lunes, 24 de enero de 2022

Conversación en tiempo de bolero, César Pagano y Margarita Rincón sobre Nelson Pinedo

 

Nelson Pinedo

César Pagano


Margarita Rincón

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Conversación en tiempo de bolero, César Pagano y Margarita Rincón sobre Nelson Pinedo

Víctor Bustamante

Escuchando a César Pagano, y la brillantez de su programa, Conversación en tiempo de bolero, me ha bastado a que con solo escuchar un programa, brillara y, por supuesto, me iluminara, aunque fuera bajo el dial de la radio que a veces representa una programación vacía, que siempre muele música, devastando la verdadera esencia y presencia de quien la canta y la compone, no como lo inmediato, lo de moda, lo pasajero, sino una presencia fuerte, en este caso los boleros de Nelson Pinedo, nunca ahogados en el tiempo, sino aún poderosos y sublimes. Esa es la palabra para aceptarlo en nuestro acervo y en nuestra cercanía, aquella que otorga la música que creíamos olvidada, pero que en este programa se revierte y sale a flote en toda su dimensión, así como en su historia misma, simple a veces, pero poderosa en su apartamiento.  Y pensemos con toda seguridad que un programa como éste, ahora que lo hemos escuchado, logra que seamos admitidos en ese paisaje común que es la historia, la memoria, el recuerdo visceral y, no solo eso, nosotros mismos, en esa dimensión que otorga el conocimiento, la búsqueda de esas presencias que así, distantes en el tiempo, aún perduran en nosotros, y aún más, en esa lejanía de saber que se ha construido poco a poco hasta perfeccionar ese legado que nos expresa en ese país renuente, que relega esa música cara, común y valiosa de lo nuestro.

Puede ser admisible y deberíamos tenerlo presente, y es que ante ese maremágnum de la industria musical, existe algo más misterioso y simbólico a la vez como es el papel que protagonizan los coleccionistas. En este caso, doña Margarita Rincón, que nos regala y conmueve con esa actitud que es el deseo ilimitado de conservar y de recoger ese legado disperso en tantas manos, en tantas tiendas de antigüedades como el límite posible para transgredir el olvido, ese lugar sombrío, donde va a parar nuestra memoria, pero que personas meritorias como, César y ella, los recobran. Sin los coleccionistas que realizan su labor a motu propio no sería posible un programa como este, que no es un simple programa sino lo indispensable para que nuestra historia musical mantenga todo su peso específico. 

No obstante siempre ellos franquean y recuperan la vida cotidiana, en este caso doña Margarita, al narrar la vida de los grilles y su acercamiento al cantante , así como su momento de esplendor, cuando salía de la mano de su padre y con su hermana para indagar por Nelson Pinedo porque quería saber de esa voz, de esa presencia que cantaba y susurraba esos boleros que son tan cercanos en el sentir, como infranqueable, es ahora saber de dónde proviene ese estrépito del silencio que envuelve la memoria de la música ante el avatar del presente, y su insistencia en mostrar lo más tumultuoso, como sinónimo y broche, que no logra apartar la significación posible de Nelson Pinedo, cuando su música, sus boleros,  habitan casi ese terreno del olvido que parece aún más extraño debido a su densidad como cantante. 

Estos boleros regresan a nosotros desde un tiempo que parece muy lejano con el inmenso rumor de la música olvidada, al venir, quizá capciosamente, como si quisiera definirse como la prestancia que sobrevive debido a los coleccionistas. Algo es cierto, ellos mantienen intacta la presencia y la soberanía del bolero que no desaparece, antes, por el contrario, le insuflan esa pregunta por saber qué ocurre con esos archivos musicales que de pronto se guardan unos días pero que se olvidan, como si fuera para siempre, pero que reaparecen de la manera mas inusitada sin que podamos decidir si ese retorno nos asombra porque recupera la vastedad de esa presencia de nuestro cantante.   Así no sólo estos boleros que se creían olvidados, o lo peor, que no existían anuncian, debido a ellos, su rescate, su reaparición que evita el olvido total en que el presente avasalla la memoria musical y de la cual muchas veces participamos desde nuestra lejanía en pos de pensar que lo moderno es la última palabra, cuando existen iconos, que aun persisten en su dilatada presencia, olvidada a veces pero recobrada como ahora en este programa, excelso, lo digo e insisto, donde César Pagano conduce e indica que es un investigador de la música popular y asimismo un guardián de ese tesoro que, además recupera la experiencia de doña Margarita Rincón que accede a contar y a caminar por tantas noches bogotanas donde ella residió con la música, estos boleros, que el tiempo no desdoran  su presencia.


miércoles, 29 de diciembre de 2021

TANGO Y POEMA / Saúl Bustamante

  


TANGO Y POEMA /

Saúl Bustamante

Unos miran con desdén, después de todo, continúan el tango y el poema.

Aquí la tarde espera el asalto de la música, y la literatura desmenuza el lenguaje de los cuerpos, esa creación temprana, cuyo carácter confunde los pacientes rostros.

La boca se ha convertido en un rifle pues dispara ardientes palabras.

Estamos en paz, aunque las formas liberan feromonas y encienden el ambiente.

Me hundo en el juego del alfabeto al adoptar el tango desde Caminito hasta la Casa gardeliana, aunque el sur conserve su frío y la nostalgia del gran Buenos Aires.

Sus cuerpos se estiran como dulces sablazos, cortando el viento que indiferencia cuando sus ojos se hunden sobre las propias cuencas, esperando unas seguidas palmas para confundirlos entre una sonrisa y el espesor de un grupo de espectadores.

Me remonto a la modestia, a la cultura y al plano espiritual, para conciliar con la creación humana

Chopin era nombrado, ciertamente su nocturno lo consagra, aunque haya roto su periplo romántico con Amantina Dupin, simplemente los vicios del romanticismo son un frágil estado donde pocos entienden el lado más débil.

Todavía prometo escuchar

He creído en la fuerza del parentesco,

Soy de aquí de la cercana población, me toca decirlo, lo dije una vez sin miedo,

Barbosa concede los embustes de espaldas a la Biblioteca donde existe el miedo a la creación,

Donde Sara sonríe despiadadamente, pues el ciclo de los alcatraces tiende a coincidir a la rareza de una atmósfera que liquida sus amores, trata de imponer unos nuevos tintes donde el negro recauda unas sombras y el blanco compone.

El hechizo del recuerdo ha jurado religiosamente comentar sus hazañas más candentes Quizá la intimidad cause revuelo pues la costumbre carga con la 

martes, 30 de noviembre de 2021

Malena es un nombre de tango de Almudena Grandes

Malena es un nombre de tango 

Almudena Grandes

(Fragmento)


Había aprovechado el recreo para acompañarla a la capilla, donde se ocupaba de cambiar las flores del altar. Ése era el único trabajo del convento que la gustaba, y a mí también me encantaba estar a solas con ella en aquella estancia inmensa, cuya imponente solemnidad se disolvía como por ensalmo a medida que avanzábamos por el pasillo central cargando una prosaica ofrenda de flores, jarras con agua, tijeras y bolsas de basura, para desaparecer por completo poco después, cuando alcanzábamos el estrado y yo me paseaba alrededor del altar mientras Magda, absorta en su trabajo, me contaba cualquier cosa. Pero aquella mañana, el silencio no terminaba de romperse, y me sentía incómoda, como si la indiferencia con la que mis ojos recorrían aquel recinto fuera en sí misma un pecado mortal, y por eso intenté provocar una conversación preguntando lo primero que se me ocurrió.

—Oye, Magda… —yo nunca anteponía a su nombre la palabra tía, ése era mi

privilegio— ¿por qué te bautizaron otra vez al entrar aquí? Te podrías haber seguido llamando madre Magdalena, ¿no?

—Sí, pero pensé que sería más divertido cambiar. Vida nueva, ropa nueva. No me bautizó nadie, Malena, yo lo elegí. No me gusta mi nombre.

—Ah, pues a mí sí que me gusta el mío.

—Claro —levantó un segundo la vista de los crisantemos que estaba ordenando por alturas, y me miró, sonriendo—, porque tu nombre es bonito, es un nombre de tango. Te lo puse yo, con una Magda ya había bastante.

—Sí, pero Agueda es mucho peor que Magda.

—¡Uy, no creas! Acércate un momento a la sacristía y mira el cuadro que hay en la pared, anda.

No me atreví a soltar el picaporte, como si presintiera que iba a necesitar

parapetarme tras el imaginario escudo de la puerta para afrontar una masacre tan horrorosa, la sangre que manaba a borbotones del cuerpo de esa mujer joven cuya sonrisa confiada me hacía suponer mucho más dolorosas aún sus heridas, como si un tirano invisible la estuviera obligando a decir con los ojos que allí no pasaba nada, como si ni siquiera se hubiera atrevido a alargar sus dedos hasta la túnica para comprobar que la tela estaba empapada, teñida hasta la cintura de un macabro rojo oscuro que intensificaba el contraste con la blancura de esos dos pálidos e indefinibles conos que parecía transportar en una bandeja, con gesto de camarera experta.

—¡Qué espanto! —Magda respondió a mi sincera exclamación con una carcajada

—. ¿Quién es esa pobre?

—Santa Agueda… o santa Agata, como quieras, se llama de las dos maneras. Yo hubiera preferido ponerme Agata, que tiene mucho más glamur, pero no me dejaron

porque no es un nombre español.

—¿Y quién le hizo eso?

—Nadie. Fue ella misma.

—Pero ¿por qué?

—Pues por amor a Dios —ya había terminado con los jarrones, y me acerqué a ella para ayudarla a recoger—. Verás, Agueda era una chica muy piadosa que sólo se preocupaba de su vida espiritual, pero tenía muy buen tipo y, sobre todo, unas tetas enormes, estupendas, que por lo visto la estorbaban constantemente, porque cada vez que salía de casa, todos los hombres se la quedaban mirando, y la decían piropos, bueno, no sé… más bien serían burradas. Total, que como con tanto barullo no conseguía concentrarse, pero tampoco podía ir a la iglesia sin pisar la calle, un buen día se puso a pensar en qué sería lo que a los hombres les gustaba tanto de ella, y al darse cuenta de que eran sus tetas, decidió acabar con su lujuria cortando por lo sano.

—¿Y lo consiguió?

—Claro que sí. Cogió un cuchillo, se colocó así… —Magda se inclinó sobre el

altar, apoyando solamente sus pechos en el borde y mantuvo durante unos instantes su mano derecha en el aire para dejarla caer luego, en un simulado arrebato de violencia—, y ¡zas!, se cortó las dos tetas de cuajo.

—¡Aghhh, qué asco! Y se murió, claro.

—No. Plantó las tetas en una bandeja y salió a la calle muy contenta para ir a la iglesia y ofrecérselas a Dios como prueba de su amor y su virtud, ya lo has visto en el cuadro.

—¿Eso que hay en la bandeja del cuadro son dos tetas? —asintió con la cabeza—.

¡Pero si no tienen remate!

—Ya… Es que ese cuadro lo pintó un monje benedictino, y no sé, le debió dar

cosa dibujar los pezones. No lo debía llevar muy bien, sin embargo, porque bien que lo empapó todo de sangre, Zurbarán pintó a Agueda sin una sola gota, y eso que él también era fraile… Anda, vámonos ya, que se te va a hacer tarde. ¿A que es una historia bonita?

—No sé.

—A mí sí me lo parece, y por eso ahora me llamo Agueda


 

El último tango de Salvador Allende de Roberto Ampuero

sábado, 23 de octubre de 2021

domingo, 3 de octubre de 2021