German Kral |
El último aplauso de
German Kral /
Y la ciudad, ahora, es como un plano
De mis humillaciones y fracasos;
Borges
Víctor Bustamante
La atmósfera no
puede ser más inquietante, iba a decir sórdida, que no, que no lo es, sino por
ese matiz que siempre hemos tenido del tango debido al carácter de plasticidad
en sus bailarines y en la presuntuosa elegancia de sus cantantes, corrijo en su
exquisitez, ya que en su ámbito ha ido ganando el glamour que gira en torno a
una de sus expresiones: el baile. Esa es la vitrina. Pero indaguemos en otra
orilla desde aquellos que no triunfan que siempre siguen una regla no escrita, que
comienza desde abajo. De ahí que unos llegan, debido a su talento y a mucha
suerte; otros se quedan a pesar del talento y nula suerte. Estos quedan merodeando
por las avenidas del desengaño y en el regusto enorme y dudoso de que llegará algún
día, lejano horizonte, para poder escalar, pero, ese, pero, será negativo,
nunca lograrán lo anhelado. Esa es la ley que rige en muchos casos la cosa nostra musical.
Los perdedores son muchísimos,
nunca subirán ni a la primera escala del profeta. Hay un cielo vedado para
ellos, el éxito. Su vida merodea y no sale de esos pequeños lugares donde la
incertidumbre es indeleble y constante, los atisba desde ese empalagoso cenicero
de colillas humeantes con el continuo abrevadero de bebida y las noches largas atiborradas
de conversaciones eternas y serenas, pero en ese círculo vicioso poseen, ya han
poseído la ciudad. El gran Buenos Aires los sospecha sonriente y burlón desde las
fachadas, desde las aceras, detrás de las puertas y desde las ventanas,
mientras los faroles de las calles apenas los alumbran, mientras pasa otra
noche dentro de esa summa de noches que los arredra. Así El último aplauso de German Kral.
Pero, ¿qué es El último aplauso de German Kral? Nada
menos que una indagación dentro de esa noche fastuosa, dentro de esa noche del
gran Buenos Aires con sus avenidas atestadas de autos y ese paneo a sus calles,
y, sobre todo, una pesquisa a ese costado donde German Kral no nos llevará a un
gran lugar de tango, donde la belleza es opacada por la seriedad y por el afán
de mostrar al turista, la sangre sabia del tango, sino que más bien su director
escoge otro camino, aquel que no figura en los diarios ni en los posters, ni en
la tele, pero sí en el aviso casi desvaído de ese lugar casi oculto, el Bar del
Chino, donde se ha empozado la nostalgia y el cariño, visibles nada menos que
en las paredes a través de las fotografías de cantores con sus momentos de
brillo que dan la impresión de ser un álbum familiar del tango, como en efecto
lo es, ya que esas paredes como las hojas de papel volátil del tiempo sirven de
escenario para ocultar la desnudez y la lejanía
de esos momentos y de esos cantores que le dieron ese carácter monumental al
tango. El Chino mismo y los visitantes son testigos de esa alucinación de la memoria
que destella en plena noche cuando el lugar hierve de música y de personajes
que revelan a su dueño y al interior, y a Pompeya más acá de la inundación.
Cada uno de ellos,
en su discreción, en su certeza, por supuesto, se hayan en este lugar, el Bar El
Chino por una razón de peso, mantenerse activos, junto al mismo dueño, Jorge El
Chino García, que ha bautizado el lugar con su nombre y enseña el interior que
parece espesado en el tiempo de su cuarto, con su esposa y su fiel perro a
bordo. El Chino también canta tangos y atiende a la clientela y anima a los
músicos, cantantes y al guitarrista que son el centro de esta película bañada
con esa tonalidad de la supervivencia, ya que estos artistas, en su anonimato,
se convierten en la sombra de lo que no fueron, pero los aplausos, la bohemia y
la noche son sus caminos y allí destellan.
Kral no deja a estos
cantores al desgaire con las preguntas del espectador sobre la vida de cada uno
de ellos. No, Kral los visita y así mismo nos da, espectadores transidos, desde
la butaca, para escrutar como cada uno de ellos posee una vida llena de
subterfugios cotidianos, deudas, soledad, abandonos, y a ellos solo les queda
su arte, la música como emoliente, como si, la música fuera el lugar donde
ellos habitan para huir de los conflictos y las deudas mismas, y así vivir un
pequeño destello en los bares donde cantan. Uno de ellos el del Chino que, al
cantar, los espectadores con sus aplausos lo convierten en alguien, un
personaje de la noche, de la amistad pasajera y de la música misma.
Estos personajes no
desfilan sino que en la película están más que presentes: Abel Frías el guitarrista
que escolta a los cantantes de este bar. Él, además, es indispensable en este
acompañamiento como protagonista ya que es el único que sabe de la ejecución de
un instrumento musical y nadie más. Aquí se convierte en un ser necesario, ya
que sin su música ninguno de los cantantes sobreviviría.
Horacio Acosta es un
tipo bonachón que anda con problemas y con deudas, pero en las noches va a cantar
al bar, que se convierte en su refugio y donde él se consuela con sus canciones
y nos devuelve algo así como una experiencia de vida, que es más que aquella
noche fugaz que otorgan la compañía de sus canciones.
El italiano Walter
Barberis se consuela en su cuarto y en su viudez con un estado de libertad,
aunque condicionado con el légamo de su recuerdo, pero también de una soledad
total que supura alegría junto a fotografías de su amada inmóvil y pensada.
Inés Arce conversa
con su marido, y a los 56 años de matrimonio es una mujer plena en su vida
cotidiana, le dicen la Calandria. Es una cancionista activa debido al timbre de
su voz, y las canciones que modula ella le da un tono muy personal. La notamos
caminar por las aceras y calles a la tienda para comprar el pan. Aparece en los
ensayos de canto, enseñando sus discos a muchachos sorprendidos de su recorrido
musical y de su memoria que les entrega con donosura.
Cristina de los
Ángeles en su cuarto adornado con fotografías de Gardel y una urna cineraria
con las cenizas de su madre. Ella es la persona de la cual sabemos más, la
encontramos en algunos cafés. Ella es quien establece el contacto de estos
músicos con la Imperial, músicos de otra edad que acompañaran, a los cantores y
cancionistas mayores en una suerte para salir de su exilio dentro de la propia
ciudad.
El otro cantor es Julio
César Fernán que vive con su madre, en una relación como desgranada también de
algún tango. Él es elegante y sobrio, a pesar de la adversidad, pero su madre
siempre cree en él, en su talento. Julio César es el más reconocido. Ha viajado,
ha recorrido su país, ha alternado con figuras grandes del tango como Rufino y
Goyeneche, solo le falta un poquito de suerte ya que su voz y su expresión
musical son las de un verdadero cantor.
A la muerte del
Chino, que es quien convoca con su poder de seducción y alegría, su esposa Delfina
y Omar Lauria quedan para dirigir el lugar pero reconocen que el Chino poseía
ese don de ser el centro de su bar, cuando poco a poco cada uno de los asistentes
se va yendo para quedar alojados en otros sitios de la gran ciudad.
Pero esta nostalgia queda
reconfortada entre las voces que entregan sus diversos susurros y risas por
parejas que se abrazan cómplices como con esa saudade de una unidad perdida.
Visible desde el comienzo con Perfidia,
que sale de Casablanca, ahora en italiano, en la voz de Walter
Barberis que añade, luego, como los tangos hablan del desarraigo. Él mismo es
un emigrante de otra ola que le dio lustre a la Argentina. Se presagia en estos asistentes al bar una
considerable gentileza debido a ese agasajo casi entre desconocidos. Una
ingenua y agraciada complacencia llena la amistad que, como una comunión
momentánea, convoca a través del diálogo y la música en estos estremecimientos
tan disímiles que se deslizan y que arden con el licor llevado por la música, en
este caso los tangos. Entonces sabemos que la ternura ruge a través de haber
llegado a este sitio desde puntos diversos de la ciudad, posta para pastar en
la noche.
Esta película, con
su último aplauso, es la oportunidad suprema. Casi la última oportunidad, que es
notoria para la representación de cada uno de los músicos que, como náufragos
de sí mismos, aún mantienen la fe intacta en su ilusión de triunfar. De ahí que
la cita que se da en el Teatro Colonial, se constituye en ese momento
indispensable ya que ellos, luego de la salida del Bar el Chino, llegan a un
punto de fuga con la necesidad de buscar otra forma de que los reflectores los
iluminen en su anonimato. Ya en sus ensayos enseñan su talento para ser
nombrados en otro ámbito. Hay una colisión amable entre dos generaciones de
músicos. Aquellos de ahora, de la Orquesta Típica Imperial, jóvenes que tocan
sus instrumentos, piano, bandoneón, contrabajo, que mantienen su deseo de
iniciar un camino, pero aun no han poseído la ciudad y sus avatares. Y en la
otra orilla, aquellos que, con su voz, y su pasión por el canto, van a ser
acompañados por esta orquesta, y que ya sabemos han padecido toda la suerte de ser
relegados.
Estos dos grupos de
creadores son la síntesis de un momento muy peculiar, lejos de la vida cotidiana
con sus colores apagados, que define el tiempo efímero a la espera de que su
arte vuelva a renacer. Ambos desean eternizarse bajo la impronta de este encuentro
en la que existirán a través de estas actuaciones. Esta aproximación no es solo
un medio de acceder a su arte, sino más bien de volverlo asequible para
establecerse en ese filo que, como un ultimátum, escapa a la vida de los
cantores. De ahí que estos adquieran cierta idealización por triunfar que es el
deseo de eternizarse en una melodía, para que mediante ella se capte lo primordial
que es esa coincidencia, no como personas de edades disimiles en sus fronteras
y en la vida que cada uno ha vivido como un reflejo, sino en ese momento donde armonizan
y saben que la música, el tango, reside en ellos, como una presencia fuerte que
socava ese momento donde las edades quedan vueltas trizas porque la
sobrevivencia de su arte es lo que fulgura.
El
último aplauso es un retrato en dos tiempos que
hemos ido dibujando hasta cuando caemos en cuenta que, ambos grupos de
artistas, poseen su parecido: la utopía por la música como exaltación donde
funden sus quehaceres. De ahí que esta semejanza comienza a plasmarse así sea
en su diversidad de conceptos, ya que al fin quedará el regusto de saber que se
ha dado una posibilidad donde unos continuarán y otros se apagarán sin haber logrado
ese destello donde flota el ensueño de haber mostrado, testigos duraderos, que
no pasaron de largo bajo una existencia gris y común sino en pos de su arte.
Buenos Aires está en
German Kral, imperecedera y presente, sorpresiva y perdurable. Él mismo lo dice
en otra de sus películas, Imágenes de la
ausencia, como el paisaje del plano propicio para responder a las preguntas
sobre sus padres. Por eso su lejanía en Alemania la convierte en algo más urgente,
donde la convicción y el poder de la nostalgia, lo sacuden y lo llevan a
conjeturar y a buscar y a regresar a su ciudad amada de la mano de la poseía de
Borges y con Volver, cuando Gardel le
recuerda que Buenos Aires no es una quimera sino su paraíso presente,
recuperado en tres de sus películas. La otra es Un tango más.
Kral ha indagado el
otro rostro del profundo Buenos Aires, donde fulguran aquellos cantores que
continúan su labor en pequeños bares, lejos de las crónicas en los diarios, y
de las citas en el plató de la tele, pero que perviven debido a su exaltación
por cantar que se ha apoderado de ellos como una fatal ilusión. De ahí que esta
película describa ese estremecimiento de la noche y del alba como un homenaje a
estos artistas que desde la misma lejanía los aplaudimos en ese silencio mutuo
al saber de su lucha, de su talento, en esa valerosa dentellada a la existencia.
…
EXCELENTE PELICULA. QUE RECREA LOS LUGARES SENCILLOS, SIEMPRE REFUGIO DE LOS AMIGOS. EL BAR DEL CHINO. TANGO DE EVOCACION.
ResponderEliminar