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Café Alaska
Víctor Bustamante
Para Jairo León Cano
La representación del
tango en Medellín puede estar jadeando ya que otro de sus cafés, El Alaska, sufre
el menoscabo de verse lejos del ideario
de sus asistentes, es decir, desaparecer, pero algo es obvio, este lugar aún continúa
vigente, trajinado por los diversos habitués que asisten para prolongar y
prologar un encuentro, ya sea para jugar cartas, jugar billar, pero, sobre todo,
para escuchar como música de fondo, esa gran compañía, de la música de Buenos
Aires. Muchos de ellos son expertos en tango, muchos de ellos se saben sus
letras, muchos de ellos saben muchísimas anécdotas, muchos de ellos viven esta
música y la acompañan con una buena dosis de licor para escudarse de la rutina
de cada día; persisten con una desmedida carga de historias alrededor de una
mesa, prolongación de la sala familiar. No en vano estos encuentros en el café
se convierten para ellos en la otra posibilidad de crear otros lazos, a partir
de la música. Allí se pueden concebir, revivir, compartir discos, biografías y
películas de los cantantes de tango que miran desde las fotografías en las
paredes. Todo solista o cada orquesta típica que ha sido retratada, tanto
triunfadores como figuras de culto, tanto derrotados como casi desconocidos,
gozan aquí de la perseverancia de quienes con su habitual afluencia le dan al
lugar, al Alaska, una vida muy peculiar: su carácter.
En el café hay una
variedad muy explorada de la fauna humana, que expresa una época: las crónicas
de los hombres mayores, la saga de los perdedores, la petulancia de los
coleccionistas, el saber de los musicólogos, el desespero de los diletantes, el
amago continuo de los bebedores . Allí se encierra un mundo masculino con la
cofradía de la conversación como bastión para aniquilar el paso de las horas. Bueno,
sí, una de las temáticas del tango es esa, y por esa misma razón aquí llegan,
luego del mediodía a buscarse para, ya
sea al inicio de la tarde, espesar las horas. Hay un acicate que flota, el
poder de la nostalgia, convocada por la música que da ese toque de finura a
cada uno de los amantes del tango. Cierto, en un café se encierran los recuerdos
que traen y disparan el tango. Este tipo de nostalgia es imposible no decir que
merodea y resuma por las paredes con las fotografías, con la compañía de los
símbolos del Poderoso DIM. Podríamos decir que hay una presencia enérgica pero
también una nostalgia por Buenos Aires.
Pero aquí el sueño de la
Alaska por continuar como el último bastión del tango en Manrique se convierte
en un documental ya que se asoma el cambio funcional de esta calle emblemática,
también han desaparecido los otros cafés para escuchar las melodías, solo se
oponen calladamente aquellos que
insisten y asisten a estas citas citadinas sin tener en cuenta ese más
allá que otorga la posible e incierta fecha de caducidad.
Sobre el Alaska abundan, en
los últimos años, las notas que le otorgan solidaridad debido al temor por su
cierre, así también surgen las memorias de quienes sabemos que al desaparecer
un lugar emblemático las calles, esta calle de Manrique, quedaría a merced de
los incansables discípulos del comercio que son quienes le otorgan a las
calles, a la ciudad su tono, ya que el patrimonio posee poca consideración.
Toda esta situación de
reclamo, en esta nota, en esta solidaridad espontánea, tiende a sazonar la mitología
del Alaska como el último café de tango en Manrique –ya la tangovía no
existe, la Casa Gardeliana convertida casi en museo, mientras a unos metros Gardel mira su calle a la que
no conoció– pero debemos añadir que este café aun funciona, eso sí bajo la
persistencia de que en algún momento lo cierren para convertirlo en panadería. Los
paisas no pueden ver una buena esquina porque de inmediato montan este tipo de
negocios, como si alimentarse se convirtiera en el deporte municipal, y en una
alegoría al descanso.
Medellín, Manrique, ha
cambiado, ya en esta carrera, la 45, había dicho que no existen cafés de tango
y aún menos los teatros, pero si almacenes en cada resquicio. Son pocas las
personas que aún no desprecian la música de su tiempo, en este caso el tango, y
el consumo cultural tiende a limitarse a la devoción catatónica por la
televisión, y en la afirmación de la gente joven por otras músicas.
Camino con Juan Carlos
Buriticá por la 45, conversamos sobre lo
cambiante del paisaje humano, sobre la agresividad con el patrimonio y ese
continuo destripar la propia historia como si nada interesara en la ciudad de
la eterna amnesia, pero al final ojalá haya una buena noticia y el Alaska
perdure.
Medellín aún recuerda el
alboroto por la muerte del Mudo, cada año se celebra con su viudas presentes,
como si fuera un hijo adoptado y ya suyo, así como de convertirse en la otra
patria del tango. Sin embargo, los tangófilos, temerosos de la matriz
empresarial del antioqueño cazurro, temen que los espacios, los escasos lugares
de identidad como este café, EL Alaska, desaparezcan.
Arriba en esta tarde el
helicóptero de la policía, como un insecto mecánico, da vueltas, vigila,
regresa, vuelve a vigilar. La tarde cae con su peso.
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