sábado, 25 de noviembre de 2017

lunes, 6 de noviembre de 2017

Café Alaska / Víctor Bustamante


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Café Alaska

Víctor Bustamante
Para Jairo León Cano

La representación del tango en Medellín puede estar jadeando ya que otro de sus cafés, El Alaska, sufre el menoscabo de verse lejos del ideario  de sus asistentes, es decir, desaparecer,  pero algo es obvio, este lugar aún continúa vigente, trajinado por los diversos habitués que asisten para prolongar y prologar un encuentro, ya sea para jugar cartas, jugar billar, pero, sobre todo, para escuchar como música de fondo, esa gran compañía, de la música de Buenos Aires. Muchos de ellos son expertos en tango, muchos de ellos se saben sus letras, muchos de ellos saben muchísimas anécdotas, muchos de ellos viven esta música y la acompañan con una buena dosis de licor para escudarse de la rutina de cada día; persisten con una desmedida carga de historias alrededor de una mesa, prolongación de la sala familiar. No en vano estos encuentros en el café se convierten para ellos en la otra posibilidad de crear otros lazos, a partir de la música. Allí se pueden concebir, revivir, compartir discos, biografías y películas de los cantantes de tango que miran desde las fotografías en las paredes. Todo solista o cada orquesta típica que ha sido retratada, tanto triunfadores como figuras de culto, tanto derrotados como casi desconocidos, gozan aquí de la perseverancia de quienes con su habitual afluencia le dan al lugar, al Alaska, una vida muy peculiar: su carácter.

En el café hay una variedad muy explorada de la fauna humana, que expresa una época: las crónicas de los hombres mayores, la saga de los perdedores, la petulancia de los coleccionistas, el saber de los musicólogos, el desespero de los diletantes, el amago continuo de los bebedores . Allí se encierra un mundo masculino con la cofradía de la conversación como bastión para aniquilar el paso de las horas. Bueno, sí, una de las temáticas del tango es esa, y por esa misma razón aquí llegan, luego del mediodía a buscarse para,  ya sea al inicio de la tarde, espesar las horas. Hay un acicate que flota, el poder de la nostalgia, convocada por la música que da ese toque de finura a cada uno de los amantes del tango. Cierto, en un café se encierran los recuerdos que traen y disparan el tango. Este tipo de nostalgia es imposible no decir que merodea y resuma por las paredes con las fotografías, con la compañía de los símbolos del Poderoso DIM. Podríamos decir que hay una presencia enérgica pero también una nostalgia por Buenos Aires. 

Pero aquí el sueño de la Alaska por continuar como el último bastión del tango en Manrique se convierte en un documental ya que se asoma el cambio funcional de esta calle emblemática, también han desaparecido los otros cafés para escuchar las melodías, solo se oponen calladamente aquellos que  insisten y asisten a estas citas citadinas sin tener en cuenta ese más allá que otorga la posible e incierta fecha de caducidad.

Sobre el Alaska abundan, en los últimos años, las notas que le otorgan solidaridad debido al temor por su cierre, así también surgen las memorias de quienes sabemos que al desaparecer un lugar emblemático las calles, esta calle de Manrique, quedaría a merced de los incansables discípulos del comercio que son quienes le otorgan a las calles, a la ciudad su tono, ya que el patrimonio posee poca consideración.

Toda esta situación de reclamo, en esta nota, en esta solidaridad espontánea, tiende a sazonar la mitología del Alaska como el último café de tango en Manrique –ya la tangovía no existe, la Casa Gardeliana convertida casi en museo, mientras  a unos metros Gardel mira su calle a la que no conoció– pero debemos añadir que este café aun funciona, eso sí bajo la persistencia de que en algún momento lo cierren para convertirlo en panadería. Los paisas no pueden ver una buena esquina porque de inmediato montan este tipo de negocios, como si alimentarse se convirtiera en el deporte municipal, y en una alegoría al descanso.

Medellín, Manrique, ha cambiado, ya en esta carrera, la 45, había dicho que no existen cafés de tango y aún menos los teatros, pero si almacenes en cada resquicio. Son pocas las personas que aún no desprecian la música de su tiempo, en este caso el tango, y el consumo cultural tiende a limitarse a la devoción catatónica por la televisión, y en la afirmación de la gente joven por otras músicas.

Camino con Juan Carlos Buriticá por la 45,  conversamos sobre lo cambiante del paisaje humano, sobre la agresividad con el patrimonio y ese continuo destripar la propia historia como si nada interesara en la ciudad de la eterna amnesia, pero al final ojalá haya una buena noticia y el Alaska perdure.

Medellín aún recuerda el alboroto por la muerte del Mudo, cada año se celebra con su viudas presentes, como si fuera un hijo adoptado y ya suyo, así como de convertirse en la otra patria del tango. Sin embargo, los tangófilos, temerosos de la matriz empresarial del antioqueño cazurro, temen que los espacios, los escasos lugares de identidad como este café, EL Alaska, desaparezcan.

Arriba en esta tarde el helicóptero de la policía, como un insecto mecánico, da vueltas, vigila, regresa, vuelve a vigilar. La tarde cae con su peso.