lunes, 7 de mayo de 2007

La música que es como la vida Orlando Mora




La música que es como la vida
Orlando Mora


(Fragmentos)

Cuatro años le bastaron a Alfredo Lepera para alcanzar la gloria y también la muerte. El encuentro con Gardel en 1931 cambió el rumbo de su vida, con el Zorzal alcanzó a conocer la luz enceguecedora de la fama, y en la trágica tarde del 24 de junio de 1935 sus sueños ardieron en el mismo fuego. A pesar de "Carrillón de la merced" con Santos Discépolo, Lepera pertenece a la historia de la Canción Argentina por sus composiciones con Carlos Gardel, tan famosas que hoy se dicen como parte de una memoria colectiva.

Qué traían de nuevo las letras de Lepera es una pregunta que extrañamente pocas veces se for­mula. Algo por lo menos fundamental: el olvido definitivo del Lunfardo como lenguaje del Tango y su sustitución por unos versos limpios, acomoda­dos al sentimiento de un ciudadano cualquiera, con prescindencia de toda mención a la vida de guapos y malevos. Con ellos el letrista se adelan­tó a su momento y anunció de alguna manera lo que sería el gran Tango de los años cuarenta.
Digo otro lenguaje diferente pero no menos duro. Lo sabrá quien recuerde los versos de "Cuesta abajo", por ejemplo; solo que además de ese registro está el otro fino, delicado de "Golon­drinas", "Sus ojos se cerraron" o esa vieja reflexión de todos los tiempos: "Volver".

Periódicamente vale la pena regresar a Lepera. Los caminos para ello son muchos, y el primero es por supuesto el de la inevitable voz de Gardel.

O también ese otro que dejó Edmundo Rivero cuando redescubrió los ecos más profundos de los Tangos de Lepera y que aparece en el disco de homenaje al Morocho. En la voz de Rivero se descubre por qué "Soledad" es una de las cumbres de la música popular del Continente. El autor de su letra hizo ciertos los versos del poeta: "Hemos luchado tanto para alcanzar la muerte".
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Se habla del tango como la canción ciudadana-La referencia es a Buenos Aires, Montevideo y más ampliamente a cualquier otra ciudad de nuestro Continente Latino. Esa mención apunta a que el sentimiento que el tango recoge y expresa es el propio del habitante de la ciudad, del pobla­dor de un espacio distinto al del campo. Es la constatación de que la Vida en la ciudad tiene sus señales, que en ella se rompe un nivel de comu­nicación con la naturaleza y se pierden unos sig­nos de identidad que no se recuperan nunca.

La ciudad depara experiencias nuevas, dife­rentes. Una de ellas tiene que ver con la sensación de abandono en medio de la gente y la certeza diariamente aprendida de que solo valdrán los propios recursos. La agitación, el ritmo frenético de la vida y al mismo tiempo la inminencia del vacío, del desamparo.

El tango como ninguna otra música del conti­nente cristaliza ese sentimiento de soledad. Segu­ramente por el hecho de haberse creado en las afueras de una ciudad en expansión, en las entra­ñas de una marginalidad aumentada por la pre­sencia del inmigrante. La dimensión de la gran ciudad sirvió para que nunca el peso de ese ori­gen se perdiera.

"Estoy mirando mi vida en el cristal de un charquito/ Y pasan mientras medito los sueños perdidos, las horas marchitas", comienza un tan­go de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Y si bien la sensación de soledad se proyecta con más fre­cuencia en relación con una mujer ("Si supieras que estoy solo, entre tanta y tanta gente./ Si supieras que estoy triste mientras ríen locamen­te" en "Vendrás alguna vez"), la verdad es que el espacio de reflexión alcanza a la madre, a los amigos, al barrio pero siempre vistos a través de la imagen de alguien que dialoga consigo mismo.

Por eso no es vano decir que el tango es la canción del Hombre solo y ello nos vuelve com­prensible el ensimismamiento de alguien que es­cucha en un rincón "La última curda": "Ya sé no me digas, tenés razón, /la vida es una herida absurda", y sabe que sin embargo, no es posible detenerse. Un sentimiento inédito en el campo, posible solo en la ciudad.
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Hay siempre una discusión a punto de surgir en toda reunión de gente de tango, un tema que difícilmente podrá soslayarse una vez superado el inevitable de si Carlos Gardel es el más grande cantante de toda la historia. El acuerdo en este punto despeja el camino para el forcejeo por la meritoria segunda posición.

Imposible conseguir en este punto una coincidencia. Son muchos los nombres que se encuentran en esa que pudiéramos llamar el grupo de los cantantes mayores. Unos hablarán con entusiasmo de Ignacio Corsini o Charlo; otros pensarán en Fiorentino en sus días estelares con Troilo; alguien más recordará a Raúl Berón con el respaldo de Lucio Demare o Caló; muchos reclamarán que el tango alcanzó las más altas cumbres en las versiones de dos cantantes como Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche.

Creo que la discusión es inevitable y definitivamente estéril. Y lo es porque no estamos en ida de algo que pueda graduarse objetiva­rte y cada quien habla a partir de la emoción sus distintos momentos. He dicho que la música popular con su poder de evocación nos habla distintos lugares, nos remite a espacios personales que son intransferibles y eso explica una determinada voz pueda acompañarnos hoy mejor que otra.

El tango no escapa a esos días distintos de que hablara Barba Jacob. No están todas las noches para que Ignacio Corsini sea el mayor ni para que Hugo del Carril diga su canción como nunca; de pronito es tiempo de Alberto Morán con Pugliese, o el drama de ese día va con el desgarro de Goyeneche o en un olvidado disco de Héctor Mauré está de pronto la medida de ese sentimien­to indefinido que desde el otro lado nos reclama.

Nunca podremos decir con certeza y de manera irrevocable quien ocupa la segunda línea tras de Gardel. Conocemos quiénes están entre los mejores, y ni eso siquiera podrá salvarnos de sentir que un cantante menor nos deja en una noche la emoción que ningún grande podría despertar.
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En medio del esplendor de las luces de Caño 14 Aníbal Troilo interpretaba con su Cuarteto el último tema de la sección instrumental: "Pablo". Se apagaron los reflectores y envuelto en una sola luz blanca quedó Pichuco en el centro del escena­rio, mientras comenzaron a sonar en solitario los acordes de "Malena" en bandoneón y luego otro golpe de luz trajo desde el fondo la frágil figura de Roberto Goyeneche. Un beso en la mejilla de saludo y ya vivía en ese instante el reencuentro de los dos nombres mayores de la noche de Buenos Aires. Es esa la imagen que insistentemente me vuelve cada vez que escucho la voz del Polaco.

La unión de Troilo y Goyeneche estaba más allá de esas actuaciones circunstanciales en el ya de­saparecido rincón de Talcahuano. Muchos años antes Goyeneche había llegado a la Orquesta de Pichuco y había deslumbrado con la fuerza de su voz. En un disco como "El Polaco y yo" Troilo lo acompañó en versiones históricas como "Garúa" y "Cómo se pinta la vida". Días más tarde y luego de una desvinculación definitiva de la Orquesta, las dos figuras coincidieron en la decisión de hacer un nuevo trabajo con temas clásicos que nunca habían grabado. Se realizó así 'Te acordás Polaco"?. Y quedó el afortunado registro de "Una canción", "En esta tarde gris" o "Trenzas" en una producción de verdad histórica.

Hoy el Polaco es una leyenda en vida. Se habla de la droga, del desorden de su vida y un oscuro reproche parece surgir ahora cuando sus versiones sueñan con el ahogo de un fuelle a punto de desinflarse. Lo que se olvida es que ningún artista crea a partir de la comodidad y el buen juicio, que algo del infierno ronda sus búsquedas y Goyeneche no escapa a los tormentos de ese destino. No se puede cantar como él lo ha hecho impunemen­te. Lo supo la Piaff, la Alondra francesa, y alguna vez lo dijo.

La voz del Polaco es la más intensamente tanguera de los últimos años. Y ese timbre, esa voca­ción dramática fue aumentando a medida que pasaban los días y la voz fuerte de antes se cam­bió por una honda y angustiada. Por eso sus últimas grabaciones lo muestran en el más deso­lado y estéril esfuerzo por mantenerse fiel a lo que fue su propio estilo y ya en la antesala de la derrota definitiva ante la muerte. Pero eso ahora no importa.
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Hijo del legendario Pascual Contursi -el autor de los versos de "Mi noche triste" con los que Gardel iniciara en el remoto 1917 el tango canción-, José María Contursi pertenece a la línea de los mejores letristas de la música de Buenos Aires. Desde me­diados de la década del treinta comenzó una pro­ducción que sorprende por su calidad inalterada y la inconfundible personalidad de su lenguaje. En una apretadísima lista de los cinco o seis mejores letristas del tango tendría que aparecer necesaria­mente el autor de "Este viejo corazón".

Los tangos de Contursi se ocupan casi siempre del amor. Aunque este tema no ha escapado al tango de todos los tiempos, los compositores de la llamada generación del cuarenta lo trabajaron de manera especial y entre ellos se destaca con luz propia el compositor de "Verdemar" y "Som­bras". Su muy fina sensibilidad y el gusto literario de sus letras se avenían perfectamente con esa temática y por eso a pesar de Manzi, Cátulo y otros grandes, tal vez haya que decir que José María Contursi ha sido el gran letrista del amor en el tango. El amor en el instante del remordi­miento y las sombras, tal como se siente en su tango "Gricel" de 1939 y en los versos terribles de 'Tabaco": "Están mis ojos cerrados/por el terror del silencio,/mi corazón desgarrado/porque no me he perdonado/todo el mal que te cause".

Contursi fue una figura cumbre de su genera­ción, capaz de concebir un tango de corte diferen­te al que realizaron su padre y el primer grupo de compositores. Usando un lenguaje completa­mente depurado de toda influencia lunfarda, sus versos apuntan a reflejar el mundo sentimental, amoroso de un hombre cualquiera de Buenos Aires, lejana ya toda la mitología de guapos y cuchillos que marcó el tango en sus comienzos. Por eso la vigencia de unas composiciones que hablan de la Pena del Amor, de la realidad del olvido o del hombre en la noche de las culpas.

José María Contursi nunca fue un poeta veni­do a menos, nostálgico de otros destinos y se sintió por el contrario a gusto como creador den­tro del ámbito de la música popular más impor­tante de América Latina: El tango.

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Orlando Mora Patiño nació en Medellín es abogado de la Universidad de Antioquia y es nuestro principal critico de cine.

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