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Honorio Rúa
Orlando Ramírez Casas
-Orcasas-
Desde los 22 años, en
1956, empezó a coleccionar discos de Pedro Infante y grabaciones de música de
tríos y duetos de su predilección, hasta convertirse en un coleccionista
reconocido. “No tengo gran cosa”, dice con modestia, “pero lo que tengo es muy
seleccionado”. Los casetes y CDs ocupan muchos cajones en los armarios del
cuarto que tiene como altar a su memoria. En ese cuarto ocupan sitio las
placas, trofeos, cintas, medallas, escudos, diplomas, y reconocimientos
diversos recibidos en su carrera deportiva, y en sitial de honor tiene la
primera bicicleta profesional de carreras que tuvo, “Que no fue la primera,
porque en realidad la primera fue una muy linda que vi exhibida en el almacén
de don Julián Mesa en la calle Perú con la carrera Carabobo, y cuya belleza me
obnubiló. Don Julián me vio tan entusiasmado con ella que, para no perder la
venta, no me advirtió que era demasiado pequeña para mis 1,85 mtrs. de
estatura. Lo único que hizo fue subir el galápago al máximo de su graduación,
pero yo quedaba con las piernas encogidas”. El ciclista Justo “Pintado”
Londoño, un hombre que también laboraba en Sedeco, dice Honorio,
“vio la bicicleta en el parqueadero y preguntó por el dueño. Le mostraron mi
oficina. Apenas me vio me dijo que esa bicicleta era muy pequeña para mí, y me
propuso comprarla para un sobrino suyo que la estaba necesitando, a cambio de
ayudarme a adquirir una que fuera apropiada. Es esta que tengo colgada en la
pared”.
Esa bicicleta Monark que
obtuvo a cambio de la primera que compró, en la que corrió las Vueltas a
Colombia, por la que le han ofrecido ocho millones de pesos pero no la vende
porque tiene un valor sentimental incalculable, estuvo a punto de costarle la
vida en el año en que se jubiló de la vida laboral, 1989. Desde 1959 venía
haciendo ciclismo recreativo, y esa mañana fue por la carretera que conduce a Ancón.
Ya de regreso, en un solitario tramo próximo a la población de Caldas, un
hombre se le acercó con intenciones de robarle la bicicleta mientras el otro le
apuntaba con un revólver. “No sé por qué se me ocurrió pensar que el arma
pudiera ser de juguete”. Honorio aceleró los pedalazos en zigzag para escapar
de la amenaza, cuando sonó el primer disparo que le entró y salió por el muslo
izquierdo. Algo aturdido logró seguir pedaleando con vehemencia, mientras la
sangre le salía a borbotones y se oyeron otros dos disparos que no lo
alcanzaron. “Afortunadamente no se me perforó la femoral, y pude llegar a la
casa de un amigo en Caldas, donde me guardaron la bicicleta y me llevaron al
hospital”. Puede decirse, entonces, que esa bicicleta representa su vida.
Esta bicicleta, que le
trae tantos recuerdos, mandó el cuadro del Corazón de Jesús para la alcoba de
matrimonio, al fondo, porque “no quiero que se sienta opacado por mis trofeos”.
La primera alcoba, al lado del comedor y la sala de recibo, ha sido destinada
por el ciclista y su esposa para altar de esos trofeos que recuerdan su inmensa
participación en el deporte del ciclismo.
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