Miguel Kohan |
Cine y Tango
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Café de los maestros de Miguel Kohan
Víctor Bustamante
Al comienzo de la
película, un documental que ya nos aleja de la ficción, que se convertirá en un
documento, por una razón valedera: revela la herencia y el mundo sigiloso, hasta
ahora, del tango en Buenos Aires. Decía, digo, vemos a Juan Carlos Godoy entrar
al hipódromo, ser particularizado por uno de sus fans. Vemos a Marianito Mores
dirigir la orquesta, sacada de los océanos de la memoria, que es casi el olvido.
Vemos a Horacio Salgán decir a los músicos, cómo deben pulsar sus composiciones.
Vemos a Virginia Luque cantar de un tirón, y solo una vez, “Canción de Buenos
Aires”, como en otros tiempos. Y en el trascurso, lento ralentí, como se merece
este tempo, saboreamos con fruición desusada, presencia
de ellos, sí de ellos, de esas personas que son personajes por su talento y generosidad, desde los letristas,
desde los cantantes, desde los compositores y de los músicos mismos que son el tango
en ese momento, el 2008. A ellos le sumamos el temperamento de los
bandoneonistas: Leopoldo Federico, Ernesto Baffa, Carlos Lázzari, Pepe
Libertella, Oswaldo Montes, Ubaldo di Lio, Aníbal Arias con su guitarra, el talante
de Emilio Balcarce, violinista, bandoneonista, director, y compositor. También
a Osvaldo Berlingieri al piano, así como el director y bandoneonista Gabriel
Claussi, Emilio de la Peña bandoneonista compositor y arreglista, Oscar Ferrari
cantor, Carlos García pianista y compositor, que dice, El que hace bien un
silencio hace bien el tango. También llega a esa cita probable Osvaldo
Francisco Requena, pianista, compositor y orquestador, Atilio Stamponi
compositor y director, Lágrima Ríos, Fernando Suarez Paz con su violín. Total,
una enciclopedia del tango, la summa. De ahí que el Café de los maestros no solo es una memoria, la historia misma,
sino una cita monumental, y un ágape para la amistad, un reencuentro, y, así
mismo, un tango visual, un testamento inmerso en su peculiaridad que nos deja
perplejos en la inmensidad y el silencio en el justo instante de verla, y de
saber que ellos, los músicos, son los sobrevivientes del tango y de Buenos
Aires misma. En ellos es evidente el entusiasmo, la alegría, pero también el
poder asombroso de la nostalgia, visible en cada una de sus palabras, en los
diálogos efervescentes. De ahí que la película como he dicho es un tango visual
que lucha con una de las palabras más presentes en sus letras: el
olvido.
¿Cómo no mencionarlos
a ellos desde el extremo de la lejanía?, si ellos hicieron parte y aún son parte
de esa herencia cultural, de ese patrimonio único, ya que la esencia de Buenos Aires
es el tango. Ahí en el trascurso de la película se desliza una frase de Macedonio
Fernández, El tango es lo único que no le aprendimos a Europa. Así como en otro
lugar ni tan distante, pero sí de un par de disidentes y cómplices, Borges y Bioy Casares,
añadían a las palabras de Macedonio, El tango es el aporte argentino a la
música universal.
Por ese motivo, a los
músicos que participaron en esta película, los menciono, los particularizo,
porque cada uno de ellos, al mencionarlos, es homenajearlos, es tenerlos
presente al pronunciar y escribir su nombre. Ellos son el testamento del tango
que esta película tiene presente al buscarlos, al recobrarlos, al otorgarles su
papel primordial: mostrarlos en su cotidianidad, en su sagrado
oficio de la música. Cierto. Cada uno de ellos representa el mismo transcurso que
los hizo perennes en su dimensión creativa desde sus diversos quehaceres
tangueros.
De ahí que el Café de los maestros sea en sí misma una
historia, un documento, una presencia inequívoca, inconmensurable del tango. Cada
uno estos músicos son herederos de sus maestros a los cuales se tiene presente en su idoneidad, en su legado que corre por la sangre sabia de cada uno. Al mismo
tiempo el Café de los maestros es esa
presencia en la plena latitud del sur, como si ellos salieran de una nota
biográfica con foto a bordo, de ese gran libro que es Buenos Aires, y Miguel
Kohan, su director, pasara las páginas de ese libro de arena, que es Buenos
Aires para que, por sus páginas interminables, que son sus calles y los cafés,
confiterías y almacenes, conventillos y prostíbulos, trajeran de una manera tan
precisa y preciosa, lo que es más que evidente en su peculiaridad, a sus
maestros, aquellos que forjaron una música, adosada a la noche de Buenos Aires. El Café de los maestros
deja en cada fotograma, en cada plano, la perplejidad que causa y dona, pero que talla de una manera unívoca, y que es, esa dicha impregnada de sosiego cuando la vemos de nuevo, como si ese adiós se perpetuara en su duración, que es necesario que es esa cita tan desconcertante a la cual ha convocado, Kohan y Santaolalla.
En el estudio de grabación,
santa sanctórum de los músicos, cada uno de ellos, en su peculiaridad, síntesis de su talento, acude y arma de nuevo no un
quilombo, sino el avatar de su maestría. Ellos han vuelto a su casa donde se
imprime la solidaridad, la concordia, la cercanía que se da entre músicos, el regreso
a su origen. Ya que, en la sala, en el estudio de grabación, al grabar, dejarán
no solo su estupor y su música, que corre por el río de su memoria, sino el
talento que los ha hecho tan presentes. Emilio de la Peña anota, cómo al lado de un
torno mantenía un piano en su taller, algo desusado, pero el tango lo permite
todo. Ernesto Baffa entre la tristeza y el cariño por Pichuco y, sorprendido
ante la grabación, tras haber ejecutado el bandoneón como en los buenos
tiempos, dice al señalar el fuelle, Este se va conmigo, como si quisiera
llevarse no solo su experiencia, sino su peculiar factura de ejecutarlo. Carlos García, en su discreción, discreción que se pierde al tocar el piano, anota como surgió de la nada, de ese territorio inexplicable
de la creación: “Al maestro con nostalgia”.
Por las calles de otro
Buenos Aires camina Alberto Podestá con Carlos García. Ahora se despiden
afectuosos. Podestá, como cualquier transeúnte, cruza la calle, y señala, ahí
quedaba el Singapur, era una Bombonera. En ese gesto, aún está presente cuando
en 1943 estrenó “Percal” con la Orquesta de Miguel Caló precisamente en el
Singapur. Lo evidente es que Podestá ha sido testigo de la época dorada del
tango. Ellos mismos coinciden, en 1940. Ya en la confitería El Foro, añade como,
Di Sarli le cambió su nombre, le dijo que sería el Podestá más grande. Podestá
al caminar al decir, mejor al recordar, menciona la época linda de Buenos
Aires. Trasunto de ese cambio de la metrópoli que aún guarda el secreto de sus
maestros. Ya en la esquina de Santa Fe y
Godoy Cruz, el cantor ha entrado al Bar Kentucky. Se lee en un espejo donde no
se refleja su rostro sino algo mejor, su nombre: “Rincón Alberto Podestá”. Y una
frase sabia: “Algunas personas cumplen años otras acumulan juventud”.
La apoteosis es
verlos a ellos, sí a ellos, en pleno Teatro Colón, bajo la lluvia de aplausos,
recobrados al entregar lo que es su talento. Y es que al terminar la película
se disparan los rumores certeros de la pérfida nostalgia, de esa nostalgia de
verlos para un concierto en un recuentro de amigos y de amistad antes de que el
telón, al bajar, cierre este instante imperecedero.
Al final Ernesto Baffa rezonga las notas del bandoneón en pleno Teatro Colón. El bandoneón filtra sus
notas mientras se termina la película, mientras sus notas fluyen al aire desde el
escenario, a la platea y a los palcos ya deshabitados: Baffa toca para sí solo,
concentrado en su instrumento ya que el público
no está, pero en realidad toca, ejecuta el bandoneón para nosotros,
espectadores lejanos en el tiempo y en la eternidad de la noche que desde la distancia, sino en otra ciudad, Medellín, celebramos esta película.
Todos ellos
habitan ahí, en Buenos Aires. Fueron reunidos para enseñar por qué han
llegado para expresar su arte y rubricar su huella en esa película que ya
es un precioso documento lanzado al océano del tiempo y la noche, y al espacio
sideral de la misma música. Huellas, pasos, pisadas de ese sendero que ellos
han realizado para estampar en cada composición, en cada arreglo, ese camino que
no muere en el alba de las calles de Buenos Aires. Sé que Proust hubiera
llevado un sexteto de tango a su refugio citadino.
Miguel Kohan y
Gustavo Santaolalla han discernido en el alma, aun más profunda del tango. Es
decir, al reunir a los grandes cantores que nos sorprenden al saber de su existencia,
al reencontrarlos de nuevo, lejos de las tapas de los discos, de la ubicuidad de las notas de prensa. Músicos que parecen
vivir otra época ante un Buenos Aires de otro caletre, ante un impávido Buenos Aires,
que aún se sorprende y no supera el valor de su música esencial. Ellos no son la vieja guardia, sino el tango mismo, con sus tableux porteños, alejado de las definiciones y de los conceptos que intentan denigrar, pero que en realidad lo que hace es reclamar desde su silencio que el tango es esa creación aun insustituible, que se acerca, como ninguna otra música, a esos confines donde la llamada música clásica establece sus límites.
Aquí no hay
excentricidad, sino el señalamiento, sin quererlo, a ese presente que huye. Por
eso al hurgar en la cita precedente para posibilitar esta reunión, lo que
podríamos llamar, una jam session, al parecer simple, con esa grandeza de
convencerlos a ellos para que regresarán al estudio de grabación que es donde
gravita el corazón de esta película. Notamos que hay un desdoblamiento, que
sacude y que se hace del presente con respecto al pasado con su bisagra
corrediza, y letal del tiempo, ya que en esta película los músicos viven un
presente, su regreso, que será único, nunca se repetirá, del que somos testigos
y que vuelve a sacudir al tenerlos activos en escena. Esta perplejidad viene
quizá desde los momentos en que cada uno de ellos no solo entra al estudio de
grabación sino a lo que hemos llamado su lugar esencial, dado desde el
principio por esas imágenes mismas. No se trata de hablar de la longevidad de
ellos como si esta fuera algo letal, sino más bien de la perdurabilidad del
tango, del colmo de la belleza en su composición. Entonces, al ver esta
película desde la lejanía, no nos hemos privado de sentir cierto rencor por la
nostalgia que husmea, que ligeramente se agolpa, se dirige al centro mismo.
Aunque en un documento de este tipo no nos interesa el discurrir como un
leitmotiv que hace que el espectador espere para ver qué sucede, sino que cada
imagen tiene un peso y un magnetismo tal que, cada uno de ellos, apresados ahora
en su ausencia, nos dan esa misma lejanía y exterioridad de saber que serán
únicos, que estamos frente a un testamento lleno de asperezas, aspereza de
parte de los tangueros que aun los sorprende cierta melancolía ya que ellos aquí,
en esta película, en el centro de ellos mismos, no volverán a posar para esa
posteridad que ya habían adquirido, ni a acudir a otra reunión. Por esa razón
al terminarse la película entramos a reorganizar este viaje en el tiempo, como un mismo ensueño, pero no por la aparente ausencia sino por algo que es la certeza
de su presencia, en su movilidad, en su fuga.
La épica, las épocas, la amistad, la presencia de ellos, sí, de los músicos, lo que
representa cada uno, perduran en el Café
de los maestros, en la apoteosis del Teatro Colón, como pulso y estandarte
a los aplausos que restauran y afirman
la dignidad del tango, su riqueza, que escapa a su relegamiento, pero que tiene
presente su capacidad y potencia evocadora, ya que cada tango es la miniatura
de una experiencia que ha sido vivida y quema la piel. De ahí que el Café de los maestros, en su generosidad,
enseña esa génesis. Nada menos que el estallido, aun más intenso, de esa galaxia que es el
tango en sí, que aun ilumina, y ha sido recobrado, sin naufragios, ¿qué no?, y plasmado
con inusitado detalle por Miguel Kohan. Eso sí como una memoria que nos
calcina. Ah, dije, calcina.
Coguionista, coproductor: Gustavo Santaolalla |
1 comentario:
La lectura de este texto tan feliz, me ha llevado
más allá al buscar la película que trasmite fervor.
Paralelo al recuento de la práctica del tango a lo largo de todo el siglo XX. De allí que uno quisiera saber más sobre la poética del tango y la música tradicional de la Argentina.
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