lunes, 30 de diciembre de 2024

Nuevo museo del chisme /Edgardo Cozarinsky

 






Nuevo museo del chisme /

Edgardo Cozarinsky

“No le impongas límites a tus sueños”, le dijo Nenea Costea a su sobrino Jean  Negulescu cuando lo recibió en París, apenas salido de la adolescencia, recién llegado de Bucarest después de la Primera Guerra Mundial.

El joven se quería artista y muy pronto frecuentó a Modigliani, a Brancusi y a Pascin. La necesidad de ganarse la vida de manera no demasiado desagradable lo llevó a principios de los años 20 a Niza y al hotel Negresco, el palace de la Riviera, donde su mirada melancólica y su talento para el tango lo impusieron como gigolo-dansant. Sus funciones se limitaban a sacar a bailar a ricas señoras maduras, generalmente bajo la mirada aprobatoria de los maridos, a la hora del té. Las propinas eran generosas y entregadas con elegancia.

El director del salón del Negresco le aconsejó al joven que guardara en el bolsillo del pantalón la llave de su casilla del vestuario, cuya pesa metálica prometía una forma viril considerable. Se solía bailar a una distancia respetuosa pero el volumen visible y algún roce ocasional produjeron el efecto buscado: las señoras solo querían bailar el tango con el joven rumano.

Años más tarde, Jean (ahora Negulesco) hizo carrera como director en Hollywood e iba a dirigir a bellezas célebres: Hedy Lamarr y Marilyn Monroe.

Su último film lo llevó de vuelta a Niza en 1970. Hospedado en una suite del Negresco, se le ocurrió un día contarle al director del hotel sus recuerdos de juventud; su interlocutor no se impresionó: “Ahora le paga el hotel la Fox… Una vez gigoló, siempre gigoló”.

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