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Un
tango más de Germán Kral
Víctor
Bustamante
Al
comienzo de la película, mejor de la ensoñación que es Un tango más, porque el cine está hecho con la materia de los
sueños y de los recuerdos, la cámara llega a Buenos Aires en un
avión que espía la Av. 9 de Julio, hacia
el Obelisco, como si un paradójico Ángel de la historia que en su huida no mira hacia
atrás porque, aunque quiere detenerse, quiere advertir qué ocurre en su tardo ralentí. Pero sabemos que quien
llega es el mismo autor de la película, que no huye, sino que mira hacia atrás intentado
explicarse qué ha ocurrido. De ahí que en su cine exista esa constante del regreso
ya que el futuro no augura nada mejor, sino que el paraíso perdido, Buenos
aires, es su destello. Un tango expresa mejor lo que digo, por supuesto, canta
Goyeneche, Llevo el Sur, / como un
destino del corazón, / soy del Sur, / como los aires del bandoneón.
Pero
entremos a cine, a esa sala ilusoria para ver Un tango más de Germán Kral, que no es una historia de amor más
sino una gran historia de amor. Lo afirmo por el matiz que adquiere la película
a medida que transcurre. Al primer encuentro entre Juan Carlos Copes y María Nieves
Rego, en una milonga en Estrella de Maldonado, los sucede un tiempo nunca
prudencial de un año para buscarse de nuevo. De esa primera vez no ha quedado
un sello perdurable, el universo de una promesa, sino una imagen casi desvaída
de ese primer baile cuando ellos; él, mejor, la pisaba para que bailara como
una necesidad de reafirmar los pasos torpes. Un carrito dice María Nieves, del
que más tarde se convertiría en un bailarín afamado. Entre ambos formaron una
gran pareja de tango que asistió a los lugares más reconocidos y fastuosos,
desde Buenos Aires, a Nueva York, a Europa, a Japón. Luego vendría la desazón,
pero no una desazón que queda en el aire, sino que se analiza al buscar a los
dos por separado y juntarlos en una escena audaz, ya que ambos no quieren verse;
esa sustancia que los unía, el amor ha quedado disuelto. Así cada uno exhibirá
lo inaudito que los escuece, sus sinrazones y sinsabores. Eso sí una férrea
premisa de María Nieves sutura la idea del primer amor como meta y sacrificio. y
nada más. Punto. Y algo cierto, en el Atlanta, Copes con su lentitud y María con
su ligereza crean el sello que será, el estilo Copes.
Hay
desde un comienzo, cuando estas vidas son narradas, explicadas desde los inicios
de ella, de María Nieves en su casa con los deseos de una muchacha llena de
vida y de anhelos por convertirse en bailarina, así como la vida de Copes que va
fraguando poco a poco su calidad de bailarín, así como sus deseos de contar
historias a través del baile. Todo va bien nunca mal. Los reflectores, neones
multicolores, del triunfo a través de unos cuarenta años los matizan, les dan
aire, a la creatividad de él para la invención de las coreografías y la
plasticidad de ella como complemento necesario. Luego vendrá ese catálogo del
recuerdo que cuenta cada uno con sus justezas e iniquidades que enseñan su
talento como una pareja posible casi perfecta de tango.
Ninguno
de ellos hubiera renunciado, de haber seguido meramente en la presencia del
baile y sus viajes, y menos en la vida de cada uno como devenir, en esa
dinámica a la que pocos renuncian en la cúspide, por una circunstancia qué no
busca explicar, a todo reclamo que pudiera parecer un comentario baladí al recordar
algunas palabras que ella dice desde el comienzo, si naciera de nuevo volvería
a hacer exactamente lo mismo, eso sí sin Juan Carlos. Lo aseveró y volvió a
decir María Nieves, si volviera a nacer volvería a hacer lo mismo, una tanguera
por sobre todas las cosas. Haría todo menos estar con Juan. Estas palabras
pronunciadas desde el comienzo son turbadoras porque de una vez uno se pregunta
qué ha pasado ahí, qué ha tergiversado una relación matizada por el éxito. De
tal manera que el aprecio se desliza desde ahí, desde su franqueza hacia la temeridad como
un indicio turbador, desafiante, que contrasta con la cercanía de ellos en el
encuentro primero donde no se avizora ningún elemento lejano que de una vez torpedeé
su ciclo vital como personas de tango. Por supuesto que hay la lectura del
esplendor, del cariño y está la otra cara de esa moneda cuando se baja al
subterráneo de esa misma pareja, los indicios, los miedos, las redefiniciones
como esa sustancia que hace equívoco eso que algunos piensan que nunca debió
inventarse, la pareja. Lo confirma Juan Carlos, en esa distancia que impone su
severidad, ella le hacía la vida imposible.
Pero
existe una cercanía que se percibe como una verdad adyacente cuando ellos en el
escenario, en los primeros minutos de la película caminan directos hasta
encontrarse frente a frente, para mirarse a los ojos, cada uno guardándose su
temeridad y sus palabras y los testamentos de sus furias interiores para un
encuentro que poco a poco resbalará y los arrastrará en un deslizamiento perfecto,
libre, que se cristalizará, quizá sería en una de sus últimas citas de baile al
Japón. Ellos mismos ya no tenían casi ya el deseo de hablar, sí de bailar para
mantenerse vigentes, cuando entre ambos ya todo estaba hecho pedazos. Lo cierto
del caso, lo que saca la película a la superficie, me preguntó, podría ser lo
que nos conmueve, qué ocurrió entre los dos, cuando a ninguno de ellos no se
le ocurrió un día hablar de ninguno de los dos. Guardaron silencio. Un silencio
que nos es común hoy, pero que con los años queda como el único testimonio
cuando cada uno tome caminos diferentes
y ya nadie tratará de responder esa continua conversación que aún no ha sido
expresada por última vez. Ya que del afecto al odio las preguntas no se han
resuelto. Copes tácito dice: No la aguantaba más.
Lo
cierto es que Un tango más es una
película que recobra el tema del baile, que tan caro ha sido para Hollywood,
aquella ciudad de sueños y de estrellas que se dio el lujo de crear géneros, uno
de ellos el musical. De ahí que esta película debió hacerse hace muchísimos
años en la misma Argentina, ya que el tango es la única música que está a la
par de las músicas imperiales, como el jazz, el blues y la llamada música
clásica. Por eso un Tango más ha
llenado ese vacío. Podría mencionar otra película en español Tango de Saura, pero su talento se
pliega más al estilo narrativo, en lo episódico de la plasticidad de los
bailarines; algo le falta, y eso que le falta lo cubre y lo llena Un tango más una película profundamente
argentina donde rebosa el color local, ese detalle, que es lo que hace notoria
una obra de arte. Hay otra película, Lección de tango de Sally Potter, en inglés vaya, vaya, pero si el
tango es argentino.
En una parte memorable, durante el trascurso de la película, cuando
ellos eran jóvenes e irreverentes y se bebían y comían la ciudad, hay una
escena en Puente Alsina, ¿si es Puente Alsina?, donde recuerdan a Gene Kelly y Cyd
Charisse. A lo mejor Kral diría durante la elaboración del guion que era necesario situar el tango y a Copes y a María Nieves cerca a estos dos
personajes, justicia musical. A lo mejor haya tenido presente este referente clásico,
Cantando bajo la lluvia, para realizar
su clásico de tango. Ambos, hechizados por el amor que viene. Hechizados por la noche que llega bailan
en la calzada de Puente Alsina, ese referente. No obstante, con
esa magia que les pertenece,
podría decir, ante todo, que esa pareja es para nosotros, para las gentes que hayan asistido
a una milonga con todo el poder de seducción del Buenos Aires de esos años
cuarenta, no solo una manera de recobrar el paisaje citadino de las milongas
sino que lo sitúa junto a los musicales que enseñaron otros países y otras músicas.
Así el cine.
En ellos hay, desde un
comienzo, esa ingenuidad, mejor esa frescura que los define, sobre todo a ella
que luego se revelaría como una mujer de principios, y sobre todo de un
carácter moral fuerte, único, que revalida el amor eterno y de solo dos. De ahí
que a medida que vemos la película, sabemos que esta historia será el
equivalente de una historia total de amor de un solo lado, el de ella. A Juan Carlos,
como a todo hombre lo habita lo espectral, lo evasivo. Una muestra de él, cuando
se va para Noruega de gira durante dos años con sus bailarinas y ella no viaja;
juega en él un movimiento de excepción el del éxito que debe ser revertido con
todas las de ley, mujeres y dinero. Ahí el primer quiebre de esa pareja, un quiebre
pasivo que luego, al huir ella, permite que se arme mucho más tarde, ese rompecabezas
que es una bella historia de amor y cómo llega a romperse. Pero es necesario entenderlos en sentido
estricto: la película en su relato narra lo fantasmal del amor hasta recuperar
y juntar a los ausentes, de forma que el que la vea no puede permanecer ajeno a
tal ausencia y es requerido, ya para sostenerla, ya para saber como se
desvanecerá la vida misma entre ellos ya que el juego de atracción causa repulsa
ya que ninguno salió intacto. Pues lo que vendrá después son los reclamos desde
cada orilla y en tono personal hasta convertirse en el silencio de las obsesiones
donde ya nada se prolongará más allá de sus vidas, en una realidad tan extensa
que afecta la existencia de ambos, más de ella cuando camina por la acera con
sus gafas oscuras y en su monólogo reclama desde su ubicuidad su carácter
fuerte ante la liviandad de Copes.
Un tango más ha entrado en ese
espacio personal que le pertenece a cada uno de ellos, cuando ya habitan otras
calles, otras aceras, otras casas, bajo el mismo cielo de Buenos Aires en que
cada suceso está ya definido, sellado, duplicado desde otra óptica y sentir cómo
la distancia y la ausencia misma es más que evidente en María Nieves.
Cuando
termina la película, sólo alcanzamos a pensar con una leve sonrisa punzante en
una tierna historia de amor donde solo se distinguen las quejas de ambos como
un barullo de mucha significación. Sin embargo, cuando ese par de personas
consideran que todo ha desaparecido tras un adiós lleno de más reclamos
y amargura, queda esta película, Un tango
más, como ese vestigio que no se borra, galardón y castigo, certeza y
ausencia, de una pareja que ha querido no conversar en vano mientras cada uno
en momentos definitivos de la película, enseñan su secreto, aun conversan desde su territorio cada una de las
fotografías que guardan con perseverancia como relato valioso de la vida cuando
juntos se bebían el mundo.
Un tango más está concebida y armada
no como un rompecabezas, sino con esas fracciones de la vida de ellos, un
modelo para armar y amar, de sus bailes que quedaron filmados en sus cortos por
otros y que Kral rearma en su obra al contar con ellos en vida y así tratar
con justeza completar ese pasado lleno de baile y gloria a un presente donde todavía arden los leños de otros años con los reclamos de ella y la furia de Copes. Y
otra vez los celos de ella, y la tranquilidad de Copes que vivía una relación
paralela con hijo a bordo que no aceptó María con su vitalidad a flor de tango.
Eso sí dijo ella que volvería al escenario, pero no con Juan Carlos. Ya que él
no cooperó.
Hay
una relación entre Un tango más y la película de sus padres, Imagines de la ausencia donde regresa la
separación entre dos que se amaron y después deciden no verse ni en pintura,
parece un eco que se cuela en esta película al saber que hay vidas lejanas que
reiteran su trascurso.
Hay
una página de Guillermo Enrique Hudson donde
el escritor argentino en Londres, al cruzar el Regent’s Park, escucha entre los
cantos de las grullas, águilas y guacamayos, una melodía que lo deslumbra y que
proviene del chajá, pero este es un canto áspero que le causaba tristeza.
Hudson sabe que el chajá en cautiverio no emite lo que él llama la cascada de
jubilosos alaridos cuando este pájaro está libre. De todas
maneras, al distinguir su canto, ese canto que le trajo la Pampa, Hudson lo distinguió
entre el concierto de estos animales en cautiverio. Así por casualidad el escritor fue asaltado, sorprendido por la voz de la nostalgia. Esa nostalgia
que le trajo de súbito su país. Así como Kral, desde Alemania, regresa a Buenos Aires ya que el tango posee esa capacidad de
evocación, música total, y así Kral no lo deja pasar desapercibido, sabe desde Múnich, que el tango es la melodía que el ruiseñor le canta de nuevo al emperador.