miércoles, 13 de marzo de 2013

UNIDOS POR LA MÚSICA -- ORLANDO RAMÍREZ-CASAS




UNIDOS POR LA MÚSICA
 ORLANDO RAMÍREZ-CASAS


Dr. Héctor Ramírez Bedoya
(Corporación Sonora Matancera)

“Recuerdos muy tristes me quedan al verte en la noche alumbrar” dice el bolero “En la orilla del mar” del cubano José Berroa que canta Bienvenido Granda, el que metió al Dr. Héctor Ramírez Bedoya en el cuento de la Sonora Matancera. “A mí me gusta la música de la Sonora Matancera”, le dije cuando nos conocimos en el taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto, “pero la música que tengo metida en el alma es el tango”. Él se sonrió y me dijo “A mí también me gusta el tango. Lo uno no quita lo otro”. Nos hicimos amigos por el colegaje de la afición por escribir, por el colegaje de nuestro amor por la música, por ser contemporáneos y compartidores de vivencias, y por venir los dos del barrio Buenos Aires que era el tema de escritura que me ocupaba por esos días. Acogió algún escrito mío que insertó en su libro sobre la cantante Celia Cruz, recibió con beneplácito algún otro sobre él y sobre la Corporación Sonora Matancera de Antioquia, que publicó la revista Melómanos Documentos de Cali, y se metió en mi libro "Buenos Aires, portón de Medellín" como protagonista de vivencias en el barrio que nos vio nacer.
En la noche de la presentación de su libro sobre Celia me presentó al Dr. Luciano Londoño López, un personaje del que yo no tenía conocimiento, y pude deducir que ya habían hablado sobre mí y sobre el libro que yo venía escribiendo. El Dr. Luciano hacía parte de la mesa que apadrinó la presentación del libro de Celia Cruz. La simpatía entre el Dr. Luciano y yo fue mutua e instantánea, cosa que con el tiempo vine a apreciar porque descubrí que, a diferencia mía, no era él precisamente amigo de andar confraternizando a troche y moche. Me manifestó su interés por tener un ejemplar fotocopiado del borrador de mi libro, y lo leyó al detalle, con lupa, convirtiéndose en un lector crítico y dedicado que me aportó innumerables sugerencias y precisiones al punto de que, podría decirse, fue casi un coautor de ese libro. Tomó por costumbre llamarme casi todos los días, casi a todas horas, para hacerme algún comentario sobre el libro, o sugerirme la ampliación de algún tema. Percibí su molestia, y él no era persona que se preocupara por ocultar sus sentimientos, cuando me vio en dificultades para conseguir quién quisiera escribir un prólogo para mi libro y me vio tocar dos o tres puertas con ese propósito. Entonces un día me escribió una carta ponderando las virtudes de mi libro y, tan pronto la leí, lo llamé y le dije: “Dr. Luciano. Esa carta es el prólogo que yo estaba buscando”. Fue así como se convirtió en mi prologuista, y como conseguí que hiciera una excepción en sus costumbres misántropas y accediera a asistir a su presentación. Poco a poco descubrimos que teníamos muchas afinidades, y empezó a mandarme, y yo a él, artículos periodísticos y comentarios ilustradores sobre una gran cantidad de temas. Supe que había encontrado en él un interlocutor de excepcional inteligencia y percepción, que enriqueció mi vida abriéndome horizontes y estimulándome a poner especial atención en ellos. En nuestras conversaciones hablábamos de cine, de política, de economía, de literatura, de música en general. Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que es el interlocutor más inteligente que haya tenido en toda mi vida. Para bien o para mal, éramos dos meticulosos y perfeccionistas en las cosas que emprendíamos. Nuestras conversaciones nunca fueron banales, y siempre había un tema de interés sobre qué hablar, dejándome otro como tarea para investigar y poder después intercambiar ideas. Recuerdo la vez en que me preguntó “¿Qué sabes, Orly, sobre el manuscrito de Voynich?”. En mi vida había oído yo mentar tal cosa, y me puse en la tarea de averiguar, lo que me permitió hablar con él un buen rato al respecto. Siendo supremamente reservado y celoso de su privacidad, algún día me abrió las puertas de su casa y pude conocer también a Ligia, su esposa, y descubrir que ella era una espléndida anfitriona. Así supe que era él un estudioso y gran conocedor del tango, con un respetable prestigio bien ganado en la Argentina y en el Uruguay donde no sólo hizo parte de la Academia Porteña del Lunfardo y de la Academia Nacional del Tango, sino que llegó a ser considerado “el colombiano que más sabía sobre ese ritmo”, equiparándose a estudiosos y conocedores de allá con muchos pergaminos y kilates, con los que estableció correspondencia y amistad que fueron acrecentándose con sus aportes. Por esos conocimientos se hizo amigo de don Ricardo Ostuni, un indiscutible gurú del tema tanguero, y por su intermedio algún día resulté intercambiando correos con don Ricardo, a quien conocí personalmente en su primera venida a Medellín donde se ganó el apropiado apodo de “la biblia tanguera”. Nos presentó el Dr. Luciano.
A pesar de lo apretado de la agenda de don Ricardo en esa visita, pudimos sacar un rato para conversar en el hall del hotel, y la conversación derivó muy pronto hacia la amistad de él con el Dr. Luciano. Grabé esa conversación, y de allí salió una entrevista que fue publicada en varios medios en la que reafirmaba su posición de defensor de la tesis tacuarembista del nacimiento de Gardel. Allí me dijo don Ricardo algo que yo ya había descubierto por experiencia propia: “El Dr. Luciano es el interlocutor más inteligente que haya tenido. Con él se puede hablar de muchos temas y él sabe desarrollarlos con solvencia”. Esta frase, aplicada por don Ricardo al Dr. Luciano, es la misma que el Dr. Luciano pudo haber pronunciado aplicada a Dn. Ricardo. Eran un par de conversadores de primera línea, memoria prodigiosa, y seriedad en los planteamientos. De ellos aprendí el rigor histórico y el no transigir con consejas que se cocinaban en el difícil mundo del saber tanguero. Sus argumentos se ganaron mi respeto y, fiel a mi criterio de casarme con la verdad, no dudé en volverme también tacuarembista. De ellos aprendí lo de la teoría de los indicios en Historia, y aprendí a despreciar la historia que se escribe “de oídas” sin mayores confrontaciones.
Tres amigos relacionados con la música se han ido, y se llevan menos de un mes de diferencia en su partida. Cada uno de ellos agrega una cuota de dolor por la pérdida de un amigo que plasman los versos de Alberto Cortés: “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. Cada uno de ellos es una pérdida grande para la música popular en la ciudad de Medellín: el Dr. Héctor especializado en la Sonora Matancera; Dn. Ricardo, que se vinculó a los tangueros de esta ciudad con sus conocimientos; y el Dr. Luciano, con los suyos sobre tango y sobre la música caribeña. Los amantes de la música formamos una cofradía y, por lo tanto, la música de Medellín está de luto y yo “Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que hoy lloro y que nunca volverá”.
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Del sitio Festitango de Medellín:
 












EN LA MUERTE DE LUCIANO LONDOÑO / Jaime Jaramillo Panesso


 
 
EN LA MUERTE DE LUCIANO LONDOÑO

Jaime Jaramillo Panesso
 

Te moriste sin tomarte el último whisky.

No alcanzaste a medir tu ausencia

En los girones de melancolía

Que exhaló el viejo bandoneón.

Y ese despectivo giro que hiciste

Para sancionar al disco hablador

Del desengaño.

Nunca corriste detrás de un balón

Ni montaste en la bicicleta inmóvil

Del repartidor de cartas anónimas

donde decían que eras abogado

de un Gardel ahogado en tintas ológrafas .

 Moscas debieron posarse

en tus dedos artríticos

para firmar partidas de nacimiento

y escrituras de hipotecas

en tiempos de vacancia judicial.

Vos Luciano, el del agrio comentario

Con lenguaje notarial

En tu pequeña república de barrio

Con el ansia de ver por sus calles

Tus viejos amigos y el café tinto

En las arrugadas manos de una mesera

Que cantaba un tango y susurraba una cuenta

Que dejaste de pagar

Cuando eras estudiante de leyes.

Y  todavía te cabía en el pecho

Un domingo entero para escuchar

A Pichuco, tu padre natural de tu naturaleza

Partida en dos por los amigos de las teclas

Adustas del teclado de tu computador.

Te moriste sin tomarte el último whisky

Que quizás hubiera cargado tus pulmones

De una milonga celestial.

 

 

Medellín marzo 14 de 2013.

Para Ligia, su compañera.