ENTRE TANTO TANGO de
Alberto Sierra
Víctor Bustamante
Al comienzo algo se desprende desde las cortinas, una sombra, pero esa sombra tendrá nombre: Ada Falcon vestida de negro con una mantilla sobre su rostro que oculta con sus gafas oscuras el rayo verde de sus ojos. Ella regresa del reino de los muertos, luego de ese olvido letal en que ella misma se hundió, al ser rechazada por Francisco Canaro, que se sentía satisfecho con esa relación secreta, dos mujeres colmaban al músico y no estaba dispuesto a renunciar a ellas. Pero Ada que era su hada, su musa, su inspiración, no quería ser la segunda, es decir la amante, la suplente, la otra, el paño de lágrimas. Era el contraste entre dos personas públicas que guardaban una relación en secreto. De ahí que ante esa indecisión monetaria de Canaro, apresado en su jaula familiar, no atendió los reclamos de la diva que inicialmente se encerró en su mansión de Palermo, hasta terminar, muchos años después recluida en un asilo. Es decir, Ada Falcon, en todo su esplendor, renuncia por desamor incluso a Francisco Canaro una de las personas fundamentales del tango.
Si menciono con estos
leves brochazos esta autodestrucción artística de la diva, es por ser recordada
y eso sí valorada en esta obra, Entre tanto tango, de Alberto Sierra y el grupo
de teatro con nombre tenebroso, Compañía Teatral Muertos en Dilema.
La estructura de la
obra esta inteligentemente expresada por la chica pelirroja, directora de la
hipotética película que así mismo entrevista y consuela a las protagonistas de
cada uno de sus sketches, sobre ella descansa el ritmo de la obra, y ella lo
realiza con soltura, con atrevimiento y con una naturalidad que sorprende y no
impide que la obra siga su marcha, sino que por el contrario cuando ella habla
o se pone de pie y deja su nicho con el letrero de la compañía, es para dar
algunas indicaciones y que esa trama teatral continúe su rumbo.
Estas primeras
escenas demarcan la vida y la suerte de Ada Falcon, tan conmovedora. En
principio, obsesionada por este músico admirable. Ella hace de él, de Canaro,
todo un canario, atrapado en una trampa de labios rojos, que siempre vuela
entre dos nidos, el héroe de su vida; extraña persistencia de ella que se
siente ligada, como un signo ineluctable, a ese Don Juan que es una fuerte
sombra que huye en las noches.
Después, ella la
chica de vestido rojo y pelo rojo indica que la compañía ofrece soluciones, una
de ellas es nada menos que adentrarse en el tiempo a lo que piense cada uno de
los actores, una suerte de presagios o de deja vu , y así se emprende el camino
por esas personas que regresaban de otros territorios, los muertos que hablan,
pero no serán entes sino personas vitales. Ella le explica que está en el
círculo del dilema, es decir de aquellos que no han podido resolver alguna
tentación o duda en sus vidas, y a lo mejor, por eso vagan como almas en pena,
y en la compañía, por supuesto de ese embotellamiento interior que recrudece
sus dudas.
Luego, después de
este homenaje, despectiva, frívola y dominante, se aleja de esos matices del
sentimiento, en una escena que es de sentimiento mismo. La de tallado vestido
rojo, añade a Falcon, en una despedida luctuosa, ahora ya puede subir al cielo,
como una manera dura de dejarla de lado, ya que el musical continúa.
Esa primera parte
matizada de tango y baile, de injurias y de celos, de buen ritmo en la obra dan
la ilusión de ser el abre bocas para un musical, género que atrae por la
diversidad de momentos, por el desarrollo en escena, y además que expresa esa
presencia del tango en la ciudad.
Luego, se emprende la
ubicación de un café en Medellín, tiene que ser en Medellín por esa
veneración a uno de esos antros en
Guayaquil, donde el tango adquirió su nombradía, entonces se sitúa el bar de
tangos donde se bebe y se vive, donde se dan los amores fugaces, donde se
inicia la noche sin fin así, con las compañías non sanctas y eso sí, con lo
buscado por esos solitarios consuetudinarios, y su compañía anhelada: el licor
y las mujeres. Esos lugares se convierten en punto de reunión de los
desalojados de la sociedad. Y así nada más letal que, allí en ese encuentro, su
punto de reunión con un tango preciso, Melodía de arrabal, eso sí con los
malevos, con toda la jauría que sale en la noche y la hace suya, con la pelea
necesaria, donde no existen códigos. Así, transcurre la obra de la mano de
Alberto que reconoce el valor excepcional y potencia a los actores en ciernes.
Las mujeres se levantan en almas y armas, y ante un forastero, nunca
fascinadas, lo juzgan en una silla, lo señalan y lo condenan al eterno limbo,
suspendido, donde concurren todos los actores de la obra desde hace mucho
tiempo, donde continúan con un recurso atrayente, ya todos están muertos, pero
estos muertos se confiesan. La pelirroja, llama de la noche, asume el papel,
mejor lo continúa, de confesora, ante un enigma clave, la infidelidad. Así, la
mujer casada extrae sus fantasmas más inmediatos, añade que ha sido infiel como
la aventura más a la mano, como si a Homero le interesara, también señala que
su marido es una gran persona y se siente culpable. Pero el marido, serio y
alegre, esconde un gran secreto, no solo es cantante, sino que guarda su tesoro
más preciado, su secreto, es travesti, y vestido de mujer no solo, canta bebe y
enamora, sino que suplanta a su mujer al buscarla en sí mismo con esa mujer
interior que solo sale en el bar y en las noches en esos puntos de fuga y
juego.
Alberto con soltura
ha dirigido un musical, donde no solo escuchamos tangos, que narran unas vidas
tristes, pequeñas tragedias cotidianas con todo lo dramático que significa, ya
que el tango nos sitúa de pies con acento y soltura en la vida misma. El tango
no nos deja soñar, mejor nos obliga a pensar en el destino que todo lo talla, y
eso sí nos baja de esa nube, de esos presagios de cielos de harina y falsa
porcelana china, para ubicarnos a través de esas vidas que se desenvuelven a
partir del segundo acto donde el bar permite en la noche y con la soltura que
se adentra con el licor, a caminar por esos pasadizos interiores, como la
ilusión más letal. Ese ambiente, esas vidas, han sido captadas por su director,
acompañadas de esa música bella y letal, elaborada y única, como es el tango
con sus letras maestras.
La obra al expresar
esas vidas al margen, determina una ciudad con todas sus contradicciones
redimidas en esas noches de los desvelos. Y en sí misma el trasunto de un tango
mismo como si todo su trascurso poseyera el perfume de esas noches, el aroma
del amor golpeado, como una ilusión, fatal destino, en la relación entre Canaro
y Ada Falcon, en la noche de los bares y así mismo se pasea anónimo y lleno de
dudas entre la pareja de Homero y Homero mismo que, en apariencia, es un ser
frágil, pero que en las noches se abre como una voluta de humo en el bar y en
su manera de cantar, así como su mujer que quiere ser una dama, pero no lo consigue
ya que el deseo los empuja, a ambos a otros cuerpos, de una manera interminable
por sus pasadizos y laberintos.
Alberto ha logrado
con este musical dar una noción de una ciudad que recuerda a sus tangueros, con
esa música que no se atreve a ser olvidada porque no hay nada tan presente como
ella, en una ciudad que la ha adoptado y se ve y se expresa en ella. Así mismo
en la elaborada escena del café, trasunto de un instante que fueron muchos
años, de malevos y furcias, de trampas y de faltonerías de un Medellín aun
presente, pero disperso en diversos puntos en ese territorio siempre revisitado
en las noches.
Es preciso definir el
quid de esta obra, lo mismo que en las obras que dirige Alberto Sierra, y es
encontrar el motivo por el cual los espectadores no se zafan de ellas. Ya que
al disfrutarlas se afirma su coherencia, al descubrir en esa aparente
disparidad lo que todos los espectadores vemos, pero no sabemos qué es, como si
casi ninguno reparara en lo terminado de ellas, en el humor casi escondido que
destilan, es decir en la conclusión que en ellas se oculta. En esa aparente
fragmentariedad se reservan, no se sabe por qué, grandes instantes,
significativos, dispersos que uno recuerda, como si fueran de a aquí y allá,
que brillan en algunas escenas apartados del conjunto, que titilan en medio de
esa noche del teatro. En apariencia parecen triviales, pero en la superficie
son esenciales, por el detalle que entregan, ya sea una ironía fina, una escena
casi paradójica, el gesto de uno de los actores que entrega un momento
irresistible que se encadena en el transcurso de la obra.
Algo es cierto,
Canaro le compuso un vals inmenso, que aún perdura fresco y letal, a Ada
Falcon, Yo no sé qué me han hecho tus ojos. A ella la encadenó de por vida como
si esa melodía fuera una definición perpetua, una tarjeta musical que la embargaría, promesa secreta, y para él una
condena, ya que él sabía que la belleza hiere al corazón.
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