..
..
..
Pepe
Aguirre en Medellín (2)
Víctor Bustamante
El destino de los cantantes es incierto, ya que cuando la
generación que lo acompañó crece en edad, muchas veces apacigua sus gustos, o
se desinteresan de su música y denigran de su juventud antes fervorosa en la
mundanidad. Entonces, llega otra generación que intenta avasallar con nuevas
propuestas musicales tanto a nivel de instrumentos, como a nivel de letras que
expresa sus preocupaciones del mundo contemporáneo. Hay una constante en el ser
humano: el canibalismo en todas las esferas. La idea de progreso y futuro,
muchas veces, lleva a desdecir de las manifestaciones artísticas anteriores
como anticuadas, como fuera de tono, ya que impera la moda como trasunto de lo
moderno. Por esa razón se acuña y aplica el concepto de modernidad, pero no
olvidemos que la modernidad también envejece, en lo teórico, al correr sus
alambradas en cada generación. A pesar de estas disquisiciones teóricas, queda
algo: la música, al escucharla, instala ciertos destellos, como cuchillos que
se deslizan hacia la nostalgia como refugio y quimera.
Ante esa variabilidad, insaciabilidad se antepone lo clásico;
lo clásico es lo que queda, lo que se contrapone a las modas. Para llegar a su estatus
de creatividad se necesita talento; eso es el tango, lo clásico. Lo imponderable.
Muchas músicas llamadas modernas se destiñen a los dos o tres años, ya que la insaciabilidad
del maketing aceita la maquinaria publicitaria para los incautos. En este orden
de ideas me atrevo a decir que Pepe Aguirre es un clásico de lo popular, que
difiere del tango considerado como música culta. De todas maneras, ambos son la
cara de la misma moneda.
De ahí que mientras Pepe Aguirre ante el avasallamiento de
la Nueva Ola chilena, fuera dejado de lado, así como ocurrió en otras latitudes.
Pero él no quería verse jubilado ante los medios que cerraban sus canales, ante
los cafés que cambiaban de decorado, de música y de saloneras. En la Argentina
misma cayeron en la trampa tendida por el maketing, ya que otra generación tuvo
como enlace más próximo a Elvis Presley, caso de Sandro y Palito Ortega. Esa
rebeldía, impugnó al tango, solo se atrevió a desafiarlo Astor Piazzolla
creando lo que se llama una variación, el tango clásico. Muchos argentinos desdeñaron
de lo valioso de su patrimonio, comparable al Jazz y al blues. Y esto es
decirlo todo. De tal manera muchos tangueros huyeron del mismísimo Buenos Aires
creando una diáspora.
Algo es cierto el tiempo ubica su puñado de melancolías y trae
otras propiciadas por las disqueras. Si miramos en YouTube la aceptación de Pepe
Aguirre, notamos lo siguiente, Frivolidad
posee 8 millones y medio de visitas, y también observamos el grado de
aceptación de Muñeca de loza, de Naufragio, mientras son pocas las visitas
para escuchar a Gloria Aguirre, su hija, con sus canciones modernas que no calaron
sino en su momento. Es decir, Pepe Aguirre se impone aún después de grabar
estas canciones hace tanto tiempo. Posee sus adeptos, sus noctámbulos comidos
por la tristeza, y el sedentario sitio del sentimental en las diversas cantinas.
Ser sentimental es una fuerza interior que se desliza hacia la melancolía y a su
grado más alto, la tristeza. Precisamente esas canciones populares expresan ese
estado, y más fervoroso si es acompañado con licor en un bar, con la angustia
de ver una salonera caminando, y si es bella, es más triste esa soledad: corta
con sus agujas. Si en Proust al tomar una magdalena se le vino de golpe el
mundo de los recuerdos para escribirlos, y describirlos en una obra maestra
total, En búsqueda del tiempo perdido.
Así funciona la música, al escucharla, entrega de nuevo momentos de esplendor,
o instantes desolados; o sea, los destellos que sacuden. De ahí que el mundo de
las sensaciones y el ser sentimental abre sus territorios oscuros, para muchos
primarios, pero es innegable, hacen parte de cada persona para tiznar el
imaginario popular. ¿Sí o no?
Precisamente ese sentir llevó a que Pepe Aguirre, fuera tan escuchado
en Guayaquil, ya que su público lo iba a buscar allá entre licores y las
mujeres de todos y de nadie; total desolación. Eso sí con todo el licor y otros
caramelos multicolores de alto octanaje.
¿Uno se pregunta por qué? ¿Qué hay en estas canciones? Por
supuesto, que la vida que destila gota a gota y que discurre tango a tango en
su icono preferido, una mesa de cantina. En Frivolidad
de Mario Ríos, un vals, hay nada menos que la historia de un
amigo que bebe con otro de más experiencia, el cual le pide que no beba más
ante los celos y el desamor. En este vals del Pacífico con letra de tango que
asume las características del vals peruano, Pepe Aguirre le da su toque, su voz
resuena en esos adeptos comidos por la melancolía más procaz, la de los hombres
que, al no querer llorar, lloran de otra manera, bebiéndose el mundanal ruido. De
igual manera en Muñeca de Loza,
también de Mario Ríos, existe el gesto nunca aplazado de María Isabel que se
casa por dinero y apellido con el hombre que no amaba; clásica situación que se
da en el theatrum mundi, al cual responde con soltura y desparpajo, otra María
Isabel, que dice, eso es cierto, pero con el tiempo una empieza a quererlos y
si tiene mucho dinero, se les quiere más rápido. Mientras tanto el drama
irremediable persiste en esa canción al escucharla y al beber de nuevo. Otra de
las canciones solicitadas de Pepe Aguirre es Jornalero, donde se narra el caso del obrero que trabaja día y día,
sin poder remediar su existencia mientras el patrón lo exime de una vida de
lujo al este continuar en la eterna mansedumbre de su trabajo mal pagado.
Carlos Serna había enviado su cuestionario a Pepe Aguirre y
a su esposa, pero nada que respondían. Como a Medellín había llegado a
presentarse el empresario Juan Carrera con su hijo Juan Carlitos le pidió el
favor de que lo contactara con Pepe Aguirre. Juan Carlitos, con el tiempo se
convirtió de niño prodigio, en musicalizador de programas en la televisión
chilena, hasta llamarse Juan Carlos, “Caco”, Carrera. Cuando por fin respondió
Pepe Aguirre, contó que estaba casado con Carmen Hayden y tenía un hijo que se
llamaba José Luis. Sus gustos musicales eran Gardel y Charlo. Además, no había
salido de su país, y le gustaban los deportes. Admiraba a Porfirio Díaz como un
maestro de la música. Le envió una foto autografiaba. Además, contaba que había
trabajado en el Banco del Estado.
Cuando Aguirre llega a Medellín ya había perdido el entusiasmo
por sus tangos. De ahí que, en el Club Unión, haya querido cantar canciones de Gardel
como Tomo y obligo, y no las suyas. Aún
él se haya herido por esa generación posterior que no quería escucharlo.
En Barrio Triste, que no es triste sino de profusa labor de
mecánicos, por supuesto, bebedores. Cuando a un mecánico se le extravía algún
tornillo de un carburador, solo le queda un trago áspero en la mañana y a
cualquier hora, ante el olor a grasa y a gasolina, para seguir buscando el
tornillo. El Pibe Mendoza, en su almacén, había situado la foto de Gardel y de
otros cantores en la pared de su oficina, acompañados en las aceras por la
sucesión de los talleres vecinos nada menos que por diversas piezas de autos
desbaratados, que quizá algún día servirían para algún cliente afanado. Por
supuesto, que fulgía la foto acompañado de Pepe Aguirre, en su taller. Allí
fábrica espárragos, y se llama Espárragos El Minuto, que son tornillos con
tuercas a lado y lado, sin cabeza. El Pibe era todo un tanguero de ley así no
poseyera una vasta colección de discos. Eso sí, cada 24 de junio, con Chepe
Rúa, llamado por el Gordo Aníbal, “el Ruiseñor de los Alpes”, celebraba la
muerte de Gardel. En Manrique, junto a su estatua, le había dispuesto un
farolito, para que lo iluminara cada noche. Cada 24, desde la mañana iba a
pintar la estatua de Gardel, y en las noches le daba una serenata. Alguna vez ideó
un mano a mano entre Juan Carlos Godoy, Armando Moreno y Pepe Aguirre. Allí
cada uno le entonaba dos o tres de sus mejores tangos acompañados por bandoneón
y guitarras, incluso el Pibe cantaba un tango de su autoría para vivir su noche
de gloria, y eso sí seguir bebiendo en las últimas casas de Lovaina, y maldecir
a quien siempre le robaba el farol a Gardel. Aun recordaba las palabras de un
cliente, si quieres ser alguien en tu puta vida, aprende tangos de Gardel.
El Pibe Mendoza dirigía el equipo de futbol de Barrio Triste,
formado, eso sí por mecánicos, también de la Bayadera. El equipo se llamada
nada menos que Espárragos, pertenecía a la categoría de ascenso en la Liga Antioqueña
de Fútbol. Espárragos tenía un pequeño problema, muchas veces para los partidos
la alineación se encontraba incompleta, ya que algunos de los mecánicos se asilaban
en su guardería de Enciso, que era su guarida, escuchando tangos y bebiendo,
como homenaje a ese coctel de fiesta: futbol y tangos. El mejor jugador del
equipo se llamaba Orlando Saraz que llegó a jugar en el Poderoso DIM, le decían
Meleguindo. Nada.
La afición por Pepe Aguirre continúa con el coleccionista
Toño Cuellar que, durante los Juegos Panamericanos de Cali en 1970, buscó en la
delegación chilena a algunos deportistas para preguntarles por Pepe Aguirre; quedaron
lelos, nada sabían de su compatriota, pero sí el médico de la delegación, quien
le prometió contactarlo con el cantante. Toño necesitaba algunos discos para
completar su colección. A los días el mismísimo Pepe le respondió que no poseía
ninguno de los títulos pedidos y, por el contrario, le solicitó que le enviara diversos
discos que él tampoco poseía. Luego, Toño decidió venirse a vivir a trabajar de
plomero a Itagüí, se trajo su colección de discos, unos siete mil. Además, venía
con su empleada, Edilma, que seleccionaba discos de 78 RPM en su Bar Donde Toño.
A Itagüí fue Pepe Aguirre a visitarlo.
Pepe Aguirre tuvo como acompañante musical con su acordeón a
Federico Restrepo hasta 1977. Federico se convertiría en su acompañante fiel
durante esos años hasta que entró a trabajar en la Casa Gardeliana. Federico
actuó en Los músicos de Víctor
Gaviria. Además, es un músico talentoso que persiste, a pesar de las
dificultades de su visión. También en Medellín a Pepe Aguirre lo acompañó en
sus conciertos el guitarrista Carlos Jaramillo.
Miguel Ángel Nova, guitarrista y compositor, director
musical de Discos Victoria, trabajó diez años con Pepe Aguirre. Añade en una
entrevista que le realizó Alberto Burgos Herrera que, a él, le perdonaba todo
porque fue el cantante más querido que conoció: “Pepe, de más de 70 años,
parecía un muchacho y la vida para él era una sola fiesta, jamás se le veía aburrido
y era un hombre espontáneo, suelto, tomatrago, parrandero, enamorao, y el
hombre más feliz que yo conocí en mi vida; cuando le escribía su hija Gloria
Aguirre, que vivía en Nueva York, me decía:
—Me escribió mi hija, dice que me vaya, pero yo no me voy de
aquí de Medellín.
Pepe para mí fue un gran amigo, y cuando murió yo me puse a
llorar. Una vez nos fuimos con él a trabajar a Turbo —actuábamos lunes día de
fiesta—; salimos de acá desde el jueves anterior, Alonso Galdini, Alberto
Laverde, Bolívar, Miriam Araque, Saúl Valencia (Valenti), Pepe Aguirre, mi
persona y otros; en total éramos 12 personas. Como éramos tan miedosos para
montar en avión, entonces cogimos la línea terrestre a las 6 de la tarde; cada
uno compramos una botellita de aguardiente pa'l camino, pues eran 14 horas de
viaje; Pepe Aguirre había comprado una garrafa de aguardiente. En Chigorodó,
este maestro solo, se había tomado una garrafa de aguardiente; entonces se bajó
y compró otra botella y cuando llegamos a Turbo, no tenía sino un asientico....
y ¿sabe qué decía?:
—A mí, aquí en Medellín, no me hace falta nada, ni nadie”.
Queda la certidumbre de saber la razón por la cual Pepe
Aguirre se vino de Chile a Medellín. Aquí descubrió el ambiente y el
reconocimiento tanguero, aquí entre guitarristas, cantantes, cafés, bares y
prostíbulos, y un ambiente bohemio, se encontraba su hábitat propicio. La
música, los valses y los tangos y, sobre todo, la música cantada por él era
escuchada en los bares y emisoras. Manejar taxi en Santiago de Chile no era oficio
para un gran cantante, era la letanía para su fracaso y para el olvido. Lo
comprobó cuando al salir a cantar en el coliseo cubierto durante el Festival de
Tango en 1974, el aplauso ensordecedor, el fragor de los vivas, los gritos, más
aplausos, y el coro con su nombre presente en el bullicio, lo desconcertaron. Sí,
esa manifestación espontánea de cariño, era para él. Nunca había escuchado un
público que cantaba sus canciones. Nunca había escuchado una manifestación de
apoyo que, cómo un chantaje afectivo, lo obligaron a mirar hacia platea, hacia
las tribunas que no era el tribunal de una generación, sino un público que no
conocía, amoroso y contundente, vital y entregado a él. Nunca olvidaría como
esos aplausos, eran no solo el reconocimiento que requiere un artista sino el
fervor que necesitaba para sacarlo del ostracismo. Algo era cierto, en otra
ciudad, Medellín, su música acompañaba a los solitarios y bebedores nocturnos que
son los únicos que también manifiestan su verdad. No olvidemos ese adagio que
señalaba, en una inscripción en el Bar Árabe ahí en el corazón de Guayaquil, Los
niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Así Medellín se convirtió en su
otra ciudad. No era para menos, aquellas personas salidas del azar y de la
baraja del destino, por las calles, en los cafés, en los bares, en sus
conciertos; él, sí, él ya las había descrito en sus tangos.
Una noche, con sus músicos, terminaron
por los lados del Bosque. Los acompañaba un músico con las sienes plateadas,
merendero que, con los arañazos perezosos a su guitarra destemplada cautivó al
cantor, ya que imitaba su voz y vivía de sus canciones de bar en bar por las
calles nocturnas de Medellín. Pepe, toda una estrella, conmovido, lo invitó a esa
noche de farra, agradecido por perpetuar su memoria. Además, Pepe quería buscar
a Matilde. Al llegar a la Cueva del Oso, fue una fiesta. Desde la madame hasta
las pupilas lo reverenciaban, diciéndole Maestro. Luego, mientras sus músicos
de clase conversaban alejados, el guitarrista, en un allegro ma no tropo, se
quedó bebiendo en un rincón a oscuras, y tocando su guitarra con las canciones
de Pepe Aguirre, serenata casual, mientras lo acompañaba a la distancia. En su
cuarto a Pepe su amiga le susurraba sus propios tangos. A Matilde, le decían la
Galleta, -todos los feligreses querían comérsela-. Ella se casó con uno de sus
clientes y ahora es una gozosa abuela jubilada que dice: conocí la música de Pepe
Aguirre cuando tenía diez años. Con el tiempo toda la familia lo escuchaba en
las emisoras y luego en la radiola de la sala. ¡Siempre me imaginaba que él era
un hombre muy bueno, amistoso, generoso, un amor! Y ahora qué tristeza todos están muertos
incluyendo hasta mi madre. ¡Que música tan bella! Donde esté Pepe sé que está
prendidito y rodeado de guitarras y notas musicales.
Desde mayo de 1945, Pepe Aguirre había interpretado de un compositor
colombiano, Abel de Jota Salazar el tango Cruel
incertidumbre. Ellos no se conocieron; Aguirre vivía su esplendor en
Santiago de Chile y Abel de Jota, vivía de una manera apacible en Chinchiná, administraba
su cantina, El cantor, poseía un gran perro negro casi amaestrado, eso sí muy
responsable, que le llevaba no solo el almuerzo al trabajo desde la finca, sino
que cuando Abel de Jota, iba de fiestas y a dar serenatas le traía de regreso
las notas musicales, sus partituras, y a veces la guitarra.
Uno de sus amigos con el cual alternaba Pepe Aguirre, en
presentaciones de conciertos fue el cantante, Carlos Alberto, El Morocho del
tango. Ambos se presentaron en heladerías por la América, en la Casa Gardeliana
y en diversos pueblos de Antioquia. Me decía Carlos Alberto: Pepe fue uno de
mis ídolos, era una persona amable, y con una costumbre bárbara, le gustaba
mucho tomar lo que él llamada el Peinemono. Me refiero al perico, pero del
bueno, añade, que era echarle a un pocillo de café con leche dos rones. En esas
se mantenía Pepe, tomando café con leche, lo cual sorprendía a sus fans al
verlo tan serio y tan dedicada a su arte, pero ya sabía él que dos rones en cada
perico, le mantenían el pulso para sus actuaciones.
Pepe Aguirre, ya a sus anchas en Medellín, junto a Juan
Carlos Godoy, Roberto Mancini, y Eliseo Marchesse, con los bailarines German y
Marina visitaron barrios y grilles, teatros y cantinas, para mostrar su arte
junto a la Heroína Carrancha, una mujer morena de cabello negro de ojos
almendrados, al decir de Jairo Osorio, gran bebedora, bailarina de tangos y pasodobles,
originaria de la Cantina de los Carranchos, ahí en Los Huesos, regentada por
Carolina Álvarez que prestaba a sus hijas para la fiesta en su casa familiar
convertida en cantina de noche y poder vender licor
Alberto Rossi, uno de los cantantes de tango de Aranjuez,
relata entre su lunfardo que no lo dejaba concentrarse, porque una de sus
patrias era Buenos Aires, como logró que la Sociedad de Mejoras Públicas del
barrio, le patrocinara los Sábados de Tango, en el segundo piso del Café el
Faro, acompañados por el maestro Eliseo Marchesse ejecutando el bandoneón, el
guitarrita peruano, el Cholo Gómez, y Rafael Brand. Rossi con El esquinazo, llegó
a invitar y a compartir escenario allí con Pepe Aguirre, Oscar Larroca, Andrés Falgás,
Armando Moreno y Alberto Podestá.
En Medellín, por Maturín, Pepe Aguirre dirigió su negocio
propio; El Hotel el Deportista, que era un lugar de paso para las personas
provenientes de los pueblos, personas de un perfil diferente a las que
habitaban las pensiones de paso en el Guayaquil profundo. Pero también, Pepe,
poseía un hotelito, Lindas, por Cundinamarca cerca a la Plazuela de Rojas
Pinilla, para las parejas efímeras que se poseían en los fulgores del deseo y
que recuerdan como a través de esa manera queremos unirnos, aunque sea
momentáneamente, con otra persona. Idea que viene de Platón y que Schopenhauer
reforma en otro sentido, que el cauto Borges llama, el secreto, pero que en
lenguaje popular se denomina follar, hacer el amor.
Pepe Aguirre tuvo una pareja en Medellín, Amparo Castañeda.
Y es cierto, el mundo de Pepe Aguirre discurría al lado de Ovidio
Barreiro, Carolina Gómez, Aníbal Rey, Alberto Rossi, Armando Moreno, Óscar
Larroca, Andrés Falgás, Agustín Irusta, Juan Carlos Godoy, Alberto Podestá, el
Sexteto del Tango, Raúl Aguirre, Coco Potenza, Lalo Martel, Roberto Mancini,
Hugo del Carril, Agustín Volpe, Orlando Contreras, Eliseo Marchesse el Cholo
Gómez. Este era su ambiente primordial, y aquí cantó junto a ellos, aquí los
vivía en su plenitud. A Medellín por nada lo dejaría. Las personas de esta
ciudad le habían arrojado los afectos y lo habían atrapado. Necesitaba cantarles, así como los aplausos,
las mujeres, la bohemia; es decir, respiraba de una manera total su universo
poblado de sus tangos y de sus valses.
Esa presencia por el cantor, por Pepe Aguirre en Medellín,
la manifiesta Jaime Jaramillo Panesso:
Sucre
Cuellona la cosa señor
si usted trata de averiguar
por el trio San Juan
o por Los Panchos
cuellona señor
porque ya no viven allí
pero durante muchos años
cantaron con los muchachos esquineros
las barras hacían globos y papeletas
que reventaban a la media noche
del diciembre trasnochador
y en los cercanos puentes de La Toma
mezclaban a Agustín Irusta
con Pepe Aguirre y Olimpo Cárdenas
y así bachilleril y trompo
con canas de barrio salesiano
creció Sucre Boston delgado
con árboles cascovaca
y balones en las calles de leve
inclinación
cuellona la cosa señor
pero se puede ir al parque
y ver las bancas con obreros textiles
que no viven allí
con doctores que si son vecinos
y toman jugos al medio día
y aún comen sabaletas fritas
de un río que ya murió.
.
Bibliografía:
-Serna Carlos. Entrevista por
correspondencia a Pepe Aguirre. El Colombiano
-Burgos Herrera. Alberto: Aquí también
se canta el tango, Medellín, 2007.
-Así es la vida de un coleccionista de
música, Revista Diners, Bogotá, Ed. 152 de
noviembre de 1982.
-Bustillo Naranjo Hugo. Aranjuez 80 años. Ed, Vieco e hijas, 1998.
-Osorio Jairo, Niquitao. Una geografía
de cruces. ITM, Medellín, 2008.
-Jaramillo, Jaime Escobar. Medellín en la poesía # 25. Biblioteca Básica de Medellín, ITM, 2006.