evocar sus vaivenes a lo largo de más de medio siglo de trato con el tango. Hubo cosas que me gustaron mucho en su momento, pero más tarde perdí interés en ellas. En cambio, hay temas recurrentes. Puedo hablarle de temas que repito cuando los oigo en el carro, que es ahora mi lugar para escuchar tangos. Si pongo a Gardel, no puedo dejar de repetir la audición de Culpas Ajenas, Gimiendo, Enfundá la Mandolina, Padrino Pelado, Lechuza, Pan, Pordioseros, Misterio, Siga el Corso o los de su última hornada. Me impactan muchísimo Recordando y Dos Vidas que grabó Irusta en Nueva York en 1940.La Viajera Perdida, de Rivero con Troilo, así como María o ninguna, de Rufino también con Troilo, hacen que devuelva el disco. Igual me sucede con Sosiego en la Noche, sea que lo cante Hugo del Carril o Fiorentino con Troilo. Y de Hugo me agarran Canciòn Desesperada, Uno y Bettinoti.
Con Berón tuve reticencias al principio. Pero Palomita Mía y Luna vencieron mis escrúpulos. Son dos obras maestras. Tengo qué cerrar aquí evocando a Julio Martel: Mirá viejito, pa´que te voy a contar.
Un cantante con el que tuve muchas dificultades al principio y después ingresó definitivamente a la lista de mis favoritos es Adolfo Rivas, exquisito vocalista de Osmar Maderna y luego de la Orquesta Símbolo que mantuvo en vigencia durante varios años el legado de ese eximio pianista y compositor,"madrugado bien temprano",como reza el título de una composición que Osvaldo Pugliese dedicó a quienes como Troilo o Maderna el Ángel de la Muerte se llevó cuando tenían todavía muchísimo que aportar en beneficio de la buena música.
Algo parecido
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VB: ¿Por qué le fascinan los tangos arrabaleros, carcelarios y prostibularios ¿Porque la vida está escrita e inscrita allí o por el deseo de vivir esas historias?
JVM: Creo que las dos alternativas que usted propone al formular la pregunta son válidas y no se excluyen entre sí.
Hace tiempos leí en L´Express un reportaje del célebre filósofo Cioran, conocido por su pesimismo. Coincidencialmente participo de sus dos gustos musicales: Juan Sebastián Bach, a quien en este momento estoy escuchando a través de una interpretación de Glenn Gould y del que Cioran alababa su sublimidad cercana a lo celestial, y los tangos argentinos, diría uno que ferozmente anclados en la vida.
Recuerde a Cátulo Castillo cuando habla de "El hondo bajo fondo donde el barro se subleva".Esos humildes letristas de tango, al decir de Ernesto Sábato, han hecho metafísica sin saberlo. Se aproximan, a menudo sin mayor destreza literaria e incurriendo en inevitables ripios que hacen las delicias de sus detractores, a los estratos abisales de la existencia humana con intensidad y lucidez admirables. En esos estratos abisales está la huella del dolor. Recuerde lo de Caruso, un letrista muy denigrado que hizo obras imperecederas:".Sabe que es condición de varón el sufrir..."
Ese dolor profundo e incurable se condensa y es más lacerante en las prostitutas, los presos y los indigentes, esos marginados que constituyen la escoria de la sociedad.
Los letristas de tango suelen acercarse a ellos con sentimientos de piedad y conmiseración para prestarles su voz. Y ésta casi siempre es dura, áspera, hiriente. Hay confesiones escritas en tono y con términos dignos de Shakespeare:"...Un viento de locura atravesó mi mente; deshecho de amargura yo me quise vengar...".O este otro:"...Dicen que dicen que desde entonces y ardiendo de odio su corazón, el taura manso buscó a la paica por cielo y tierra como hice yo...".
Le sugiero que preste atención a Canción de Cuna, que habla de esa que era casi una niña "que por su hijito loca quedó" y "En el sendero del triste hospicio...cantaba con débil voz la tierna frase de madrecita que a su hijo dice todo su amor...". Agréguele el final de Lechuza, que "Pálido, triste y maltrecho un andrajo parecía..."y "...Cayó al pie del balcón manoteando el corazón...", o la angustia de esa Galleguita, "...Sentada triste y solita en un rincón del Pigalle..."¡Cómo no verla y condolerse de su tristeza infinita!
En una excelente antología de poesía francesa el compilador habla, por supuesto, de los ripios en que hasta los grandes versificadores incurren, para destacar que lo que interesa son las "pepitas", esos versos que aún aislados de las composiciones de que hacen parte valen por sí mismos tanto como el oro. En las letras de tango hay mucha basura, pero esas pepitas son un venero inagotable.
Acostumbro decir que no sé si alguna frase lapidaria la tomé de la Biblia o de algún tango que escucho mientras leo aquélla.
Pienso que ese fondo metafísico ha desaparecido en los letristas de las últimas décadas, salvedad hecha de Eladia Blásquez, que con "el Miedo de Vivir" y "Sin Piel" ha elevado el género a las más elevadas cumbres. Alguno escribió hace poco que esos letristas se habían nutrido del anarquismo de fines del siglo XIX y principios del XX. Es posible y bien convendría profundizar esta hipótesis. Piense en José González Castillo, que promovió una universidad popular, o en la cercanía de los hermanos Discépolo con el teatro de Pirandello.
Hace un tiempo mencionaron en la prensa que el tango predilecto de García Lorca era "A la luz de un candil".Su letra es horrible, diría uno que modelo de expresionismo:"...Las pruebas de la infamia las traigo en la maleta: las trenzas de mi china y el corazón de él...".Se cuenta que en España algún cantante llevaba una maleta que abría en el momento culminante de la obra. Ignoro qué exhibía. Lo cierto es que su patetismo es tremendo.
Carlos di Sarli, que para el repertorio cantable prefería temas románticos que dirigía con toda su finura, incluyó en sus presentaciones unos pocos tangos que se salían de ese molde de exquisitez, como "A la luz de un candil",que lo grabó con Jorge Durán y después con Mario Pomar, y "Del Barrio de las Latas",con este último. Creo no exagerar si le digo que la versión de Durán es uno de los momentos estelares del tango argentino.
"Del Barrio de las Latas" da fe de una afirmación de Borges que leí en un texto que no he podido recuperar, según la cuál el tango nos ofrece una Comedia Humana en tono menor.
Ese personaje de Beltrán, que "...Del barrio de las latas se vino pa´ Corrientes con un par de alpargatas y pilchas indecentes...", es digno de las mejores escenas de la picaresca."...Tal vez algún descuido que el mozo aprovechó..." hizo la fortuna que le permitió después mostrarse por Boedo,"estribando unas polainas que dan mucho dique al pantalón..."
Aún en las almas más torvas refulgen destellos de la chispa divina que anida en el interior del hombre.
Eso lo ve usted en Mauriac y en tangos duros como "Gimiendo".En éste,"Negros barrotes de la cárcel borraban para el mundo el escracho de un matón".Pues bien, éste le cuenta al carcelero con pelos y señales cómo fue el duelo que lo llevó a estar entre rejas y le pide que transmita la carta en que a la causante de sus desdichas le reitera que la quiere con palabras en que implora y ofrece el perdón.
El mismo tema pasional, con ribetes de tragedia griega, se plantea en Amigazo:"...Yo, que en el secreto estaba, puse fin a mi venganza cuando vi al cantor aquél que a los labios de la infiel como abrojo se prendió; los celos sentí, tantié mi facón y ahí mismo ,a lo gaucho, le abrí el corazón...".Pero el remedio de nada sirvió:"...Desde entonces mi alma está errabunda, atada a la coyunda de aquel doliente amor..."
La pasión humana entraña misterios insondables que sólo la gran literatura y la tradición religiosa logran penetrar tangencialmente. El racionalismo que ha urdido, según Borges, la triste mitología de nuestro tiempo, es incapaz de ofrecernos alguna versión creíble acerca de esa materia oscura que campea en nuestro interior. Suelo decirles a mis discípulos de Filosofía del Derecho que olviden el paradigma del adulto dotado de razón y suficientemente informado que decide con autonomía moral sobre sus propios fines, como base de la construcción de los derechos, y lean más bien a Shakespeare o a Pascal. Llegarían a lo mismo si se interesasen en los tangos argentinos.
Pasando al otro aspecto de su pregunta, traigo a colación la anécdota de Gardel con Celedonio cuando éste le llevó la letra de mano a Mano. Cuentan que le preguntó, con la picardía que lo caracterizaba, si esa historia de la mina bacana le había ocurrido a su tío, pues parecía imposible que diera testimonio de alguna experiencia personal de quién todavía era un mozalbete.
Debo decir entonces que esas cosas trágicas que narran los tangos no me han sucedido a mí. El amor me llegó al término de una juventud poco edificante, pero llegó para quedarse, hasta que la muerte nos separe. Mi esposa es un don del cielo y le debo muchísimo más que lo que ella a mí. No estamos mano a mano, porque es muchísimo mejor que yo. Mi suegro me la entregó como una muchacha buena y así ha resultado ser.
Como en el caso de Borges, para mí el tango narra "... el recuerdo imposible de haber muerto peleando en una esquina del suburbio...".
Aclaro que aunque no me hallo muy conforme con mi vida, no me habría gustado cambiarla por las de los personajes de esos tangos dramáticos. Pero estoy cierto de que mi trato con ellos me ha aportado dosis de comprensión de la miseria humana que de otro modo tal vez no habría podido obtener.
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VB: ¿Se puede hablar de un tango sofisticado, de salón y otro de la calle. Nos podría ampliar estos conceptos?
JVM: El tango es un fenómeno cultural complejo que exhibe múltiples facetas.
Las dos que usted señala en su pregunta son reales. Hay un tango sofisticado o de salón y otro netamente popular.
Si quiere averiguar por la diferencia, compare a Fresedo con D´Arienzo.
Estas dos vertientes aparecen ya a fines de la década del 10, que es cuando cobra forma el tango canción.
Observe el repertorio primigenio de Gardel. Ahí encontrará tangos duros, como Mi Noche Triste, Flor de Fango, Pobre Paica, De vuelta al bulín o Ivette, pero también, El Pañuelito y, pocos años después, Muñequita, Tesorito o esta auténtica joya, injustamente ignorada: Una Pena.
Lo mismo se da en el aspecto musical. Al lado de temas rompedores como El Entrerriano, Rodríguez Peña o Derecho Viejo, van apareciendo tangos melódicos como Ojos Negros.
Este último es una muestra de lo discutible que es el tema del progreso en el arte. Igual que las pinturas de la Cueva de Altamira, este tango casi prehistórico muestra todo lo que en materia de elegancia puede lograr el género. Ahí está la matriz de lo que después hizo ese delicado melodista que fue Enrique Delfino o lo del último Gardel, que es grandioso, por no hablar de lo de Mores, Maciel, Dames o Troilo.
Maciel, como Joaquín Mora, era negro. A los dos les debemos algunas de las páginas más exquisitas del tango.
Le sugiero que escuche con cuidado la versión de La Viajera Perdida que hizo Rivero con Troilo. Aunque hoy la letra suene demodé, el tema es precioso, la música no podría resultar más exquisita y la interpretación, sublime. De Troilo se encomia, como es natural, su virtuosismo con el bandoneón, pero hay un aspecto que poco se señala: su elegancia en el manejo de las cuerdas. No sé si fue él quien introdujo el cello en la orquesta típica, pero el modo como lo emplea es ejemplar. Fíjese en el dúo que hace con Rivero cuando éste en Mi Noche Triste entona el verso de la lámpara del cuarto. Sólo es comparable con el que años después hizo Rufino con el violín de Francini en Melodía Oriental.
Pero el tango no puede refinarse de tal manera que pierda su sabor popular. Los europeos tienen el defecto de edulcorarlo hasta el punto de privarlo del aire canyengue. Sin éste, deja de ser tango y se convierte en otra cosa que no tiene el mismo gusto. Aún vestido de etiqueta, como Gardel, debe conservar su acento orillero.
Cuesta trabajo lograr ese equilibrio. A Canaro se debe un esfuerzo que ha merecido toda suerte de críticas: el tango sinfónico. Hay que verlo en algunas de sus actuaciones cinematográficas: dirigiendo su orquesta se sentía un Toscanini. Pero hay había algo de petulancia.
Posiblemente el secreto que Troilo dijo que Di Sarli se llevó consigo a la tumba sea el de ese equilibrio. El refinamiento de sus orquestaciones y la delicadeza de sus melodías se enmarcaban dentro de un compás nítidamente orillero. Cuando se escuchan esos contrastes disarlianos se experimenta el tránsito hacia otra dimensión. Lo suyo apunta hacia un mundo de profundidades indescifrables.
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VB: ¿Cuál de ellos prima en Medellín según su análisis?
JVM: El gusto medellinense por el tango se ha centrado principalmente en lo que estuvo vigente en la década del 40 del siglo pasado, aunque en ciertos sectores lo que prevalece hoy es lo de Piazzolla, junto con el último Goyeneche y Adriana Varela.
Como en materia de gustos se dice que no hay disputas, me abstendré de censurarlo o encomiarlo.
Me limito a registrar el hecho de que nuestra afición no hubiese estado acompasada con la evolución que transcurría en Buenos Aires. De ese modo, figuras que allá habían perdido toda vigencia, aquí eran idolatradas, y los triunfadores en la capital argentina corrían en Medellín el riesgo del fracaso.
Le menciono dos ejemplos. En 1955 Alberto Marino estaba en su apogeo. Era en ese momento una de las voces supremas del tango. Pasó por aquí camino de Nueva York, en medio de la indiferencia de los tangueros, mientras aclamábamos a Andrés Falgás, cuya hora en Buenos Aires ya había pasado. Años después me tocó presenciar la muy lánguida afluencia de público para escuchar a esa gloria que fue Osvaldo Pugliese. Creo que la mitad del Teatro Pablo Tobón Uribe quedó vacía.
Es interesante observar que el tango que se quiere en Medellín es el que se escuchaba en otras épocas en las emisoras, el que se oía en los buses cuando pasaban cerca de las cantinas o el que entonaban madres y domésticas para acompañar sus oficios. Es un gusto que se asocia a recuerdos de infancia y juventud.
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VB: ¿Vivió el Medellín de Guayaquil tanguero donde se decía que había tangueros de ley? ¿Nos puede hacer referencia a sus bares y cafés, a las personas?
JVM: A decir verdad, no fui muy guayaquilero.
Los tangos los oía en casa y las farras remataban más bien en Envigado, con música de cuerdas y mucho Ortiz Tirado, Valente y Cáceres, Peronet e Izurieta y lo que acá suele denominarse música antigua. Me encantaba beber con pasillos ecuatorianos. Es difícil encontrar aires más bohemios.
También había la inevitable recalada en los refugium pecatórum, que no eran propiamente lugares tangueros, si bien una madama famosa, la Pintuco, se lucía cantando Madre.
Lo que hoy se llama rockolas y antes pianos era una institución en Guayaquil. Eran famosos los que surtía Juancho Uribe, que les cambiaba los títulos a los discos para que no le copiaran el repertorio. Ahí Yira, Yira se llamaba, por ejemplo, Cuando estén secas las pilas o algo semejante.
Los cafés de barrio tenían su encanto,como el Percal en Manrique, pero no puedo decir que fuera un visitante muy asiduo de ellos.
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VB: A propósito de lo anterior uno de los cantantes de esos temas, Oscar Larroca es poco mencionado en las antologías, ¿a que se debe si tiene una voz hermosa? Otros eran Armando Moreno y Pepe Aguirre que nos pede decir de ellos.
JVM: A Oscar Larroca lo vi por primera vez en La Voz de Antioquia, tal vez en 1960.Lo volví a ver en varios festivales de tango. Precisamente, cuando empezaba uno de ellos tuvo que devolverse para Buenos Aires a causa de la enfermedad que lo llevó a la tumba. Después vi a su hijo, que tenía buena presencia y buena voz, pero carecía de la recia personalidad de su progenitor.
Pocos cantantes han gozado de la popularidad y el aprecio de los medellinenses como Larroca. Recuerdo que en eventos multitudinarios como los que se realizaban en el Coliseo Cubierto se oía el rumor del público que seguía con devoción casi religiosa sus canciones como Sangre Maleva o Volvamos a Empezar. Era un gigante. Su versión de Triste Destino producía un impacto enorme. Pero como cantor solista no logró proyectar una imagen propia, diferenciada de la del gran vocalista que fue de Alfredo de Angelis, y en Buenos Aires era uno entre muchos.
Armando Moreno también tuvo un éxito descomunal entre nosotros, del todo incomprensible para los argentinos que lo veían como uno de los del montón. Fue uno de los primeros cantantes de tango que aprendí a distinguir, porque acá se lo escuchaba a todas horas. Noches de Hungría y Mis Harapos son de las piezas más populares que ha habido entre nosotros. Recuerdo que en sus presentaciones, cuando trataba de variar su repertorio, el público lo obligaba a volver a esos temas y a Se va el tren o Tengo Mil Novias, que acá se difundió en disco por el Chato Flores y no por Moreno.
Dentro de los primeros discos que adquirí estaban Maruska, Jugando a los Novios y Diarios, Revistas Señor. Después me hice a Un Tropezón, editado por Tropical en Barranquilla cuando tenía la franquicia de Odeón. Creo que su reverso era Noches de Hungría.
Pero mi entusiasmo por Moreno se enfrió de tanto oírlo. Era un buen cantante que seguía, como Mario Pomar, la línea de Charlo. Pero no lo tengo dentro de mis favoritos.
Cuando me llegó el tango en 1956 era inevitable toparse con Pepe Aguirre, que me gustaba mucho por ese entonces. Creo que uno de los primeros temas que aprendí a cantar fue Pensando en ti. Naufragio, Hojas de calendario, Jornalero, Mañana zarpa un barco, Frivolidad, La Colegiala, Muñeca de loza, Payaso, entre otros, fueron temas que también me sedujeron. Compraba todo lo que salía de él en 78 RPM. Recuerdo una rara Contestación a Mano a mano que no tuvo mucha difusión y desafortunadamente no conservé.
Después no me gustó más, pues creo que mi gusto musical fue mejorando con la audición de los cantores de Troilo. Pero lo vi en el Coliseo, cuando trajeron a Maida y creo que a Jorge Ortiz.Ya estaba acabado y se le olvidaban las letras de las canciones, pero era muy simpático y el público lo adoraba. Se quedó aquí y, según decires, terminó sus días de huésped en un lenocinio.
En Chile lo recuerdan como cantor nacional. Figura en las antologías de música chilena como uno de los artistas más destacados de los años cuarenta.
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VB: ¿Nos podría hacer una antología de tangos populares en el sentido del gusto de las personas, de esos que son para sentarse en la mesa de un café, a beber?
JVM: Supongo que la pregunta se refiere a los temas que gustan aquí e invitan a la gente a beber con ellos.
Como hace muchos años que no ando con borrachos ya no sé qué es lo que aflora a sus voces destempladas cuando la bebida los lleva a la etapa de los cantos, previa a aquélla en que tropiezan con la autoridad y más o menos acompasada con la de las efusiones sentimentales, los recuerdos de la madre, las declaraciones de amistad y lo que un amigo llamaba la denigración del clero y los políticos.
En mis años de parranda y copetín los triunfadores eran los temas de Magaldi, como Mis delirios, Disfrazado, Nieve, Levanta la frente o Mañana es mentira. Dentro de mis modestos éxitos como cantor aficionado estaba Dios te salve m´hijo. Todavía hoy vibro de emoción al escucharlo, aunque algunos amigos lo consideran demasiado populachero.
Acá hicieron un concurso radial por los lados del año sesenta y Magaldi le ganó en popularidad a Gardel. Ignoro si hoy se lo sigue escuchando como entonces, porque le perdí la pista a la radio y no frecuento los bares.
Por supuesto que los grandes temas de Gardel siguen animando a los cantores aficionados. Yo coseché uno que otro aplauso con Tomo y Obligo, Golondrinas, Adiós Muchachos o Madreselvas. Pienso que El día que me quieras es hoy prácticamente un himno.
Cambalache, Yira Yira y Esta noche me emborracho seguramente mantienen su vigencia entre los bebedores, lo mismo que Sentimiento Gaucho.
Y todavía te quiero era otro tema pegajoso, lo mismo que, años después, Lejos de ti.
Sólo tangencialmente le he mencionado a Irusta, uno de los cantores más queridos por el público antioqueño. No era raro que al llegar a cualquier pueblo los traganíqueles le dejaran oír a todo timbal Polvo de los caminos. Es seguro que buena parte de las utilidades de Sonolux vinieran de ahí.
Cuando yo estaba joven Sur era un tema exclusivo para los buenos conocedores. Yo lo cantaba en las reuniones, junto con su reverso, La última curda. Sospecho que en los últimos años ha logrado una mayor difusión, la cual está de sobra merecida pues es uno de los puntales del tango. Equivale a otro himno.
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VB: La otra vez cuando lo de la antología de tango, hablaba de que le gustaba la música clásica. A propósito de esa aseveración hay piezas de tango que son como composiciones clásicas.
JVM: Recuerdo que a uno de mis profesores le llamaba la atención que Beethoven y Gardel fueran en ese momento mis grandes preferidos. Según le comenté, llegué a la música clásica en mis años de estudiante universitario y también respecto de ella mis gustos han ido evolucionando con el paso del tiempo. Soy un buen coleccionista y en realidad es la música que más escucho cuando estoy en casa. Como le dije atrás, en los últimos tiempos mis preferencias se han orientado hacia Juan Sebastián Bach, sin perjuicio de mi admiración por Beethoven.
Hay muchas discusiones sobre lo que diferencia lo clásico de lo popular. Pero definitivamente el asunto no radica en la calidad. El maestro Harold Martina, que es un regio intérprete de Beethoven, también es aficionado a los tangos, aunque ignoro en qué medida. Lo cierto es que alguna vez me dijo que él seguía la tesis de Rossini: sólo hay dos clases de música, la buena y la mala. Según ello, en materia de tango no escasea la buena música.
Tal vez el criterio decisivo esté en la elaboración técnica y la complejidad que muestra el género clásico o culto respecto del popular. Éste es mucho más simple y fácil de interpretar. Para explicarlo puedo mencionarle dos anécdotas, una de Piazzolla y otra de Francini. Cuenta Piazzolla que cuando conoció a Artur Rubinstein en los años 40 en Buenos Aires quedó impresionado con la facilidad con que de una podía acometer la ejecución de un tema popular que a otro músico le habría costado algún esfuerzo para asimilarlo. Si uno es experto en Chopin, cualquier tema está a su alcance. La misma impresión le produjo a Francini, que era el violinista más reputado del tango, la audición de un concierto de Ruggiero Ricci. Ahí se dio cuenta de que estaba en pañales.
Pero el jazz y el rock ponen en duda este criterio, pues en los útltimos tiempos los músicos que los cultivan son de profunda formación académica y ponen sus avanzados recursos técnicos al servicio de dichos géneros. Algo gusto del jazz y nada del rock, pero en ellos hay mucha música. Me di cuenta del tema una vez que le di a escuchar a un amigo que tiene muy buena formación musical uno de mis tangos instrumentales preferidos. Él, un excelente conocedor del jazz, lo encontró pobre, y tenía razón desde su punto de vista.
Con Piazzolla también fracasa la distinción. En Londres y nueva York sus discos se encuentran en la sección de clásicos y no en la de música popular. Un gran violinista europeo cuyo nombre adora se me escapa dijo en un reportaje que Piazzolla era como Schubert, un maestro de las formas pequeñas. A Schubert se lo admira más por sus canciones que por sus sinfonías, sus cuartetos o sus sonatas, siendo todo ello de primera calidad.
Hay un ejercicio interesante acerca de la interacción de la música culta y la popular. Grandes compositores clásicos se han inspirado en temas populares. El caso es obvio en los de la escuela nacionalista, pero también se da en Haydn, Mozart o Beethoven. Pero también los clásicos han servido de inspiración a los músicos populares-
Se dice, por ejemplo, que Firpo compuso El Amanecer inspirándose en la Sinfonía Pastoral. Y si le pone cuidado a Una Lágrima Tuya, va a encontrar que su tema inicial es prácticamente el mismo de una de las sonatas para violín y piano de Brahms. Un compás de Claveles Blancos- "´Se durmió besando el sueño aquel..."-me sonaba conocido, hasta que lo encontré en la Sinfonía Italiana de Mendelssohn.
El asunto es indiscutible cuando se piensa en la Ópera. Ésta se ha nutrido hasta la saciedad de los temas populares, pero éstos, a su vez, han sufrido el influjo de aquélla. Si escucha Talán, Talán por Gardel, piense en la queja de Rigoletto contra los cortesanos que han corrompido a su hija. Por lo demás, las historias de las dos muchachas son similares, salvo en que la hija de don Juan se pierde de vista en una voiturée. Y en Una lágrima-"Cuando rodó cual gota cristalina sobre su faz la lágrima de amor..."-también suena patente Verdi.
Hace años encontré en una pieza de Milhaud sobre temas brasileños nada menos que los primeros compases de La Criolla, que fue un éxito del repertorio campero de Carlos Gardel.
Me dice usted que hay tangos que le parecen clásicos.
El asunto ofrece tela para cortar. Hace años tuve un disco que hoy me duele no haber conservado con unas Variaciones sobre un tema de tango, creo que de Gianneo, si la memoria no me falla. Cuando lo tuve no me llamó la atención y por eso lo dejé ir. Ignoro si ha habido otros esfuerzos de compositores argentinos por elevar el tango hasta ese nivel. Ahora, lo que se ha hecho, por ejemplo, en materia de tango sinfónico puede ser meritorio, pero le confieso que poco me convence.
Hay otros esfuerzos tal vez más bien logrados para transcribir tangos a formas más simples, como el cuarteto o el quinteto de cuerdas, o para piano solo. Lo que más me ha convencido al respecto es lo que hizo Orlando Trípodi.
De todas maneras, muchas melodías de tango son dignas de servir de base para la composición de piezas clásicas.
Otro aspecto de la cuestión es la presencia del tango en obras del siglo XX, como La Historia del Soldado de Stravinsky o La Ópera de los Diez Centavos de Kurt Weill.
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VB: Cuando se refiere a un extraordinario vocalista de Troilo, que sólo hizo con él dos grabaciones que son históricas, Carlos Olmedo. Su Recordándote no tiene nada que envidiarle al de Gardel. No es el deseo del eximio coleccionista decir si no lo conocen búsquenlo que yo sé quién es, pero yo me les adelante.
JVM: Como suele manifestarse en las respuestas a las demandas sobre ciertos tópicos que incluyen afirmaciones, diré que se trata de una apreciación personal suya. Lo importante no es descrestar a los demás, sino decirles que hay intérpretes o temas poco conocidos y que son muy dignos de considerarse. Es el caso de Olmedo, que tenía condiciones para ser otro Rivero. No sé por qué duró tan poco con Troilo. Compuso De Puro Curda y tal vez este tango refleje sus prácticas personales en materia de bebida. Troilo no daba buenos ejemplos en esa materia, pero quizás Olmedo lo sobraba doblando el codo. Pero nada me consta al respecto.
Ahora, en materia de voces poco conocidas le recomiendo que le preste atención a Rodolfo Galé. Su versión de Eras como la flor con José Basso es para llevar a la isla desierta. Si me pide diez temas imprescindibles, sin duda mencionaré este.
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VB: ¿Qué nos puede destacar sobre tangos colombianos?
JVM: Le acabo de mencionar unos temas imprescindibles. Le diré ahora que todos los tangos colombianos son absolutamente prescindibles, irrelevantes. Sólo se salva uno, que se escribió en Argentina en los veinte. Se trata de El Brujo, de Eduardo Carrasquilla Mallarino, que grabó Gardel en el sistema acústico.
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VB: ¿Qué escritores siempre asocia al tango y por qué?
JVM: No suelo asociar el tango con determinados escritores, salvo en el caso de Borges, que se ocupó de él desde distintas perspectivas, a menudo críticas, o el de Sábato, que atrás mencioné por el enjundioso estudio que hizo acerca del género. Pero debo confesar que la literatura contemporánea, incluyendo la latinoamericana y la colombiana, no es mi fuerte. Para disculpar mi ignorancia, acudo al gracejo de Borges cuando le preguntaron su opinión sobre el Boom latinoamericano y dijo que apenas se estaba actualizando en la literatura anglosajona del siglo XIII.
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VB: Por que no ha vuelto a escribir sobre tango. A veces pienso que por ahí tiene sus textos y notas guardadas?
JVM: En realidad no he vuelto a escribir sobre nada. Hay dos razones.
La primera en el tiempo tiene qué ver con mi regreso de Chile. Yo aspiraba a escribir de nuevo sobre distintos tópicos, como lo venía haciendo a lo largo de muchos años. Pero cuando uno es dado a la polémica y carece de apoyos, los enemigos se juntan para silenciarlo. A ningún medio le pareció interesante mi bagaje de escritor público y si alguno pensó en invitarme a que colaborara con mi pluma, no puso en ello el menor empeño. Me quedé entonces con los crespos hechos.
La segunda razón emana de la primera. Voy camino del anonimato, me siento arrojado a la gehena, soy como el naipe marcado del tango, que cuando es junado tiene qué rajar, o como oveja guacha que no tiene un perro que por ella vele, como la moza recién enviudada de los versos del Viejo Pancho, pero a decir verdad le he cobrado gusto al rincón de mi abandono y he perdido todo interés en la figuración pública.
Si me he esmerado en dar respuesta a sus preguntas, es por la bondad que puso de manifiesto para conmigo. Pero, créame, igual que al personaje de Suena Guitarra Querida, ya nada del mundo me halaga. Mi decepción frente a la vida pública es total y creo que incurable.
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VB: En su estadía en Chile qué tipo de tango vivió lejos de los avatares de la diplomacia. ¿Se puede hablar de un Santiago tanguero?
JVM: Como cosa rara, le diré que yo me fui para Chile a trabajar y no a divertirme. Como le manifesté al Presidente, ignoro si lo que hice fue bueno, regular o malo, pero en todo caso me esmeré en cumplir con el deber de representar a un país severamente cuestionado en el exterior y vapuleado por la mala fama. Cumplí rigurosamente y más allá de lo estipulado con la carga de deberes protocolarios que el oficio me imponía y lo hice con la mejor buena voluntad. Eso significa que no tuve mucho tiempo, salvedad hecha de las licencias que los reglamentos permiten, para darme gusto.
Chile fue en otra época un país bastante tanguero. Pero en Santiago queda poca huella de ese pasado. Vi en la calle Guardia Vieja que hay un sitio de tango, pero soy poco dado ya a trasnocharme, salvo que el oficio me lo exija. En los almacenes de discos la sección de tango es más bien reducida. Hay una gente que pública música para coleccionistas bajo el sello Oeme, pero no los pude localizar. Me dicen que en Valparaíso todavía hay buenos aficionados e incluso se presentan espectáculos con orquestas locales.
Tuve eso sí la fortuna de asistir a un concierto de despedida de su actividad artística que presentó Mariano Mores, con muy buena concurrencia, en el Teatro Municipal de Santiago
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VB: ¿Cuál es en la actualidad su Medellín tanguero o prefiere estar en su casa, en su sala de música, ordenando y buscando su música diaria lejos de los amigos?
JVM: La segunda parte de la pregunta da en el blanco. Mi actividad como aficionado se desarrolla básicamente en el seno del hogar. Tengo pocos amigos y apenas los veo. Asisto sólo a los eventos indispensables. No trasnocho y hace más de cuarenta años que no pruebo una sola gota de licor, a Dios gracias. Como le dije en una respuesta anterior, escucho los tangos en el carro y los gozo mucho. Poco sé entonces del Medellín tanguero de hoy.
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VB: ¿Nos puede hacer un paralelo entre el tango y los temas de derecho que usted maneja o son dos mundos independientes, Uno el de la responsabilidad y la seriedad, el derecho y el otro el de la evasión y el descanso, el tango?
JVM: Los seres humanos somos unidades complejas. Nuestra personalidad se pone de manifiesto en cada uno de sus componentes, así éstos parezcan ser contradictorios entre sí. Lo que hacemos influye en todos esos aspectos y no es posible diferenciar como si fuesen compartimientos estancos lo laboral, lo doméstico, lo lúdico, lo religioso, etc.
Tomo con seriedad mis aficiones. Fuera del deleite que me producen, me conectan con el mundo y me dan la oportunidad de aprender muchas cosas, unas de utilidad inmediata y otras aparentemente innecesarias pero que uno no sabe en qué momento le puedan servir de algo.
En cuanto a lo que constituye mi trabajo, siempre lo he tomado deportivamente, con entusiasmo, con gusto. De hecho, hoy mi mayor actividad se centra en lo académico, que me produce muy poco dinero pero me enriquece intelectualmente y mantiene vivas mis neuronas.
Como le dije atrás, mi afición por el tango me ha aportado un conocimiento del alma humana que de otro modo tal vez no habría alcanzado. Y creo que ese conocimiento me ha permitido comprender nuestra miseria y condolerme con ella. Me ha dado pie, además, para ejercer mi sentido del humor. Una buena cita tanguera en el momento oportuno puede limar alguna aspereza. Y si tengo qué poner algún ejemplo en clase, el recuerdo de los tangos, que fácilmente no se olvida, suele venir en mi auxilio.
Hace poco, para explicarles a mis estudiantes el influjo de la pasión en el obrar humano, me vino a la mente el calabrés de A Contramano que defiende su honor con el palo de los tallarines. Creo que la ilustración me resultó bien lograda.
Recuerdo a propósito de ello al finado jurista Alfonso Ortiz Rodríguez, que alguna vez me dijo que aunque ya no oía tangos como en su juventud, continuaba citándolos en sus cátedras.
Podría elaborarse un buen catálogo de frases lapidarias extraídas de las letras de los tangos. Sería muy divertido.
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VB: Me da la impresión que debe poseer su buena colección de tangos. ¿Cómo la ha ido completando?
JVM: Creo haber contestado ya en repuesta a las primeras preguntas. Dispongo, efectivamente, de una muy buena colección de música argentina que he venido reuniendo a lo largo de más de medio siglo. Pero esa colección ha tenido muchos cambios y no tengo mayor cosa de los discos originales. La razón de ello estriba en las evoluciones técnicas.
Comencé la colección con discos de 78 y 45 RPM, pero los temas fueron saliendo en LP y ya no se justificaba conservar aquéllos.
A principios de los años 70 apareció el cassette y durante mucho tiempo fui un grabador compulsivo. Pasé los discos simples que no habían salido en LP a cassette. Después hice lo mismo con muchos LP que ocupaban demasiado espacio.
A partir de 1982 apareció el CD y poco a poco el repertorio viejo se fue publicando en este medio. Inicialmente se creía que iba a desaparecer, pero el retorno de la afición por el tango ha dado lugar a que se multipliquen las reediciones de temas antiguos.
A principios de esta década comencé a pasar mis viejos discos y cassettes al formato del CD mediante el uso de quemadores. Algo he avanzado, aunque me queda mucho por hacer.
En Chile, por los deberes del oficio, tuve que aprender a manejar el computador. He adquirido en relación a éste algunas destrezas, como la famosa bajada, y tengo mucho material almacenado en discos duros.
Debo reiterar mi gratitud con los coleccionistas amigos que muy generosamente me han ayudado a completar mi colección. Callaré eso sí el nombre de un personaje muy conocido que se quedó con unos discos que le presté, como el Lp de Borges, Piazzolla y Rivero, que apenas pude recuperar con un cassette que compré en Buenos Aires en 1982.
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VB: ¿Cómo siente el tango en la actualidad?
JVM: Esta pregunta da para un ensayo, pero no quiero fatigarlo más ni abrumar a los lectores de su página de tango con un análisis detallado de la cuestión.
Le diré, para comenzar, que a quienes hemos llevado el tango en el alma casi a todo lo largo de la vida, la resurrección que hemos visto en los últimos lustros es algo que debe de alegrarnos. Nos queda, en efecto, la satisfacción de no habernos equivocado en nuestros gustos y la de compartirlos con otros. Esa satisfacción se produce debido a nuestro espíritu gregario, que se nutre del reconocimiento de los demás y necesita comunicarse con ellos.
Esa resurrección es un fenómeno cultural muy interesante, pero no me atrevo a aventurar hipótesis acerca de sus causas ni de sus proyecciones. La moda del tango no es hoy lo avasalladora que fue en la década del veinte del siglo pasado, pero impresiona el interés que suscita en la juventud. La navegación por internet permite llegar a muchos sitios tangueros en todo el mundo. Tengo algunos discos con tangos muy bien interpretados por músicos europeos que han asimilado a la perfección la técnica de los argentinos y los ejecutan como si se hubiesen formado en San Telmo.
Acá hay un buen ambiente. Lo que he oído en lo que a cantores y ejecutantes se refiere me parece digno de consideración.
Da la impresión que lo que más atrae es el baile, a juzgar por la cantidad de sitios que hay para ello. Diré, de paso, que yo no pude aprender a bailar ni siquiera el bolero. Soy negado para la danza. La música no me llega hasta los pies.
Toda esta demanda de tango genera, desde luego, la oferta llamada a satisfacerla. Cabe, entonces, examinar dicha oferta.
Aquí las cosas no son tan halagüeñas. Hay buenos cantantes, buenas orquestas, buenos bandoneonístas, pero las nuevas creaciones compiten en situación de clara desventaja con las clásicas. Si usted me preguntara acerca de algún tango de los de las últimas décadas que me hubiese llamado la atención, creo que no podría ir más allá de Balada para un loco, Sin piel o El corazón al sur, que ya son oldies, como dice el argot musical norteamericano. Y si bien los intérpretes son impecables desde el punto de vista de la técnica musical, les falta personalidad, son poco creativos ,reproducen mal que bien los moldes clásicos.
Los intentos de fusión, como el tango-rock y otros por el estilo, son difíciles de asimilar para quienes hemos formado nuestro gusto de la mano de los clásicos del género.
No soy de los que piensan que todo tiempo pasado fue mejor. Como dice una canción de la Rinaldi, eso sólo lo puede decir quien no fue mujer ni trabajador. Pero, en materia de gustos, hay que afirmar como en los campos: Al burro, con lo que lo crían...Y yo me hice en tangos....
Hay una hipótesis interesante según la cual el tango es hechura de los hijos de los inmigrantes, lo cual explica los sentimientos tan matizados que lo penetran, y los intérpretes actuales ya no tienen esa misma sensibilidad.
Como dicen los italianos, si non é vero, é ben trovato.
Cierto es ,en efecto, que esa lágrima en la garganta que tenían Gardel y los grandes cantores del pasado, hace tiempos que fue enjugada vaya uno a saber por qué o por quién. Y sin esa lágrima, el tango cantado pierde su sabor.
Las orquestas clásicas tuvieron que abrir sus propios espacios y necesitaban identidad. Sus directores e integrantes sabían que estaban haciendo algo nuevo, muy propio de ellos, en lo que tenían qué verter toda su sensibilidad.
Ya le dije, por ejemplo, que Canaro se sentía un Toscanini. No llegaba a tanto, es verdad, pero su anhelo lo puso en la primera fila de los músicos de tango.
Hace años comencé una selección con El Entrerriano interpretado por la orquesta de Canaro, porque se trata tal vez del primer tango con identidad propia y porque Canaro, con todos sus defectos, es el tango. Ahí había una personalidad, como en Troilo, D´Arienzo, Fresedo, Di Sarli, De Caro, Varela, Salamanca, Salgán, etc.
Esa personalidad propia es lo que echo de menos en los intérpretes actuales. Piense, por ejemplo, en Leopoldo Federico. Es un excelente bandoneonísta, su orquesta es impecable, pero usted no la identifica de buenas a primeras. En cambio, si escucha a Biagi, a Caló, a Gobbi o a Pontier, ahí mismo sabe de quién se trata.
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Foto cortesía de El Espectador