domingo, 31 de julio de 2022

El tango de Dien Bien Phu / David Castillo




El tango de Dien Bien Phu / 

David Castillo

 «Brillaba mi mirada desafiante contra sus ojos amarillentos, prolongación de Pacer de su bayoneta calada, a medio metro. Y por primera vez en la vida, después de las persecuciones, de la deportación, del castillo de Montjuic y de la Model, tuve miedo. No miedo a morir, no; no miedo al dolor, no; no miedo a ser herido, no. Era el miedo a sentirse desarmado, de tener que acatar órdenes después de haber sido libre, aunque fuera en las peores condiciones posibles. La guerra había sido, al fin y al cabo, ir a por todas.

Habíamos tirado todos los patatas sobre la mesa, y por primera vez tuve la sensación de haber perdido. En medio de los restos de la columna, acompañados de gente enferma y mutilados, pocos podrían identificarnos con los hombres de Durruti: los que habíamos derrotado a los facciosos en Barcelona habíamos llevado la revolución allá donde llegábamos.

Finalmente, nos replegábamos desarmados, empapados de aguanieve y sin otra cosa por meternos en el estómago que nuestra saliva espesa. Se iniciaba el camino del silencio, incierto, de no saber hacia dónde iríamos, con la muerte como único horizonte.

»Había luchado desde chaval contra el hambre y contra las semanadas miserables que mataron a mi madre de tuberculosis y dos de mis hermanos por desnutrición. Todo quedaba atrás. Había un antes y un después. La frontera era el miedo: por primera vez en la vida tenía miedo. Los ojos enormes de los senegaleses nos apuntaban con la mismo brillo enfermizo que las bayonetas de sus mosquetones, que el aliento gélido que salía de sus bocas. Sus dientes blancos eran la muerte deseada por muchos de nuestros compañeros como una liberación. Tenían el mismo miedo que

nosotros, pero nosotros nos sentíamos desnudos sin nuestras armas, requisadas pocos metros antes. Nos rodeaban amenazando con los fusiles, cientos de vigilantes haciendo cerco al ejército inexpugnable de los hijos de la tierra. No era la guerra de los jóvenes africanos, pero alguien los había contaminado con historias sobre diablos que ardían santos e iglesias y violaban monjas. No se daban cuenta de que una parte de los que viajaban con nosotros eran criaturas indefensas y mujeres destruidas para siempre