lunes, 17 de diciembre de 2007

Evocando a Roberto Goyeneche



Evocando a Roberto Goyeneche

Qué falta nos hacés, Polaco

Reinaldo Spitaletta

¿Quién era ese cantor que sugería silencios, cantaba el punto y coma, y se quería morir en cada irrepetible interpretación?, ¿quién era ese fraseador impecable que, según tantos, fue el vocalista con más calidad expresiva que ha tenido la canción de Buenos Aires? Roberto el Polaco Goyeneche (29 de enero de 1926-27 de agosto de 1994) cuando se murió, hace once años, era una leyenda popular, amado por rockeros y músicos de otros géneros, y, por supuesto, por los seguidores del tango. La leyenda continúa.
Entre los militantes de la logia tanguera (bueno, también entre los de la salsa, la ópera, el jazz...) siempre se dan discusiones, casi siempre bizantinas, muchas de las cuales pueden terminar a puñetazos: qué este es el mejor, que el dios es Gardel y los demás son sus querubines, que en el Olimpo están también Marino y Floreal y Dante y Durán y Rufino y Morán y Rivero y Sosa.
No importa. La lista de los elegidos es mayor. Pero, sin duda, el Polaco (bautizado así por el Paya Díaz) dejó un legado de excelente interpretación, un artista 'con vicios de cantor'. Poseedor de un oído absoluto, que jamás desafinó, ni siquiera en sus tiempos de decadencia, cuando su garganta con arena seguía atrayendo a los duendes de la noche porteña.
Goyeneche se inventó a sí mismo, con un estilo heterodoxo, respetuoso de la gramática y de las letras, que, como diría el periodista argentino Jorge Göttling, llenó el tango de sugestión y lo hizo más creíble. Su modo de cantar, de decir, hizo que, en diversos escenarios, lo compararan con Sinatra, con Maurice Chevalier o con Edith Piaf, como pasó en sus presentaciones en París. En su debut en el teatro Chatelet de la capital francesa, con un auditorio sapiente que no sabía español pero entendía la calidad del artista, Goyeneche cautivó tanto que en los diarios lo calificaron como 'el nuevo gorrión de París'.
Goyeneche es capaz de enmudecer al público leyendo la Biblia o la guía telefónica', según un comentario de Le Monde. Su estilo, tantas veces irreverente, hipnotizó en su patria tanto a los amantes del género como a los jóvenes rockeros, porque, para Goyeneche nunca el tiempo pasado fue mejor. Siempre estaba en renovación. 'Tanta fue la veneración popular que, sobre el final, con la respiración empaquetada por el rigor del enfisema, el público aplaudía hasta su tos', declaró Göttling.
Tal vez uno de los momentos cumbre del cantor fue su concierto de 1982 en el teatro Regina de Buenos Aires con Astor Piazzolla. A ambos siempre les molestó lo repetido, 'la naftalina', y ambos, a su modo, eran revolucionarios, vanguardistas. Piazzolla calificó ese encuentro como una 'unión de amor', de la cual quedan versiones como Balada para un loco, Garúa, Cambalache y Chiquilín de Bachín, entre otras. '...Siempre digo que al que no le gusta Piazzolla se embroma. Mi madre siempre decía que los caballos no comen bombones y eso va para quienes no lo entienden: Piazzolla fue puesto por Dios para que le coloque membranas auditivas a la gente, para que la gente aprenda a escuchar. Cuando Dios lo puso sobre la tierra le dijo: 'vaya y eduque a la gente. A los que tienen orejas de burro póngales membranas auditivas', decía Goyeneche.
Desde su aparición como cantor, en la orquesta de Raúl Kaplún, en 1948, hasta sus días finales, Goyeneche entregó todo por el canto: 'tu vida tiene un karma, cantar, siempre cantar', le compuso Cacho Castaña, en una creación que se volvió un bello retrato del viejo Goyeneche. Otro de sus momentos históricos fue en 1991 el espectáculo 'El rock homenajea al tango', en la Nueve de Julio, la avenida más ancha del mundo. El Polaco cerró una noche en la que habían desfilado, entro otros, Alejandro Lerner, Juan Carlos Baglietto, Fito Páez, Patricia Sosa. Cincuenta mil pelados lo ovacionaron largamente.
La vida del Polaco fue una extensa lección de interpretación. Charles Aznavour, por ejemplo, se fascinaba con el modo de frasear del argentino. De su paso por el mundo quedan múltiples muestras de excelsa calidad, de la cual dan cuenta 349 grabaciones, sus apariciones en películas como Sur y El exilio de Gardel y cada noche de su ciudad, en la que renace.Lo recuerdan, todavía, asuntos más elementales, como su barrio Saavedra, su equipo el Platense y alguna mesa de cafetín de Buenos Aires. El loco nos sigue invitando a volar por las cornisas con una golondrina en el motor. El día no amanece y es cuando hay que hacer un pedido inacabable: Polaco, cantanos un tango más.

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