sábado, 17 de octubre de 2020

El último aplauso de German Kral / por Víctor Bustamante

 

German Kral
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El último aplauso de German Kral /

Y la ciudad, ahora, es como un plano

De mis humillaciones y fracasos;

Borges

 

Víctor Bustamante

La atmósfera no puede ser más inquietante, iba a decir sórdida, que no, que no lo es, sino por ese matiz que siempre hemos tenido del tango debido al carácter de plasticidad en sus bailarines y en la presuntuosa elegancia de sus cantantes, corrijo en su exquisitez, ya que en su ámbito ha ido ganando el glamour que gira en torno a una de sus expresiones: el baile. Esa es la vitrina. Pero indaguemos en otra orilla desde aquellos que no triunfan que siempre siguen una regla no escrita, que comienza desde abajo. De ahí que unos llegan, debido a su talento y a mucha suerte; otros se quedan a pesar del talento y nula suerte. Estos quedan merodeando por las avenidas del desengaño y en el regusto enorme y dudoso de que llegará algún día, lejano horizonte, para poder escalar, pero, ese, pero, será negativo, nunca lograrán lo anhelado. Esa es la ley que rige en muchos casos la cosa nostra musical.

Los perdedores son muchísimos, nunca subirán ni a la primera escala del profeta. Hay un cielo vedado para ellos, el éxito. Su vida merodea y no sale de esos pequeños lugares donde la incertidumbre es indeleble y constante, los atisba desde ese empalagoso cenicero de colillas humeantes con el continuo abrevadero de bebida y las noches largas atiborradas de conversaciones eternas y serenas, pero en ese círculo vicioso poseen, ya han poseído la ciudad. El gran Buenos Aires los sospecha sonriente y burlón desde las fachadas, desde las aceras, detrás de las puertas y desde las ventanas, mientras los faroles de las calles apenas los alumbran, mientras pasa otra noche dentro de esa summa de noches que los arredra. Así El último aplauso de German Kral.

Pero, ¿qué es El último aplauso de German Kral? Nada menos que una indagación dentro de esa noche fastuosa, dentro de esa noche del gran Buenos Aires con sus avenidas atestadas de autos y ese paneo a sus calles, y, sobre todo, una pesquisa a ese costado donde German Kral no nos llevará a un gran lugar de tango, donde la belleza es opacada por la seriedad y por el afán de mostrar al turista, la sangre sabia del tango, sino que más bien su director escoge otro camino, aquel que no figura en los diarios ni en los posters, ni en la tele, pero sí en el aviso casi desvaído de ese lugar casi oculto, el Bar del Chino, donde se ha empozado la nostalgia y el cariño, visibles nada menos que en las paredes a través de las fotografías de cantores con sus momentos de brillo que dan la impresión de ser un álbum familiar del tango, como en efecto lo es, ya que esas paredes como las hojas de papel volátil del tiempo sirven de escenario  para ocultar la desnudez y la lejanía de esos momentos y de esos cantores que le dieron ese carácter monumental al tango. El Chino mismo y los visitantes son testigos de esa alucinación de la memoria que destella en plena noche cuando el lugar hierve de música y de personajes que revelan a su dueño y al interior, y a Pompeya más acá de la inundación.

Cada uno de ellos, en su discreción, en su certeza, por supuesto, se hayan en este lugar, el Bar El Chino por una razón de peso, mantenerse activos, junto al mismo dueño, Jorge El Chino García, que ha bautizado el lugar con su nombre y enseña el interior que parece espesado en el tiempo de su cuarto, con su esposa y su fiel perro a bordo. El Chino también canta tangos y atiende a la clientela y anima a los músicos, cantantes y al guitarrista que son el centro de esta película bañada con esa tonalidad de la supervivencia, ya que estos artistas, en su anonimato, se convierten en la sombra de lo que no fueron, pero los aplausos, la bohemia y la noche son sus caminos y allí destellan.

Kral no deja a estos cantores al desgaire con las preguntas del espectador sobre la vida de cada uno de ellos. No, Kral los visita y así mismo nos da, espectadores transidos, desde la butaca, para escrutar como cada uno de ellos posee una vida llena de subterfugios cotidianos, deudas, soledad, abandonos, y a ellos solo les queda su arte, la música como emoliente, como si, la música fuera el lugar donde ellos habitan para huir de los conflictos y las deudas mismas, y así vivir un pequeño destello en los bares donde cantan. Uno de ellos el del Chino que, al cantar, los espectadores con sus aplausos lo convierten en alguien, un personaje de la noche, de la amistad pasajera y de la música misma.

Estos personajes no desfilan sino que en la película están más que presentes: Abel Frías el guitarrista que escolta a los cantantes de este bar. Él, además, es indispensable en este acompañamiento como protagonista ya que es el único que sabe de la ejecución de un instrumento musical y nadie más. Aquí se convierte en un ser necesario, ya que sin su música ninguno de los cantantes sobreviviría.

Horacio Acosta es un tipo bonachón que anda con problemas y con deudas, pero en las noches va a cantar al bar, que se convierte en su refugio y donde él se consuela con sus canciones y nos devuelve algo así como una experiencia de vida, que es más que aquella noche fugaz que otorgan la compañía de sus canciones.

El italiano Walter Barberis se consuela en su cuarto y en su viudez con un estado de libertad, aunque condicionado con el légamo de su recuerdo, pero también de una soledad total que supura alegría junto a fotografías de su amada inmóvil y pensada.

Inés Arce conversa con su marido, y a los 56 años de matrimonio es una mujer plena en su vida cotidiana, le dicen la Calandria. Es una cancionista activa debido al timbre de su voz, y las canciones que modula ella le da un tono muy personal. La notamos caminar por las aceras y calles a la tienda para comprar el pan. Aparece en los ensayos de canto, enseñando sus discos a muchachos sorprendidos de su recorrido musical y de su memoria que les entrega con donosura.

Cristina de los Ángeles en su cuarto adornado con fotografías de Gardel y una urna cineraria con las cenizas de su madre. Ella es la persona de la cual sabemos más, la encontramos en algunos cafés. Ella es quien establece el contacto de estos músicos con la Imperial, músicos de otra edad que acompañaran, a los cantores y cancionistas mayores en una suerte para salir de su exilio dentro de la propia ciudad.

El otro cantor es Julio César Fernán que vive con su madre, en una relación como desgranada también de algún tango. Él es elegante y sobrio, a pesar de la adversidad, pero su madre siempre cree en él, en su talento. Julio César es el más reconocido. Ha viajado, ha recorrido su país, ha alternado con figuras grandes del tango como Rufino y Goyeneche, solo le falta un poquito de suerte ya que su voz y su expresión musical son las de un verdadero cantor.

A la muerte del Chino, que es quien convoca con su poder de seducción y alegría, su esposa Delfina y Omar Lauria quedan para dirigir el lugar pero reconocen que el Chino poseía ese don de ser el centro de su bar, cuando poco a poco cada uno de los asistentes se va yendo para quedar alojados en otros sitios de la gran ciudad.

Pero esta nostalgia queda reconfortada entre las voces que entregan sus diversos susurros y risas por parejas que se abrazan cómplices como con esa saudade de una unidad perdida. Visible desde el comienzo con Perfidia, que sale de Casablanca, ahora en italiano, en la voz de Walter Barberis que añade, luego, como los tangos hablan del desarraigo. Él mismo es un emigrante de otra ola que le dio lustre a la Argentina.  Se presagia en estos asistentes al bar una considerable gentileza debido a ese agasajo casi entre desconocidos. Una ingenua y agraciada complacencia llena la amistad que, como una comunión momentánea, convoca a través del diálogo y la música en estos estremecimientos tan disímiles que se deslizan y que arden con el licor llevado por la música, en este caso los tangos. Entonces sabemos que la ternura ruge a través de haber llegado a este sitio desde puntos diversos de la ciudad, posta para pastar en la noche.

Esta película, con su último aplauso, es la oportunidad suprema. Casi la última oportunidad, que es notoria para la representación de cada uno de los músicos que, como náufragos de sí mismos, aún mantienen la fe intacta en su ilusión de triunfar. De ahí que la cita que se da en el Teatro Colonial, se constituye en ese momento indispensable ya que ellos, luego de la salida del Bar el Chino, llegan a un punto de fuga con la necesidad de buscar otra forma de que los reflectores los iluminen en su anonimato. Ya en sus ensayos enseñan su talento para ser nombrados en otro ámbito. Hay una colisión amable entre dos generaciones de músicos. Aquellos de ahora, de la Orquesta Típica Imperial, jóvenes que tocan sus instrumentos, piano, bandoneón, contrabajo, que mantienen su deseo de iniciar un camino, pero aun no han poseído la ciudad y sus avatares. Y en la otra orilla, aquellos que, con su voz, y su pasión por el canto, van a ser acompañados por esta orquesta, y que ya sabemos han padecido toda la suerte de ser relegados.

Estos dos grupos de creadores son la síntesis de un momento muy peculiar, lejos de la vida cotidiana con sus colores apagados, que define el tiempo efímero a la espera de que su arte vuelva a renacer. Ambos desean eternizarse bajo la impronta de este encuentro en la que existirán a través de estas actuaciones. Esta aproximación no es solo un medio de acceder a su arte, sino más bien de volverlo asequible para establecerse en ese filo que, como un ultimátum, escapa a la vida de los cantores. De ahí que estos adquieran cierta idealización por triunfar que es el deseo de eternizarse en una melodía, para que mediante ella se capte lo primordial que es esa coincidencia, no como personas de edades disimiles en sus fronteras y en la vida que cada uno ha vivido como un reflejo, sino en ese momento donde armonizan y saben que la música, el tango, reside en ellos, como una presencia fuerte que socava ese momento donde las edades quedan vueltas trizas porque la sobrevivencia de su arte es lo que fulgura.

El último aplauso es un retrato en dos tiempos que hemos ido dibujando hasta cuando caemos en cuenta que, ambos grupos de artistas, poseen su parecido: la utopía por la música como exaltación donde funden sus quehaceres. De ahí que esta semejanza comienza a plasmarse así sea en su diversidad de conceptos, ya que al fin quedará el regusto de saber que se ha dado una posibilidad donde unos continuarán y otros se apagarán sin haber logrado ese destello donde flota el ensueño de haber mostrado, testigos duraderos, que no pasaron de largo bajo una existencia gris y común sino en pos de su arte.

Buenos Aires está en German Kral, imperecedera y presente, sorpresiva y perdurable. Él mismo lo dice en otra de sus películas, Imágenes de la ausencia, como el paisaje del plano propicio para responder a las preguntas sobre sus padres. Por eso su lejanía en Alemania la convierte en algo más urgente, donde la convicción y el poder de la nostalgia, lo sacuden y lo llevan a conjeturar y a buscar y a regresar a su ciudad amada de la mano de la poseía de Borges y con Volver, cuando Gardel le recuerda que Buenos Aires no es una quimera sino su paraíso presente, recuperado en tres de sus películas. La otra es Un tango más.

Kral ha indagado el otro rostro del profundo Buenos Aires, donde fulguran aquellos cantores que continúan su labor en pequeños bares, lejos de las crónicas en los diarios, y de las citas en el plató de la tele, pero que perviven debido a su exaltación por cantar que se ha apoderado de ellos como una fatal ilusión. De ahí que esta película describa ese estremecimiento de la noche y del alba como un homenaje a estos artistas que desde la misma lejanía los aplaudimos en ese silencio mutuo al saber de su lucha, de su talento, en esa valerosa dentellada a la existencia.




1 comentario:

Un tango para Malena dijo...

EXCELENTE PELICULA. QUE RECREA LOS LUGARES SENCILLOS, SIEMPRE REFUGIO DE LOS AMIGOS. EL BAR DEL CHINO. TANGO DE EVOCACION.