sábado, 28 de agosto de 2010

Gardel se quedó en Medellín




Gardel se quedó en Medellín

Rubén López Rodrigué


No importa si nació en Tolouse, en Buenos Aires o en Tacuarembó, no importa si su tierra natal era Francia, Argentina o Uruguay. Lo cierto es que por estos días se celebró en Medellín (en "Homero Manzi", en la "Casa Gardeliana" y no sé en cuántos lugares más) el 66º aniversario de la muerte trágica de Carlos Gardel, ese mítico personaje que a lo largo y ancho de la geografía colombiana ha sonado mucho más que Hugo del Carril, Agustín Irusta, Juan Pulido, Agustín Lara con su voz gangosa, Ortiz Tirado y su voz de tenor o Juan Arvizu con su voz de seda. Pues en esta ciudad murió un 24 de junio de 1935, y por eso nunca llegó a Cali ~ciudad a la que se alistaba a despegar el avión mientras hacía el carreteo~ no en un siniestro aéreo sino en un accidente de tránsito ocurrido en la pista de un aeropuerto. Durante muchos años viví al frente de ese aeropuerto y al tomar diariamente el bus que me conducía al centro de Medellín podía ver el escenario donde muchos años atrás sucedió el lamentable suceso, luego de que doce días antes el Circo Teatro España lo vio cantar, durante tres noches seguidas, entre otras canciones, Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando..., con unos récords de taquilla que no habían logrado ni los toreros más famosos que solían visitar la ciudad.


"Tango rojo"
un óleo de Jorge Botero Y bien, ¿cómo fue el accidente?, nos preguntamos varios amigos en el salón Versalles, de la calle Junin, cuyo propietario es un argentino amante del tango y fundador de la Casa Gardeliana en el barrio Manrique que también habité en mi adolescencia. En un ensayo escribí, a propósito de la muerte del padre de nuestro gran pensador Estanislao Zuleta, ocurrida en el mismo accidente, que el trimotor F-31 en el que viajaba el popular tanguista argentino se enrumbó hacia el extremo sur de la pista del Aérodromo de Medellín, posteriormente llamado Aeropuerto Olaya Herrera, del barrio Las Playas. El piloto accionó el motor y el aparato comenzó a tomar velocidad. De repente, una fuerte ola de viento proveniente de la parte accidental, donde se hallaba el terminal aéreo, azotó de costado al avión y lo hizo precipitar contra el trimotor Manizales que calentaba motores y uno de cuyos pasajeros era Estanislao Zuleta Ferrer. Los dos aviones chocaron en la pista, estallando en pedazos.


Desde el barrio Manrique se observó una bola de fuego que semejaba un sol anaranjado y humeante. En su finca "Otraparte", del municipio de Envigado, el pensador Fernando González se quedó mirando la luminosidad de las llamas, inocente de que consumían a un amigo suyo. Estanislao Zuleta Ferrer era un abogado con muchos intereses intelectuales que había participado en tertulias con Fernando González y otros amigos. A pesar de ser antioqueño vivía con su familia en Bogotá. En ese día fatal su esposa Margarita abordó el tranvía con una niña y un bebé de sólo cuatro meses, nacido en Medellín y también llamado Estanislao (que a la postre sería quizá la figura intelectual mas brillante de Colombia en el siglo XX ), para dirigirse al Campo de Aviación de Techo de Bogotá. Allí recibió la noticia de la muerte de su marido.

Cierta vez, estando niño, le pregunté a mi padre (hermano del tío Neftalí, quien tenía un almacén de discos en mi pueblo natal Santa Rosa de Cabal ~cuando eran de acetato negro y 78 r.p.m.~ y vendía especialmente música de tango y con su melodiosa voz les cantaba fragmentos a sus clientes para inducirlos a la compra) cómo había sido la muerte del "Zorzal criollo". Mi padre me respondió que mientras el avión hacía el carreteo Gardel comenzó a acicalarse, por lo cual el piloto lo tildó de afeminado y ese hecho derivó en un altercado que dio al traste con el despegue de la pista de aterrizaje. Y aquella tarde sabatina en el salón Versalles, cuando nos preguntamos por qué los aviones habían chocado, alguien aclaró ~dándole la razón a mi padre por una versión que yo siempre creí era otro mito~ que Gardel, cuya vanidad era inocultable, se estaba echando gomina en el pelo y por ello el piloto lo quiso tratar de "marica", motivo por el cual Gardel sacó un revólver y le disparó, y al perder su rumbo el trimotor F-31 se estrelló contra el avión Manizales que esperaba su turno de salida en la pista.

Un coche fúnebre de la funeraria más elegante de Medellín llegó al anfiteatro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, a fin de que adecuaran el cadáver de Gardel, ya que no habían podido tapar el ataúd por las contracturas originadas por el fuego. A la entrada de una de las salas del anfiteatro, en la segunda mesa, yacía un cuerpo marcado con el número 11, envuelto en una sábana en la que estaba abrochado con gancho de nodriza un pequeño papel blanco con letras rojas escritas a mano que decía: "Carlos Gardel". Los restos estaban hechos un tizón humano puesto sobre una mesa de disección, mientras que otros cuerpos yacían en el suelo. Sin embargo, a lo que quedaba del cantante de tangos y actor de cine (de Nueva York, donde filmaba sus películas, vinieron unos meses después de su muerte filmes como "Cuesta abajo", "Luces de Buenos Aires" y "Melodía de arrabal" ) lo habían identificado por el buen estado de su dentadura, una cadena de oro en la muñeca izquierda, un chaleco abollonado con plumas de pato, y especialmente por una cadena de plata que pendía de sus ropas, con unas llaves y una chapetica con la siguiente inscripción: "Carlos Gardel - Jean Jaures 735 - Buenos Aires".

Después de la velación y de las honras fúnebres en la Iglesia de La Candelaria, un antioqueño, Tartarín Moreira, autor de los tangos "Malditos celos", "En la calle" y otros que fueron grabados por Agustín Magaldi, fue el encargado de escribir el nombre del artista en la bóveda recién cubierta de cemento del Cementerio de San Pedro.

Un amigo mío que había estado en Buenos Aires reforzando su formación profesional, me habló cierta vez de la afinidad entre bonaerenses y antioqueños, de la simpatía entre ellos por cuanto comparten un gusto común: el fútbol y el tango. Nos atrevíamos a afirmar que en Medellín, la ciudad donde murió Gardel, debía haber mayor fiebre por el tango que en los mismos arrabales de Buenos Aires. Y ni se diga de los miles de jugadores argentinos que han militado en clubes colombianos de fútbol.

Un viernes en la noche fuimos a conversar al café-bar de un parque. El lugar me trajo un grato recuerdo. Fue allí donde una de mis hermanas me invitó, junto a mi madre, para celebrarme el único título que he obtenido en mi vida: bachiller. Al fondo una fuente luminosa cuyas aguas emergían en distintas direcciones delineando figuras geométricas variadas. Junto a ella los mimos acostumbraban hacer sus presentaciones de marcados gestos a un público carente de cultura y escaso de diversión sana. Más al fondo la catedral que se erguía majestuosa en ladrillo puro. Al parque iban personas sin oficio definido y parejas que en las bancas trenzaban los brazos en sus cuellos, saboreaban la fragancia de unos besos y susurraban palabras de amor.

Tomamos un café ~que para nosotros los colombianos es una bebida que significa tanto como el mate para los argentinos~ con croissant de pollo. Hablamos del orgullo europeo de los argentinos y de su simpatía por Medellín donde había un amor exacerbado por el gemido del bandoneón. «Cuando el tango llegó a Medellín, la pequeña villa estaba preparada para recibir una música que coincidía con la situación emocional y social que el tango cantaba», escribió un estudioso del tema. El amigo me hizo referencia a un comentario que le hice una semana antes, tomando café capuchino en el mismo lugar, en el sentido de que en nuestra cultura antioqueña existe mucho feminismo, una adoración por el himen de la mujer. Ahora me pregunto: ¿ocurrirá lo mismo en Buenos Aires, si tenemos en cuenta que compartimos unos ideales y unas problemáticas comunes como la violencia en las barriadas? ¿También en esa gran ciudad existirá, como aquí, una fijación a la madre? Aunque al tango no le es ajeno ningún tema, refleja marcadamente la ausencia de la mujer, el desengaño de ella: ¡Si aquella boca mentía el amor que me ofrecía, por aquellos ojos brujos yo habría dado siempre más, dice Gardel en "Cuesta abajo", con letra de su compositor Alfredo Lepera.

Medellín ~denominada "La ciudad de la eterna primavera"~ le rinde culto al tango y la magia de su sonido, a ese producto que florece en ambas orillas del Río de La Plata (Buenos Aires y Montevideo), a esa música que brotó un tanto desesperada en la ciudad y en la que también se inscriben el vals, la milonga y el candombe. El bandoneón, símbolo de la expresión tanguera ~si bien ha sido desplazado de la mayoría de emisoras por géneros musicales como la salsa y el vallenato~ continúa gimiendo con su nostalgia en bares de barrios tangueros como Manrique (donde mensualmente se hacía una tango-vía), Antioquia, Colón, Aranjuez, Buenos Aires y el tenebroso barrio Guayaquil asociado a prostitutas, y en municipios colindantes como Envigado, Bello e Itaguí. Todavía se oyen a los reyes del fox como la orquesta típica de Enrique Rodríguez y las interpretaciones de Armando Moreno. Y ni hablar de todos los artistas del tango proveniente del país del sur que nos visitaron, secundados por compositores que tenían su anclaje cultural en la campiña argentina, y de las academias de baile de tango que existen en nuestra ciudad y perpetúan esa expresión sensual y complicada ~y por momentos vulgar~ de unos movimientos que en buena parte provienen de los fandangos de los negros.

Porque el tango nació en los suburbios de Buenos Aires, tuvo su gestación popular en la retorta de los emigrantes europeos, los trovadores criollos, y hacia 1917 le dio cabida a las letras que lo hicieron famoso en la voz de Gardel y llegó primero a París antes que al centro de esa ciudad y le dio la vuelta al mundo antes de coronarse en la capital bonaerense como un pensamiento triste que se podía bailar, según la expresión de Discépolo (el autor de "Cambalache": Siglo veinte, cambalache, problemático y febril) ; como esa ráfaga, esa diablura que los atareados años desafía, según un poema de Borges; como unas rimas para la memoria colectiva con su sabor agridulce, con la alegre tristeza de su compañía.

Otro elemento de la cultura tanguera, además de los argentinismos, los términos de la hípica y del folclor, más los provincianismos del Río de La Plata, es el lunfardo, un dialecto de la ciudad que surge en el bajo mundo como una creación original de la gente común y que con los años se cuela en todos los estratos sociales. En nuestro medio antioqueño muchas de esas palabras llegaron para quedarse y se hicieron coloquiales y corrientes, aunque varíe un poco su significado. En efecto, la palabra "bacán" (Tu presencia de bacana puso calor en mi nido, dice Gardel en "Mano a mano") significa en lunfardo una persona rica, acomodada, mientras que en nuestro lenguaje popular tiene el sentido de una persona solidaria, acogedora y amable. Y enriquecieron nuestro idioma palabras como "arrastre" (influencia de una persona sobre otra), "arrugado" (bandoneón, apocado, acobardado), "bacán" (hombre adinerado, que mantiene a una mujer), "balconear" (mirar sin participar en lo visto), "bandearse" (pasarse, cruzarse de una parte a otra), "cabrear" (rabiar, enojarse), "cachar" (asir, embromar, engañar a uno), "cachirulo" (tonto), "cambalache" (tienda de compra y venta de objetos usados; enredo, desorden, mezcla de cosas de diferente clase; junte de lo bueno con lo malo), "chivato" (soplón), etc.

Gardel no pudo volver a Buenos Aires con su formidable voz, su personalidad y su simpatía, que tanto impactaron a las gentes de Medellín. No pudo Volver con la frente marchita... Las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir que es un soplo la vida...

El señor Jaime González, testigo de los hechos, en un escrito que aparece con el nombre de "Documento Gardeliano No. 1", afirma: «Los restos de Gardel fueron trasladados a Buenos Aires por su apoderado Armando Defino en diciembre de 1935 (o sea seis meses después de su muerte). En la exhumación del cadáver estuvimos presentes Ignacio y yo y poseo una foto, en la cual aparecemos, que no me deja mentir. El ataúd conteniendo los restos de Gardel fue empacado en una gran caja de madera forrada con zinc y emprendió luego el largo viaje por tren, bus, a lomo de mula y finalmente por tren de Cali al puerto de Buenaventura en el Pacífico en donde fue embarcado a Nueva York vía Panamá... De Medellín a Buenaventura tardó cinco días el recorrido. En la población intermedia de Riosucio el pueblo pidió que lo velaran de nuevo y así se hizo. Finalmente en Nueva York fue embarcado a Buenos Aires con una escala y recibimiento apoteósico en Montevideo a donde habían ido a recibirlo importantes personalidades del Río de la Plata entre los cuales estaban Francisco Canaro y la señora Bertha Gardes».

Y en Buenos Aires le hicieron un entierro de primera, seguramente comparable al de Juan Domingo Perón. Y aunque se llevaron su cuerpo a la capital porteña, su alma parece haberse quedado en Medellín. Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar..., dice Gardel en el tango "Volver".



RUBÉN LÓPEZ RODRIGUÉ

Escritor y editor nacido en Santa Rosa de Cabal (Colombia), pero desde su pubertad vive en la ciudad de Medellín. En esta ciudad fundó la revista OASSYS. Actualmente edita y dirige la revista RAMPA, publicación internacional de ensayo, poesía y narrativa (www.rampa.galeon.com).
Es el Director del equipo editorial de Colombia para Francachela de Argentina y colaborador de EL MURO de Buenos Aires. Así mismo, hace parte del staff de la revista OXIGEN de España, como responsable de la sección Recursos para Escritores.
Fue integrante del taller literario de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, dirigido por Manuel Mejía Vallejo. Ha realizado guiones culturales para televisión y publicado varias obras. Es colaborador en periódicos y revistas de Colombia y el exterior. Varios de sus textos han sido traducidos al alemán en el Magazín cultural XICOATL, de Salzburgo (Austria).

Obras publicadas:

* La concepción freudiana sobre el mundo exterior (1985).
* Momentos del psicoanálisis en Colombia (1995).
* El Templo del jaguar (1997).
* Hacia una estética psicoanalítica (2000).
* Contra el viento del olvido (en coautoría, 2000).
* La luciérnaga psicoanalítica (2000).
* Julio Asuad: Portador de la psiquiatría clásica (en edición).
* Antologías de cuentos de Antón Chejóv y Guy de Maupassant.
• La estola púrpura /cuentos) 2009
• Fue director de la revista “Rampa”



Tango rojo de Jorge Botero


2 comentarios:

paola dijo...

es raro que no se sepa cual es su lugar de nacimiento realmente. pero yo lo recuerdo Argentino, viviendo en un apartamento en buenos aires y haciendo maravillas por lo artista que fue

Anónimo dijo...

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