Astor Piazolla
Fernando Solanaz
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Vuelvo al sur
Piazzolla & Solanas
Para Carolina Rodríguez de Tamango
Víctor Bustamante
Esta tarde de sábado el sonido del chelo del Quarteto em Mim es presencia, pasa, repasa con el arco las cuerdas y dan como esa circustancia de melancolía que persiste, insiste como el piano que acompaña, lleva la melodía de su mano a ese país extraño de una gran composición musical, “Vuelvo al sur”. Arrancan en primera los violines hasta cuando el chelo con el sonido bronco del arco se empecina contra las cuerdas como si fuera un molto vivace.
La pieza instrumental comienza como con un devaneo de los instrumentos, chelo y el violín, que lleva la dirección y le da como ese matiz de saudade acompañada inicialmente con el piano que sirve de contrapunto y es como un presagio de lo que vendrá. Desde ese instante, cuando entran los chelos con esa violencia que desgarra, sí, y ahí estoy, estamos impresos y es esa cosa que contrasta con la idea del violín en otra cosa más extraña: el fuego de la creación, y en ese maremagnun dirige el violín y solo me quedo en esos dos instrumentos, tres. Porque son dos violines que desgarran música esta tarde lluviosa de julio, luego regresa al final el chelo a dar unas pinceladas. Y es que caemos en cuenta que el chelo ha cambiado de sonido y no quiere responder en ese tono y es que este tango ejecutado como música de cámara se ha terminado.
La intención de Piazzolla era convertirlo en una pieza del repertorio clásico. Así, desde los 60, Piazzolla, solo, lucha ante la irrupción del rock que invade todo tipo de culturas y de músicas nacionales creando la llamada fusión y la confusión. Piazolla le da este aire clásico al tango situándolo entre las músicas del mundo. Mejor dándole otra definición porque el tango ya estaba ubicado en el país del corazón de los tangófilos.
Hay otra versión de este tango, entregada por Tamango. Mientras su cantante, Carolina, aferrada al micrófono nos dice los autores de música y letra de “Vuelvo al sur”, y el bandoneón golpea con fuerza en esta misma tarde de sábado. A pesar de la guitarra, de la batería y el piano portátil. Siempre la guitarra y la batería se cuelan, anunciadores del rock, no a la influencia, sino a dar cierto toque chic no moderno, sino común a nuestros oídos que persisten y persiguen el rastro del bandoneón que nos dice, persiste e insiste, que allí hay un tango que no quiere naufragar. Estos instrumentos son apenas accesorios porque el bandoneón nos dice con su fraseo musical que es su presencia junto a la voz de Carolina la que se impone. No voy a decir un tango moderno sino clásico, no voy a decir un reciclaje del rock sino una circustancia.
Eso. Nadie ha expresado tanto a Buenos Aires como el bandoneón y Borges. Allí hay una interacción y un arropamiento que solo lo da la melancolía del bandoneón. Eso, en los poemas de Borges, las calles de Buenos Aires son mi entraña. Digo, porque ahora quiero hablar es de esa melancolía que me arrastra en esta tarde de sábado. A eso le agregamos la persistencia de la letra, del leitmotiv, ese signo, ese símbolo, el sur, ni abajo ni arriba sino en ese lugar donde el sur es un punto cardinal y un país, Argentina. Sí, ahí está el sur donde siempre volvemos para escuchar los tangos, ese acervo musical que perdura pero ahora este tango persiste en confundirlo y definirlo desde la analogía, sur- amor, y ya no queda nada para hacer, además en esa extracción e interacción se refiere en su letra al bandoneón ese instrumento creado en Alemania hace tantos años y que nadie pensó que lo elaborarían los artesanos alemanes nada menos para que viajara al sur, a la Argentina y le daría el toque que necesitaba el tango. El sur es amor y deseo, pasión y fuego.
Este otro sábado escucho solo la versión de Goyeneche, y la que me rompe esta mañana, con la perfección de la letra de Solanas y la música de Piazolla, mientras Roberto Goyeneche canta con su voz, diría, que aguardientosa, cascada, mejor la voz para el tango. Eso, una voz para ese tango. Y por ahí detrás de su voz como una cortinilla musical una saudade: el bandoneón, que se contrae y se estira y en esa sencilla opción de las manos y del virtuosismo aparece esa música, ese tango que me acompaña, mientras los dedos mágicos del bandoneonísta exprimen los sonidos al fuelle que caen como la tinta negra a la calle.
Entonces la cámara se aleja en la película de Solanas, Sur, y queda un viejo almacén con la luz de los bebedores nocturnos que ha sorprendido la madrugada y la calle y afuera, colgadas en el alambre la ropa al viento, que nos sitúa en un suburbio y es que nos damos cuenta que vivimos otros tiempos, el de la impunidad, mientras el tango permanece incólume como una expresión de Argentina, su máxima expresión. Aquí el bandoneón le da ese color, esa cadencia a ese tango que llega a rivalizar con la voz de Goyeneche.
Carmina Cabrera con un tono intimo canta “Vuelvo al sur” con una cadencia cercana al blues y con otro sabor que le da el saxofón que va apareciendo, poco a poco, detrás del piano, junto a la guitarra y a la batería. Pero cuando el saxofón intenta ubicarnos en alguna calle solitaria del Bronx, la voz melancólica de Carmina Cabrera se impone y nos entrega ese tango como con algo de jazz, pero la cadencia de la voz de Carmina termina imponiéndose por su calidez.
Otro sábado de noviembre escucho “Vuelvo al sur” de Gotan Projec que es una versión unos treinta años después de la inicial. Hay percusión, la guitarra y un bandoneón diferente, y una voz dulce de mujer. Recordemos que un instrumento, a pesar de las notas y del tecnicismo para ejecutarlo, siempre posee el dueño de un estilo, luego hay más percusión que parece ser el signo de las músicas actuales. Con la música ocurre aquello de las diversas versiones. Unos ejecutan una versión de una misma pieza con instrumentos diferentes como si quisieran alejarse de la inicial, pero a pesar de estar revestida de mas percusión y de un bandoneón diferentes el aroma de la canción permanece (pienso que hay exceso de percusión que esconde esos puntos de silencio, esos instantes donde esperamos que continúe desangrándose el bandoneón, mientras el pianista golpea las teclas es para que el tango no se disuelva que es su sabor perenne). Eso no la hace más “moderna” en el sentido que sacrifica el destino del tango y la hace más roquera que las anteriores sino que es otra versión, porque existe la creencia de algunos melómanos en pensar que hay versiones mejores o no de un mismo tema.
Solo hay algo que es un referente: la primera versión es la que encanta y atrapa porque es la que abre una puerta para el que escucha. La primera versión es el riesgo inicial del creador, es lanzar esas notas al aire de las noches del mundo para que en su telaraña de sonidos atrapen a los melómanos, ya sea en concierto, pero sobre todo en la soledad de las mesas de los bares donde el tango es refugio, perseverancia y aroma de la noche, cuando nos acompaña, mientras las calles se hacen mas negras y solitarias. Allí en el café el tango deja de ser la espera para musitarnos esas bellas palabras ese lánguido sonido que nos une y que perdura. Iba a decir que quería como Cioran que su tempo fuera más lento para que el bandoneón se expresara.
Este otro sábado escucho ““Vuelvo al sur”” del grupo australiano Zigatango que interpreta su versión con guitarra, acordeón y dos violines. Hay un violinista que es el que nos concentra y lleva la música de su puño, es decir del arco de su violín con pinta mas de roquero que de concertista, el violinista de los cabellos largos, sobre el escenario, le imprime una pasión a su violín que parece que lo amara, que se amara a si mismo, que fuera ha desgarrar las cuerdas. Este grupo da la apariencia de ser un grupo itinerante de música, gitanos que se han detenido detrás de su carpa para interpretar un tango, y es que caemos en cuenta que ese violinista, Geoffrey Pearce, nos incomoda, parece que estuviera poseído por la música que diabólica nos atrapa. Cierto, este violinista de Hamellin es capaz de embrujarnos con esa interpretación tan apasionada de su instrumento. Y así mismo nos da una versión hermosa desde las entrañas de ese otro sur, tierra incógnita, que es Australia.
También hay una versión de Caetano Veloso, que le da su carácter pero siempre desconfío de esos cantantes que les da por interpretar todo tipo de música, o por cantar álbumes con la supuesta melodía más importante de cada país. También hay una versión de Mercedes Sossa, pero mis oídos, no mis odios, siempre la han ubicado más allá, en otro lugar, la música de protesta. También existe la versión de Amelita Baltar, pero lo que podría ser la versión femenina en el altar del tango, un contrapunto con la de Goyeneche la desdibuja por su voz demasiado educada que da la impresión de que le falta algo de demonio, que es la razón de los cantantes de tangos: felling.
Escuché por primera vez este tango, “Vuelvo al sur”, en Sur (1988) la película de Solanas que comienza con el tango, una obra maestra, “Sur” de Homero Manzi, como si Solanas le hiciera un homenaje, a ese poema que es un tango y, al terminar la misma película con otro tango “Vuelvo al sur”, como si entre ambas composiciones mediara toda una generación y los dos confluyeran en ese vértice que el tiempo ubica y que la crueldad del hombre define en ese amado Buenos Aires, tan caótico, inmerso en la lucha fraticida entre el fascismo sucio y la voz popular.
Los sábados son la preparación para ese día, los domingos en la tarde, en que los suicidas prefieren hacerlo, pero este tango, ““Vuelvo al sur”” aprisiona y nos deja en ascuas: es demasiada esa melancolía impresa en esa bella melodía. ““Vuelvo al sur”” nos lleva al fin del mundo, a esa tierra allá abajo que era el abismo del mundo, el fin, donde Poe viajo de una manera ilusoria, pero lo que escuchamos es nuestra melancolía, nuestra saudade interior definida por Pessoa.
Mientras Javier Ocampo está detrás del mostrador ubicando su colección de tangos solicitados y Orlando va de un lado a otro por el pasillo del Homero Manzi, y trae media de ron, sé, que algo es cierto, este tango, “Vuelvo al sur” pasa por mi piel y me desgarra. Eso, Goyeneche regresa y nos abofetea.
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Vuelvo al sur:
Este otro sábado escucho solo la versión de Goyeneche, y la que me rompe esta mañana, con la perfección de la letra de Solanas y la música de Piazolla, mientras Roberto Goyeneche canta con su voz, diría, que aguardientosa, cascada, mejor la voz para el tango. Eso, una voz para ese tango. Y por ahí detrás de su voz como una cortinilla musical una saudade: el bandoneón, que se contrae y se estira y en esa sencilla opción de las manos y del virtuosismo aparece esa música, ese tango que me acompaña, mientras los dedos mágicos del bandoneonísta exprimen los sonidos al fuelle que caen como la tinta negra a la calle.
Entonces la cámara se aleja en la película de Solanas, Sur, y queda un viejo almacén con la luz de los bebedores nocturnos que ha sorprendido la madrugada y la calle y afuera, colgadas en el alambre la ropa al viento, que nos sitúa en un suburbio y es que nos damos cuenta que vivimos otros tiempos, el de la impunidad, mientras el tango permanece incólume como una expresión de Argentina, su máxima expresión. Aquí el bandoneón le da ese color, esa cadencia a ese tango que llega a rivalizar con la voz de Goyeneche.
Carmina Cabrera con un tono intimo canta “Vuelvo al sur” con una cadencia cercana al blues y con otro sabor que le da el saxofón que va apareciendo, poco a poco, detrás del piano, junto a la guitarra y a la batería. Pero cuando el saxofón intenta ubicarnos en alguna calle solitaria del Bronx, la voz melancólica de Carmina Cabrera se impone y nos entrega ese tango como con algo de jazz, pero la cadencia de la voz de Carmina termina imponiéndose por su calidez.
Otro sábado de noviembre escucho “Vuelvo al sur” de Gotan Projec que es una versión unos treinta años después de la inicial. Hay percusión, la guitarra y un bandoneón diferente, y una voz dulce de mujer. Recordemos que un instrumento, a pesar de las notas y del tecnicismo para ejecutarlo, siempre posee el dueño de un estilo, luego hay más percusión que parece ser el signo de las músicas actuales. Con la música ocurre aquello de las diversas versiones. Unos ejecutan una versión de una misma pieza con instrumentos diferentes como si quisieran alejarse de la inicial, pero a pesar de estar revestida de mas percusión y de un bandoneón diferentes el aroma de la canción permanece (pienso que hay exceso de percusión que esconde esos puntos de silencio, esos instantes donde esperamos que continúe desangrándose el bandoneón, mientras el pianista golpea las teclas es para que el tango no se disuelva que es su sabor perenne). Eso no la hace más “moderna” en el sentido que sacrifica el destino del tango y la hace más roquera que las anteriores sino que es otra versión, porque existe la creencia de algunos melómanos en pensar que hay versiones mejores o no de un mismo tema.
Solo hay algo que es un referente: la primera versión es la que encanta y atrapa porque es la que abre una puerta para el que escucha. La primera versión es el riesgo inicial del creador, es lanzar esas notas al aire de las noches del mundo para que en su telaraña de sonidos atrapen a los melómanos, ya sea en concierto, pero sobre todo en la soledad de las mesas de los bares donde el tango es refugio, perseverancia y aroma de la noche, cuando nos acompaña, mientras las calles se hacen mas negras y solitarias. Allí en el café el tango deja de ser la espera para musitarnos esas bellas palabras ese lánguido sonido que nos une y que perdura. Iba a decir que quería como Cioran que su tempo fuera más lento para que el bandoneón se expresara.
Este otro sábado escucho ““Vuelvo al sur”” del grupo australiano Zigatango que interpreta su versión con guitarra, acordeón y dos violines. Hay un violinista que es el que nos concentra y lleva la música de su puño, es decir del arco de su violín con pinta mas de roquero que de concertista, el violinista de los cabellos largos, sobre el escenario, le imprime una pasión a su violín que parece que lo amara, que se amara a si mismo, que fuera ha desgarrar las cuerdas. Este grupo da la apariencia de ser un grupo itinerante de música, gitanos que se han detenido detrás de su carpa para interpretar un tango, y es que caemos en cuenta que ese violinista, Geoffrey Pearce, nos incomoda, parece que estuviera poseído por la música que diabólica nos atrapa. Cierto, este violinista de Hamellin es capaz de embrujarnos con esa interpretación tan apasionada de su instrumento. Y así mismo nos da una versión hermosa desde las entrañas de ese otro sur, tierra incógnita, que es Australia.
También hay una versión de Caetano Veloso, que le da su carácter pero siempre desconfío de esos cantantes que les da por interpretar todo tipo de música, o por cantar álbumes con la supuesta melodía más importante de cada país. También hay una versión de Mercedes Sossa, pero mis oídos, no mis odios, siempre la han ubicado más allá, en otro lugar, la música de protesta. También existe la versión de Amelita Baltar, pero lo que podría ser la versión femenina en el altar del tango, un contrapunto con la de Goyeneche la desdibuja por su voz demasiado educada que da la impresión de que le falta algo de demonio, que es la razón de los cantantes de tangos: felling.
Escuché por primera vez este tango, “Vuelvo al sur”, en Sur (1988) la película de Solanas que comienza con el tango, una obra maestra, “Sur” de Homero Manzi, como si Solanas le hiciera un homenaje, a ese poema que es un tango y, al terminar la misma película con otro tango “Vuelvo al sur”, como si entre ambas composiciones mediara toda una generación y los dos confluyeran en ese vértice que el tiempo ubica y que la crueldad del hombre define en ese amado Buenos Aires, tan caótico, inmerso en la lucha fraticida entre el fascismo sucio y la voz popular.
Los sábados son la preparación para ese día, los domingos en la tarde, en que los suicidas prefieren hacerlo, pero este tango, ““Vuelvo al sur”” aprisiona y nos deja en ascuas: es demasiada esa melancolía impresa en esa bella melodía. ““Vuelvo al sur”” nos lleva al fin del mundo, a esa tierra allá abajo que era el abismo del mundo, el fin, donde Poe viajo de una manera ilusoria, pero lo que escuchamos es nuestra melancolía, nuestra saudade interior definida por Pessoa.
Mientras Javier Ocampo está detrás del mostrador ubicando su colección de tangos solicitados y Orlando va de un lado a otro por el pasillo del Homero Manzi, y trae media de ron, sé, que algo es cierto, este tango, “Vuelvo al sur” pasa por mi piel y me desgarra. Eso, Goyeneche regresa y nos abofetea.
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Vuelvo al sur:
Inmensa luna cielo al revés
Karol Rojas
Volver nuestros pensamientos, nuestras tradiciones y culturas, en general, nuestras almas al sur y dejarnos de occidentalizaciones y sueños americanos y superficiales…
convertir en sur nuestros sueños y nuestras acciones , vivir en el sur, morir en el sur, pensar en el sur y amarnos en el sur; llegar a convivir en realidad con nuestros hermanos del sur y alzar nuestras manos para luchar juntos, nosotros los sureños –no los verdes- sino la combinación de todas nuestras razas, idiomas, expresiones y pasiones…
Nosotros quizá con muchas más razones, al fin, es Colombia el principio de este hermoso sur…
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Versiones de Vuelvo al sur:
Karol Rojas
Volver nuestros pensamientos, nuestras tradiciones y culturas, en general, nuestras almas al sur y dejarnos de occidentalizaciones y sueños americanos y superficiales…
convertir en sur nuestros sueños y nuestras acciones , vivir en el sur, morir en el sur, pensar en el sur y amarnos en el sur; llegar a convivir en realidad con nuestros hermanos del sur y alzar nuestras manos para luchar juntos, nosotros los sureños –no los verdes- sino la combinación de todas nuestras razas, idiomas, expresiones y pasiones…
Nosotros quizá con muchas más razones, al fin, es Colombia el principio de este hermoso sur…
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